III. 20. El niño y la niñera

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Enseguida veo al grupo: Petra y la Difunta por un lado, Kubrick y Sierra por el otro. Sierra está en el hombro de Kubrick. A Calfucurá y a Don Pedro no los veo. Somos unos cuantos. Casi me da alegría ver a tantos, hasta que pienso que Sierra es una I.A. Lo espero quieto junto al auto, mientras Jaimie, disimuladamente, se escabulle.

No quiere estar presente para el encuentro. Quizá hace bien.

¿En qué me cambia que Sierra sea una I.A.?, pienso yo. ¿No puedo tener una I.A. como aliada? Pero si su tecnología es norteamericana o británica, ahí ya me parece dudoso. Los planes de Sierra contra los Sectores, quiero decir. Ya empiezo a desconfiar de esos supuestos planes.

El grupo llega al auto. La Difunta, muy desmejorada, se acuesta en los asientos de atrás. Mejor dicho, Petra la acomoda ahí. Sierra salta del hombro de Kubrick y llega a mi hombro. Pienso que me va a escupir o al menos a decir algo muy feo. Con él es difícil anticipar los gestos, porque no tiene expresión, ya les dije. Voy a pedirle perdón por haberlo dejado atrás. Voy a decirle que fue la mirada del Gaucho, que yo no quería. Voy a...

–Estuviste genial, Antay. A ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido algo tan bueno. ¿Traer al Gaucho engañado al auto y después encerrarlo en el baúl aprovechando su debilidad? Es buenísimo, si me lo contaban yo no lo creía.

Respiro, aliviado. Casi no lo puedo creer yo tampoco, pero lo que yo no alcanzo a creer es que Sierra no tenga resentimiento, ganas de vengarse, de decirme que de ahora en más me arregle por mi cuenta. ¿Me entenderá de verdad o serán puras palabras? O a lo mejor es verdad que las I.A. pueden ser más elevadas que nosotros.

–Ahora sí que no hay que perder tiempo. Es muy de noche, es buena hora para andar. Podemos llegar a Acha antes de medianoche, si no nos frena ningún piquete, y pienso que no nos va a frenar. A vuelo de pájaro estaremos a cien kilómetros. Por ruta serán ciento treinta. Vamos a llegar rápido. Solamente tenemos que parar en un momento para recoger a un... pasajero, nada más.

–¿Un pasajero?

Me extraña. Pienso si será Roth, el hombre de pelo muy blanco que fue el último en ver a papá.

Pronto me voy a enterar de que no. Es un niño. Un chino.

***

Nos dividimos en dos autos. Jaimie maneja el Fordcito donde viajan la Difunta y, en el baúl, el Gauchito. A ellos no los podemos separar. El Gauchito tiene que seguir neutralizado hasta después de Acha. Hay un acuerdo general en eso y para mantener su debilidad hace falta la Difunta. Después de Acha, no entiendo bien cómo, el Gauchito va a seguir con nosotros por propia voluntad.

Yo más bien creo que nos va a destruir, pero no digo nada.

En el Fordcito viaja también Kubrick. En el otro auto, el Lamborghini destrozado, vamos Petra, Sierra y yo.

Pronto llegamos a una ruta pavimentada y ancha. Tiene tres manos. Sirve para transporte militar y me imagino que por eso está en tan buenas condiciones. Las únicas rutas transitables, las únicas que es rentable mantener activas, son las que tienen alguna utilidad para los vehículos oficiales de la Federación.

Lo mismo sucede con el único aeropuerto activo en el Territorio, ubicado cerca de Santa Rosa, en un pueblito que se llama Anguil. Hay vuelos privados de vez en cuando, pero mantenerlo operativo, algo que cuesta millones en prevención y seguridad, es responsabilidad de los Sectores. Lo mantienen activo justamente porque les da ventajas estratégicas tener un aeropuerto en esa zona.

La zona aérea del Territorio está estrictamente cerrada a cualquier aeronave que no se dirija a ese aeropuerto, sin contar los aviones más pequeños, militares, que aterrizan en las bases.

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