14. La explosión

40 5 0
                                    

Ricky golpea la puerta con un esquema de golpes que parece un código. Un segundo después, alguien nos abre. Es un hombre mayor, muy delgado, con barba de pocos días y la cara bronceada, como la de alguien muy blanco después de pasar semanas en el desierto. La piel, llena de arrugas, tiene manchas. Los ojos echan chispas. Pienso que será un atleta jubilado o alguien que recién escapa de la cárcel. Nos hace pasar de a uno, examinándonos sin decir nada y sin apurarse. Cuando pasa Ms. Roca, que viene última, cierra la puerta.

–Vos disculpame –me dice el hombre, y yo doy un pasito para atrás.

Me mira.

–Pienso que no nos presentamos. A mí me dicen Gaucho, mucho gusto.

Así que este es el famoso Gaucho Kubrick, el que robó la cripta de Belgrano.

–Y este es Antay –dice Ms. Roca–, acá te lo trajimos.

–Gracias, hermosa, pero me imagino que puede hablar por sí misma.

–Por sí mismo –digo.

–Es alumno de la escuela –sigue Ms. Roca.

El Gaucho la encara, pero sin hablarle. Le habla a Ricky, aunque se refiera a Ms. Roca:

–¿Qué hace esta mujer acá?

Yo pienso que Ms. Roca se va a ofender de que hablen así de ella, como si no estuviera presente, pero, para mi sorpresa, se ríe. Ricky no sabe qué contestar.

–Te anduvieron siguiendo, si Roca sabe dónde estoy –sigue el Gaucho–. Ricky, no podés ser tan inútil.

–Dale, Gaucho –dice Ms. Roca.

Le veo una expresión risueña que no le conocía. El Gaucho se le acerca y se dan un beso en la boca. Ricky no entiende.

–¿Cómo te enteraste que estábamos acá? –le pregunta a Ms. Roca.

Me parece que no van a confesarlo, pero es claro que el Gaucho le dijo. Le pasó la dirección, le dijo que viniera sin importarle el riesgo para él ni para ella, y ahora le hace esta escenita, así Ricky piensa que la culpa es suya. No parece que lo haga por maldad. Más parece que quiere burlarse.

–Da igual –dice el Gaucho–. Ya está acá. Podrían haber llegado ustedes quince minutos más tarde, así me daban un tiempo para estar solo con ella, ¿no les parece?

Yo me miro el hombro. Sierra sigue ahí, inexpresivo como siempre. Lo raro es que ni siquiera habla. No participa. Me imagino que estará viendo algo que los demás no vemos. En estas últimas horas empecé a tomarlo como figura de autoridad, aunque no tenga motivo. Pido disculpas y me lo llevo aparte, a un corredor que conduce a un baño y a una habitación. Le pregunto si pasa algo.

–Pienso que sí.

–¿Tiene que ver con Ms. Roca?

–Todo tiene que ver con todo. Pero no es que tenga que ver justo con ella. Ni con todos los que fuimos armando esta telaraña. Tiene que ver con nosotros, eso quiero decir, pero va más allá de cualquiera. Hay demasiada paz en este barrio, eso sí que me parece. Es una paz como la del mar antes de que llegue la tormenta terrible.

Le pregunto a Sierra si puede haber gendarmes de toda la Federación a punto de invadir la casa. Si corremos ese tipo de peligro, porque lo están buscando a Kubrick. Él dice que no exactamente. Que en la Tóxica solo puede haber gendarmes británicos persiguiendo al Gaucho. Si el crimen principal fue cometido en Rosario, en el corazón del Sector Americano, como en el caso de Kubrick, sería raro que lo buscaran por acá. Los Sectores se hacen pocos favores que tengan que ver con cruzar fronteras. La extradición es complicada. No les gusta colaborar en eso. Cada uno tiene sus propios problemas y prefieren no perder tiempo con los de los vecinos, al menos en materia criminal. Incluso el Sector Británico y el Norteamericano, que en líneas generales funcionan como socios, tienen diferencias en el grado de atención que les prestan a los fugitivos. Los británicos son de ocuparse menos, ponen más el acento en la administración que en el servicio penitenciario. Los norteamericanos no. Un motor económico de su Sector son las cárceles y los detenidos.

–¿Pero los gendarmes no son federales?

Me mira, sorprendido de mi ignorancia. Yo le adivino la sorpresa pese a su falta de expresión.

–Los gendarmes son federales pero cada Sector tiene los suyos. En nuestro Sector no hay gendarmes norteamericanos. En realidad sí, hay varios, pero no tienen jurisdicción. Acá son civiles de paseo. Por eso mismo, si vienen gendarmes a invadir esta casa, van a ser británicos. No va a haber norteamericanos ni mucho menos chinos.

Para mí eso no es ningún consuelo. Para Sierra, en cambio, es como si cambiara todo. De nuevo me doy cuenta de que hay muchas cosas que sabe y no me dice. Le pregunto si los gendarmes no trabajan codo a codo en ningún lugar. Yo tengo la imagen de que alguna vez he escuchado que sí. En realidad, quiero tirarle la lengua.

–Hay un lugar. Uno solo. El único lugar realmente federal, donde los gendarmes andan mezclados, es la franja fronteriza entre la Federación y el Territorio. Pronto la vas a conocer.

Cuando está por seguir, lo interrumpe un estruendo. En realidad es una explosión, pura y simplemente. Corro a la ventana que da a la calle. Miro a través de un hueco en la persiana baja y no veo nada. No veo a nadie. Ni siquiera pasa una bicicleta.

Parece una falsa alarma, pero a mis espaldas hay una actividad frenética. Kubrick saca de algún lugar un fusil largo, parecido a las Kaláshnikovs que vemos en las películas. Ricky tiene en la mano una Beretta como las que usan los policías locales. Ms. Roca aparece con un cuchillo que encontró en la cocina y hasta Sierra, que ya saltó de mi hombro y se dirige a la mesa central, tiene algún tipo de cañón acomodado sobre su lomo. Es un cañón tan diminuto que parece de juguete y, si no fuera que el terror me paraliza los miembros, a lo mejor me daría risa.

–No hagas ruido –dice Ricky, tomándome del brazo con su mano libre–. Vení al baño. Acostate en la bañera por si hay una balacera.

–No quiero –empiezo.

Ahí escucho la segunda explosión. Creo que ya dije que en el frente, antes de llegar a la calle, hay un jardincito. Atrás, por lo visto, hay un patio. Con esa segunda explosión la puerta trasera, que da a ese patio, se cae. No es que la abran, directamente se derrumba y cae. Yo me doy cuenta de que ya está. Ya es tarde. Nos encontraron los gendarmes británicos, la policía local o alguna otra autoridad. Nos encontró alguien que maneja explosivos con una precisión increíble. Nos van a detener, van a acusarnos de conspirar. Yo no voy a tener una pena tan elevada porque soy menor, fantaseo, pero de todas maneras voy a pasar algunos años detenido. No voy a poder ir al Territorio. No voy a encontrar a papá. No voy a ayudar a Jairo, que necesita un corazón en diez días. Así que la pena más grave la voy a recibir yo, con que solamente me detengan una semana. Una pena más grande que cualquier culpa, pero a la vez me la merezco. Me quiero morir de pensarlo.

Creo que ya me tendría que ir acostumbrando a esa justicia un poco rara e indirecta. Me parece que, a mi edad, ya sería tiempo.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora