III. 18. Toda inteligencia es artificial

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Sierra mira a Gil con algo que me parece una pena muy honda.

–No te pongas así, che.

El Gauchito despega los párpados con un esfuerzo indecible y siente un pinchazo de dolor. Lo siente de un modo que me hace sentirlo a mí también. No sé si será mi condición mental o la suya, pero de verdad siento el dolor en los ojos, y es algo literal.

–Las I.A. son las principales aliadas de las Fuerzas de Ocupación. En las Salinas no son bienvenidas –dice Gil mientras abre y cierra las manos.

–No digas eso, Gaucho. ¿Cuándo el homo sapiens se volvió humano de verdad? No fue cuando inventó la rueda o aprendió a cocinar con fuego o hizo el primer anzuelo. Fue cuando tuvo la paciencia de esperar a que se le soldara a uno de los suyos el hueso largo que va de la rodilla a la cadera. Esperó a que se le sanara el fémur a una persona que lo tenía quebrado. Esa paciencia es el nacimiento de la humanidad. A lo mejor también de la civilización.

Yo conozco la anécdota. Me la contaron en la escuela. Al parecer es algo que dijo una antropóloga importante.

–Porque todos, hasta el hombre más cruel, tienen miedo de la barbarie. Pero lo que algunos no toman en cuenta es el factor tiempo.

–Son todas mentiras –dice Gil, abriendo muy grandes los ojos–. Primero, porque la civilización es es el pretexto que usan las potencias para invadir naciones débiles como la nuestra. Y segundo, porque también los primates tienen huesos soldados. El grupo les tiene paciencia. Y sobre todo, ¿qué tiene que ver todo esto con la I.A.?

–Acordate. Factor tiempo. Te pido también a vos un poco de paciencia. ¿Qué es la civilización?

El Gaucho no responde. Debe sentir que ya respondió. Se pliega sobre sí mismo como un hombre muy flexible. Toma la rama con las manos y pega un salto. De pronto está acuclillado sobre la rama, masajeándose los tobillos. No parece que escuche a Sierra.

–¿Hacer el bien, ser solidario? –pregunto yo.

–No, no. Por eso decía lo del factor tiempo. Vos podés ser cínico y asesino y a la vez civilizado. Lo que serías, en esa situación, es un civilizado de corto plazo.

Tose, carraspea.

–La gente con la paciencia de esperar a que se soldara el primer fémur no sabía que esos pequeños gestos, o no tan pequeños, iban a crear la riqueza de la raza humana. Pensaban que lo hacían por amor. Pero en la figura de mayor escala no importa tanto lo que pensaran. Lo seguro es que no fue el egoísmo cortoplacista de unos pocos el que impulsó el progreso humano. Ese egoísmo liquidó los recursos naturales del planeta en tres o cuatro generaciones, en los siglos XX y XXI, los liquidó en un tiempo récord y ahora va a llevarnos a una guerra total. Ya es inevitable, dado el estado de los recursos. Lo que quiero decir, lo que la teoría de juegos muestra a las claras, es que cuando una persona hace el bien sin esperar nada a cambio lo que está haciendo, en realidad, es que contribuye a la riqueza y al desarrollo tecnológico del conjunto. La persona puede pensar que lo hace por generosidad social, y está muy bien, pero ese gesto altruista en realidad sirve para la riqueza de todos. Y el ser humano logró imponerse en el planeta gracias a eso. Esa es su inteligencia, no la capacidad de crear objetos.

–Bueno, creo que podemos pedirle al Gauchito... –lo interrumpo.

–Al Gauchito no se le pide nada –dice Gil, cortante–. El Gauchito escucha y conoce, vos no te preocupes, no hace falta pedirle. Y da cuando llega el momento, no cuando le piden.

–Lo que quiero decir, la moraleja –sigue Sierra–, es que la I.A. es un paso más en esa dirección. Como es mucho más racional que el ser humano, y lo único racional es hacer el bien por los demás sin esperar nada a cambio, porque la alternativa es la muerte y la destrucción total, la I.A. es la única que puede salvar a los humanos de ellos mismos.

–Yo no quiero que nadie me salve –dice el Gauchito, seco–. Yo me voy a salvar a mí mismo.

–Dale, Gaucho. Nadie se salva solo.

–Pero muchos se hunden acompañados –dice el Gaucho saltando del árbol.

***

Apenas toca la superficie, la tierra árida entremezclada con sal, cae al suelo. Se desploma. Por un segundo pienso que todavía no recuperó la fuerza, pero pronto noto que no es eso.

Es que la Difunta se acerca a toda velocidad. Ella tampoco puede caminar, la lleva Petra en brazos. La Difunta viene diciéndole a Petra algo en el oído.

El Gaucho quiere hablar pero le cuesta articular las palabras. El efecto que puede tener una mujer como la Difunta en él me parece llamativo. Tengo que hacer memoria para recordar algo semejante. Y sin embargo me hace un gesto imperioso para que me acerque. Sierra se acerca también. Viene a caballo, todavía, o no sé si decir "a caballo" o "sobre la cabeza del animal". Al Gaucho la cercanía de Sierra no le gusta. Lo tortura. Pero no puede hacer nada, si está postrado en el suelo. Yo, en cambio, sí puedo actuar. Creo que va a ser lo mejor.

–Sierra –le pido–, alejate un poco.

El sapo debe pensar que es una estrategia de mi parte, porque hace caso. Trota hacia Petra y la Difunta, que ya están a menos de cien metros. Ya no veo a Kubrick, a Calfucurá ni a Don Pedro. Me doy vuelta para mirar a Gil. Pobre, pienso, pasó de ser el Colgado a ser el Caído en minutos. Si sigue así tengo miedo de que vuelva a desmayarse y de que vaya hacer falta colgarlo de nuevo del árbol así hiberna de nuevo. Está desmejorando a cada momento, pero alcanza a decirme:

–No confíes en Sierra. Él es, él es...

–Una Inteligencia Artificial –digo yo, que de pronto empiezo a ver.

Al pronunciar las palabras noto la enormidad. Sierra no es un objeto "a pequeña", no es una nube espesa. Ni siquiera es una estructura orgánica con un sistema nervioso natural. Es una creación sintética. Lo pueden haber diseñado los mismos ingleses, o los norteamericanos, o los chinos. Pero no me imagino que ningún grupo local, ni siquiera los TROY, tengan el nivel de tecnología que hace falta. Así que lo debe haber infiltrado una de las grandes potencias.

–Hay un traidor en tu grupo, Antay –dice el Gaucho, y me mira fijo–. Ya era tiempo de que lo supie

No nombra a Sierra, pero está pensando en él. Yo ahí siento que se me va la voluntad. Que mi voluntad ya no es mía, y entonces ya no puedo llamarla voluntad.

Que de ahora en más voy a hacer lo que quiera el Gauchito.

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