II. 18. La Difunta

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–No puedo creer que justo hoy al idiota de Pympp se le ocurre eliminar al Caddy. Cualquier otro día y no pasaba nada, pero tenía que ser hoy.

–¿Lo decís por el golpe que preparaban los gendarmes?

–No, qué va a ser por eso. Esos tipos tienen menos cabeza que un alfiler, nunca van a hacer un golpe que llegue a nada. ¿Sabés cuántas veces ya lo intentaron? Es que justo hoy está Antay y con el caos va a ser más difícil llevarla. Salvo...

–¿Salvo qué?

–Salvo que sea más fácil –dice la Flor, y le vuelve esa alegría pura de niña que yo le conocí en una circunstancia que debía ser bastante difícil para ella.

A lo mejor alguien que tiene un back-up completo de la identidad, como la Flor, puede tomarse la vida con más calma.

***

Cuando ya parece que no puede aparecer nadie más, entra alguien por la puerta. Es una mujer de vestido colorado, un poco más baja que lo normal.

–Deolinda, me debés estar jodiendo –dice Rozas, alias la Flor, y le veo en la cara un fastidio real–. ¿Quién te manda? No me digas que te manda el Cacique.

–¿Calfucurá? No me hagas reír. Ese está a un tris de trabajar con los Pincheira, que es como trabajar con los federales.

–¿Esta señora Deolinda es la Difunta? –hago el esfuerzo de preguntar, y cada palabra la siento como una aguja que me claven.

Ella se me acerca, me toca la frente y me sonríe. Que me toca la frente no es verdad del todo, porque no le siento la mano. Lo siento más como un soplo de calor infinito. Pero cuando se aleja un paso me doy cuenta de que el dolor en el abdomen se me fue. Hago la prueba de hablar y ahora no siento ningún dolor en el cuerpo.

–¿La Difunta Correa sos? –le pregunto.

–Es una manera de decir. Sí que soy –dice ella–, pero a la vez soy un objeto "a pequeña". Estoy acá –y desaparece, aunque sigo escuchándole la voz que se aleja– y de pronto no estoy.

–No puede ser digo.

–¿Qué cosa?

La voz, ahora, sale del pasillo, y pronto la Difunta vuelve a entrar con cuerpo visible y todo.

–¿Cómo puede pasar eso, se está repitiendo lo que pasa?

–No, lo que pasa nunca se repite. Es único y no vuelve, por eso conviene que lo aproveches –dice Rozas–. Deolinda, escuchame bien. Yo me voy a ir de acá con este maletín y este muchacho. Ya tuve bastante pelea entre hoy y ayer.

–Un minuto –le digo a la Difunta–. ¿Vos me curaste?

–Bueno, es un decir. Yo no soy tanto de curar. El que cura es más Sierra. Pero lo que yo sí hago es, te doy una vitalidad nueva.

–¿Te puedo pedir algo?

–Pedir podés. Yo no sé si te puedo conceder.

–¿Te puedo pedir...?

No me deja terminar.

–¿Que cure a Max? –lo señala, parece que lo conoce bien–. Eso no puedo, ya está más allá de la vitalidad.

–¿Quiere decir...?

–¿Que se va a morir? Sí. Lo lamento. No sabía que eran tan amigos, pensé que lo habías conocido ayer.

No me gusta que hable así, con esa frialdad y esa distancia, pero me imagino que la vida en el Territorio endurece a cualquiera, hasta a los objetos "a pequeña".

–Me voy con mi hijita –dice la Difunta–, no voy a pasar más tiempo en esta tierra deñ vicio. Pero el maletín me lo voy a llevar yo, Rozas.

No entiendo si un objeto "a pequeña" tiene un hijo en carne y hueso o si es algo que tiene en la cabeza, como una ilusión que tenga incorporada. ¿O puede haber hijos que sean también ellos objetos "a pequeña"?

–Vos no te vas a llevar nada, zorra –dice Rozas–. Petra, dale, vamos a aplicar el hechizo.

–Vos basta de mandonear, idiota. Ese maletín es para mí.

–¿Qué...? –empieza la Flor.

–Y ahora –grita la Difunta.

Mientras la Flor se distrae con ella, Petra le aplica a la Flor una inyección a través de un guante que tiene una punta salida a la altura de los nudillos y, con la presión del golpe, libera el líquido. Se lo aprieta en un costado del cuello, en una de las puntas de la estrella que yo estoy empezando a ver como tentáculos.

De nuevo la Flor quedó fuera de combate.

***

–Me cuesta creer que Rozas sea el más fuerte de los malvados –digo mientras salimos de la habitación y empezamos a caminar por el pasillo.

No marchamos hacia el ambiente central sino hacia el otro lado, que no conozco.

–No es ningún malvado –dice la Difunta.

–Y tampoco es tan fuerte –dice Petra–. Los que dicen que es puro corazón dicen la verdad. Nadie que sea puro corazón va a ser tan fuerte, aunque sí pueda ser un poco malvado.

–Y un poco fuerte –digo.

–Tenemos una hora antes de que se despierte –sigue Petra–. Ya deberíamos estar en Macachín para ese momento.

–Vos disculpame –le digo– pero yo con vos no voy a ir ni a la primera esquina. Vos me vendiste me pusiste un arnés de esclava.

–Y decime si no te quedaba sexy.

–Me vendiste a Pympp.

–Lo contás como dos cosas muy distintas, pero son fases de la misma cosa.

–Me quitaste el maletín y ahora te lo querés llevar.

–Y lo estoy llevando. Eso no tiene nada de raro. Cualquiera que vea una oportunidad la aprovecha.

–Y dejamos a tus amigos Wanda y Max en esa habitación. Los dejamos tirados. No los vas a ver más y no te importa.

Deja de caminar. Me enfrenta. Pienso que va a tomarme del cuello y apretar, pero lo piensa de nuevo y sigue viaje. Me quedo rezagado con la Difunta.

–No hables así con la gente, yo digo –dice la Difunta–. No sirve para nada.

Yo respiro hondo y ella sigue.

–Primero, porque no es que no le importe. Es que ya no puede hacer nada. Los muertos viajan muy rápido. Ya están en otra parte, es imposible que los alcancemos. Salvo que nos muramos nosotros también. Petra no tiene interés en morirse, entonces no sirve para nada que se quede llorando como una tonta, aunque Wanda para ella era lo más importante de la vida. Era lo más importante, ahora lo tiene que dejar, y ahora un chiquito criado en las comodidades de la Federación...

Me río por dentro, pensando en las comodidades de mi casa en la Tóxica.

–... un chiquito así le critica que quiera sobrevivir y que no llore por lo inevitable y por lo que ya pasó.

–A mí me parece muy feo –le digo, cruzándome los brazos sobre el pecho.

–Si de verdad tenés tanto rechazo, andate y listo. Y si sos más viva, tenés más estrategia, quedate pero no digas nada. Esperá tu momento y pegá ahí el golpe.

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