19. Rumbo a la primera dragnet

32 6 0
                                    

Cuando abro los ojos ya es de noche. Pronto va a acabarse este lunes interminable. Rezo porque pase eso sin otra sorpresa, pero eso va a ser imposible. Kubrick sonríe. ¿Por qué sonreirá? Es un lunático. Está hecho una seda, parece alguien que recién se levanta de una siesta reparadora.

Cuando abro los ojos ya es de noche. Pronto va a acabarse este lunes interminable. Rezo porque pase eso sin otra sorpresa, pero eso va a ser imposible. Kubrick sonríe. ¿Por qué sonreirá? Es un lunático. Está hecho una seda, parece alguien que recién se levanta de una siesta reparadora.

–Qué bien que estás acá en cuerpo y alma –me dice–. ¿Ves esas luces?

Yo no sé si enojarme porque me drogó. Pienso que a lo mejor debería, no puede estar bien que le haga eso a un menor. Pero no siento rencor, tampoco lo puedo generar a voluntad, así que me dejo llevar.

–Las veo.

–¿Sabés qué son?

–Me puedo imaginar.

Deben ser las luces del primer control fronterizo. La primera dragnet que voy a ver en mi vida. Del otro lado estará la franja plurinacional y, pasando esa franja, el segundo control fronterizo.

–¿Cómo le decían a la Franja? –pregunto.

Buffer zone le dicen. Ya estamos cerca.

Más allá de esa buffer zone se extiende el Territorio. Ya lo estoy sintiendo como una presencia abajo de la piel. Una humedad o una energía. No sé bien cómo explicarlo, pero me parece mucho más grande que la Federación entera, con sus tres sectores más un protectorado. Me parece más grande que el mundo entero. Miro en esa dirección y me parece que veo edificios altísimos, rascacielos, pienso que se trata de Tokio o de Moscú, aunque la arquitectura del Territorio es muy rastrera, por lo difícil que es construir sin que te ataquen.

No hay edificios, entonces, pero yo casi puedo verlos. A ustedes a lo mejor alguna vez les pasó algo parecido.

De pronto el Gaucho frena en la banquina. Dice que quiere estirar las piernas, pero a la vez baja el maletín que yo le vi recién en casa. Abre el baúl y lo guarda. Cuando le pregunto qué hay en el maletín dice que no tiene importancia. Peor: dice que es mucho mejor si no me entero.

Yo no sé si lo hace a propósito para ponerme nervioso. Me doy cuenta de que está llevando algún tipo de elemento ilegal, y de que probablemente no lleguen a eliminarnos en los primeros kilómetros del Territorio. Probablemente no alcancemos a entrar, nos detengan en la frontera y nos lleven a alguna cárcel de máxima seguridad. Le manifiesto mis reservaa.

–No seas tan dramático –dice–. A los que entran ni los revisan. El contrabando, las sustancias prohibidas, van en la otra dirección, del Territorio a la Federación. Ahí está la ganancia, no en ingresar cosas.

–Entonces no entiendo para qué estás ingresando cosas.

–Ni hace falta que entiendas.

–¿Ese maletín lo agarraste de casa?

Él piensa por un segundo si responder es buena idea. Debe pensar que da lo mismo, porque al final dice:

–Sí. Ricky em lo escondió ahí así yo lo pasaba a buscar. Son cosas mías, quedate tranquilo, no es que le esté robando algo a tu mamá.

Pienso en por qué me dirá esto, salvo que sea mentira. Quizá conviene deducir que, en realidad, sí son cosas de mamá, que las dejó en casa para él, como una mandadera, y que hay toda una red subterránea más grande de lo que imagino. De esa red formaría parte mamá. Pero decido creerle a Kubrick, por el momento. Cada vez más me parece que mi única estrategia es confiar.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora