III. 13. La explosión

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Ya estamos haciéndole caso. Parece un plan flojo por todos lados y, sobre todo, es un plan que no le hace honor al espíritu de grupo. Yo cambio de idea, tengo la puerta abierta pero no quiero bajar del auto. Las arañas avanzan con una lentitud inesperada. Tienen ocho ruedas, una por pata, y pueden variar sus alturas. Ahora nos buscan con reflectores.

–Yo me quedo con Jaimie, no lo puedo dejar –termino por decir.

–No seas loco –dice Jaimie.

Y ahí sucede lo inesperado. En lo que parece la ruta, pero muchos kilómetros al oeste, vemos una explosión. Parece un segundo amanecer. Los camiones de la ruta titubean por un segundo. Luego empiezan a moverse más rápido.

Las arañas que venían hacia nosotros se repliegan a su camión, que las espera con la puerta abierta. Se suben al camión en movimiento y siguen viaje hacia nuestra derecha.

–Qué te puedo decir, qué te puedo decir –repite Kubrick, atontado–, qué te puedo decir.

–Vamos que falta un trecho –dice Sierra–. ¿Qué camino habrá tomado la Difunta?

Nadie le responde.

***

Le pregunto a Jaimie por sus padres mientras él sigue manejando. Ya dejamos atrás la ruta y seguimos por un camino oscuro. Vamos con los faros apagados para ser menos visibles. Hay un poco de luna, algo podemos ver, igual hace falta estar muy atentos.

De alguna manera que no puedo definir, me siento cercano a él, al menos en su desamparo y en su velocidad para lanzarse a una acción que en el fondo es un suicidio, casi sin buscar un pretexto o con un pretexto muy vago de heroísmo en el que yo, después de pasar veinticuatro horas en el Territorio, ya no creo.

–Me crié con unos campesinos escoceses en el sur de Córdoba –dice Jaimie–. De mis padres no me acuerdo, nunca los conocí, los mataron en Santa Rosa cuando yo era un bebé. Pero los días en Córdoba fueron muy buenos. Me acuerdo y quiero llorar. Son tan lejanos que parecen otra vida, pero tan lejanos no pueden ser, porque estuve en el Sector Norteamericano hasta los doce años, una cosa así. Entonces habré estado allá hasta 2028, 2029, y ahora es 2035, no fue hace tanto tiempo.

–A los campesinos les gusta bailar, o no, Jaimie –dice Kubrick–. Toman unos tragos y enseguida están bailando y cantando.

Le está hablando con maldad, no con curiosidad. Jaimie no se fija en eso y se pone a cantar una balada en inglés, con un acento cerrado que yo me imagino de las montañas escocesas, dado que Jaimie se crió con escoceses, según dijo. No puede cantar mucho. Kubrick lo frena:

–Es balada es irlandesa. La conozco bien. No tiene nada de escocesa. ¿Vos a quién querés engañar, Jaimie?

***

–A lo mejor los campesinos cantaban baladas irlandesas –se ríe Jaimie–. Se confunden en muchas cosas, con tanto tiempo lejos de su patria. Tampoco tienen tanta educación, no sería raro que se confundan con la balada.

–Al revés, sería rarísimo –responde Kubrick–. Aparte, cantada con acento escocés sonaría más o menos así.

Y tarareó la misma balada con acento escocés. Yo no lo podía distinguir de lo que recién había cantado Jaimie pero me pareció que Jaimie se ruborizaba.

–¿Y vos cómo sabés tanto de acentos británicos? –le pregunto.

–Yo nací en Sheffield, que queda en Inglaterra, pero me crié en Irlanda, en Kilkenny, antes de venirme a la Federación.

–Así que podemos decir que sos británico.

–Lo podemos decir y aparte es verdad.

Era inimaginable porque siempre hablaba con un acento norteamericano, cuando usaba el inglés.

–Pero no nos distraigamos. A ver, contame bien dónde te criaste, Jaimie.

–En el sur de Córdoba, ya te dije.

–Quiero el nombre de la ciudad.

Kubrick empieza a someter a Jaimie a un interrogatorio detallado. No le creía nada de lo que decía, pero Jaimie respondió con soltura y precisión y al final Kubrick dejó de interrogarlo.

A lo mejor se imaginaba que Jaimie fuera un agente doble, un espía con una historia inventada. Tan paranoico puede ser Kubrick.

–Bien –dice Sierra, que no intervino en todo el proceso–. Ahí está la tranquera, el primer control de las Salinas. Está abierta y no veo a la caballería por ningún lado.

Me imagino que eso será una buena noticia, y lo digo.

–No –dice Jaimie–. Significa que la Flor nos primereó. Ya está adentro, por eso no está la guardia.

–Tenemos que agarrarla antes de que encuentre a Calfucurá –dice Kubrick–. Pero atención que en las Salinas siguen siendo fuertes los hermanos Pincheira, que son aliados históricos de la Flor.

Sierra mueve la cabeza. Estará pensando en que los Pincheira creen ahora, como todo el mundo, que la Flor mató a su hermano Manuel, conocido como Pympp. El mayor de los Pincheira. Esa puede ser nuestra única ventaja, poner a los Pincheira contra la Flor.

Sobre todo si la Flor no conoce ese rumor. El rumor de que asesinó a Pympp en Ciudad Vicio un martes 27 de marzo del año 2035.

***

Entramos como el que entra en un campo minado. Sigilosos, con miedo, casi sintiendo que respirar fuerte puede producir un cataclismo. Pocos pasos después de la tranquera el camino se vuelve intransitable y tenemos que dejar el auto. Hay un garaje informal, o a lo mejor se trata de un cementerio de autos. Cuento al menos una docena de vehículos. Pero hay dos que tienen el motor todavía caliente.

Uno no lo conozco. Es una cuatro por cuatro. Me imagino que será el vehículo de la Flor.

El otro es el Lamborghini que venían manejando Petra y la Difunta.

–No fueron a Acha, entonces –dice Sierra, rascándose la barbilla con su pata–. Estarán tramando alguna cosa si vinieron para acá.

–Y bueno –dice Kubrick–, en una de esas nos pueden dar una mano.

Y su paz es lo que más sospechoso me parece. Su falta de asombro. Casi se estaba esperando que la Difunta y Petra estuvieran en las Salinas y no rumbo al laboratorio de Bérkov, me parece.

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