III. 3. Lo bueno de no tener alternativa

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Sería imposible encontrarlo en esas calles. Sigo oyendo explosiones pero me parece que son cada vez menos.

–¿Para dónde estamos yendo? –pregunta Jaimie muy amablemente.

–Para la dragnet, tenemos un coche ahí.

Jaimie sonríe. No debe pensar que un coche vaya a sernos de mucha utilidad en estas circunstancias, porque primero deberíamos llegar a una ruta transitable y no me imagino que vaya a haber ninguna cerca.

Lo bueno de no tener alternativas es que uno no tiene que angustiarse por no estar eligiendo bien. No está eligiendo nada, entonces elige lo que iba a hacer de todos modos y siempre elige bien. Eso me da un poco de paz. Porque si estuviera pensando bien, quisiera morirme. Así llegamos al Fordcito. De lejos vemos que Kubrick saca algo del baúl y lo cierra con fuerza. Se agacha frente a una rueda, le mide la presión. Llegamos con él.

–¿Dónde quedó la Flor? –le pregunto.

–No hagas tantas preguntas. Subite al auto.

Y yo me quedo pensando en lo que podrá haberle hecho.

***

–La mataste –le digo–. Mataste a la Flor. Ya no hacía falta pero te querías asegurar. No me digas que no, le tenías rabia desde la Tóxica.

–Subite al auto, te digo.

Yo sacudo la cabeza. No es que tuviera simpatía por la Flor, pero tampoco estoy de acuerdo. Ya casi abro la puerta del acompañante, pero Kubrick me señala una de las traseras.

–Vos viajás atrás.

Yo resoplo.

–¿Qué, ahora Jaimie vale más?

Me da pudor contarlo, pero hice eso, como si me interesara viajar adelante.

–El que viaja de acompañante soy yo.

–Vos manejás –digo.

–No, yo tengo que ir atento a otras cosas, no me puedo distraer con el volante.

–¿Y quién maneja?

–¿No te diste cuenta? Jaimie maneja.

Pienso que es una broma. Jaimie tiene doce años, no debe saber andar más que en triciclo. Le pregunto a Kubrick cómo va a manejar un nene tan chico y él se ríe.

***

–No es un nene común y corriente –dice Kubrick.

–Me entrenaron antes de venderme a la comisaría –agrega Jaimie con lo que parece una sombra de orgullo–. Soy lo contrario de un nene común y corriente. También soy lo contrario de un nene, aunque en algún momento vaya a crecer y vaya a convertirme en adolescente y después en adulto. Mi modelo es uno de los que mejor maneja, ya vas a ver.

–Y bueno –digo yo, y subo al asiento de atrás.

En el asiento veo el maletín de Kubrick. Se nota que no lo perdió de vista en todo este tiempo, aunque con los nervios yo no me hubiera percatado de que todavía lo tuviera.

Kubrick ingresa algo en el GPS. Es un GPS pegado con una ventosa al parabrisa, pero tan chico que no distingo bien el mapa. Jaimie maniobra para tomar la avenida paralela al muro. Va a buscar una salida con pocos obstáculos.

–Si es posible ir para el sur, mejor –le dice Kubrick–. Si no, arrancá para el norte y una vez que hayamos salido de esta ciudad maldita buscamos la ruta alternativa.

Deep Territory, allá vamos –dice Jaimie con alegría.

Acelera a fondo.

***

Encuentra una salida hacia la derecha de Ciudad Vicio. Eso es hacia el sur. La avenida está bastante despejada. Se derrumbaron edificios, hay vehículos en llamas, unos cuantos cuerpos quietos y algunos, muy pocos, que se mueven. Muchos caminan, más que corren. Se quieren escapar pero no van a tener la fuerza suficiente. Jaimie les pasa cerca. Uno intenta tirarse sobre el capó. Es un hombre de cuarenta años. No parece amenazante. Quiere que lo llevemos, me doy cuenta.

–Pará, Jaimie –le digo–. Ese señor necesita ayuda.

Jaimie mira a Kubrick con interrogación en los ojos. Kubrick sacude la cabeza. Se nota que es un líder nato, ni siquiera tiene que luchar para que le obedezcan. Jaimie sigue manejando y pronto dejamos atrás al hombre y a todos los demás muertos de Vicio.

Kubrick le da a Jaimie unas instrucciones. A través de un par de caminitos de tierra que él conoce, le dice, vamos que encontrar la ruta que va directo al oeste. Ese es el rumbo real, para él.

–¿General Acha queda bien al oeste? –pregunto.

–Sí, no importa –dice Kubrick.

En eso veo que el mapa del GPS se agranda. Kubrick le ingresó una dirección o, más que una dirección, un destino. Ahora puedo verlo. Yo me imaginé que sería Acha, pero no es.

Estamos yendo a las Salinas Grandes.

–Kubrick –le digo–, me parece que entendiste mal algo.

–¿Ah, sí? –me pregunta, divertido–. Contame.

–Estamos yendo a Acha, no a las Salinas Grandes. El GPS está mal.

Se ríe.

–Queda casi de paso –dice–. ¿Vos confiás en mí?

–No mucho –le digo–, un poco.

Ladea un poco la cabeza.

–Vas a tener que confiar.

***

Pronto empezamos a oír un sonido acompasado y repetido. Como si alguien batiera palmas. O golpeara en la parte trasera del auto. Me imagino que es un desperfecto mecánico, pero cuando presto más atención me doy cuenta de que no es eso.

Alguien está golpeando desde el baúl. El sonido es débil pero estoy bastante seguro.

Me rasco la cabeza.

–¿Vos encerraste a la Flor en el baúl? –pregunto.

Kubrick no dice nada. Empieza a preparar un mate.

–Tenemos que encontrar a la Difunta –dice al final.

–No, vos disculpame. Tenemos que encontrar a papá.

–Claro, eso también.

–Eso también no. Eso primero. Es muy urgente. Primero me entero que estamos yendo a las Salinas, no entiendo por qué, me decís que confíe, bueno. Ahora que la Difunta esto, la Difunta aquello, que tenemos que encontrarla a ella. Vos te tendrías que dar cuenta que yo no estoy acá para jugar.

–Nadie está acá para jugar.

–Yo tengo que encontrar a papá rapidísimo. Papá tiene el corazón de Jairo en una conservadora, no sé cómo se llama, un freezer. Tiene una autonomía de cuatro días y ya pasaron dos. Hoy es martes a la tarde, 27 de marzo. Él llamó el domingo 25 y dijo que tenía cuatro días. Eso quiere decir que a lo sumo el jueves 29, pasado mañana...

–Pasado mañana vas a estar durmiendo en tu casa, no te preocupes por eso. Tu papá ya va a haber vuelto y Jairo va a tener su corazón.

Sin embargo tiene una cara rara. Está pensando en algo más que no me dice.

–¿Pasa algo? –le pregunto.

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