7. Surge un Territorio

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–Antay –dice Tam–. Escuchame.

–Silencio, estamos en clase –digo yo, y el profesor me mira por un segundo, antes de seguir con su historia.

Está explicando los orígenes del Territorio.

Cuenta que en un principio el control de la antigua provincia de La Pampa se disputaba entre los norteamericanos y los británicos. Tenían un desencuentro que hubiera podido terminar en un conflicto bélico, pero terminaron resolviéndolo  de manera conveniente para las dos partes. Explicaron el resultado pacífico como "un triunfo de la visión estratégica, la diplomacia y la civilización".

Pero para entender ese estadio inicial del Territorio, según el profesor, conviene repasar las instituciones principales de la Federación, según quedaron fijadas desde la primera Constitución Federal de 1985. Desde ese memento, con la disolución oficial de la antigua República Argentina, existe un gobierno colegiado con sede en la Ciudad Autónoma de Córdoba.

Uno de los alumnos pregunta qué significa "colegiado". El profesor dice que es algo conformado por varias personas. En este caso, representantes de los tres Sectores, que actúan de manera conjunta.

–¿El Protectorado chileno no tiene representantes?

–El Protectorado no.

Bien. La Ciudad Autónoma de Córdoba (CAC) tiene estatuto de enclave y no responde directamente al Sector Norteamericano, aunque se ubique geográficamente allí; es como Gibraltar dentro de España. En CAC funcionan el Congreso y la Presidencia de la Federación, que en teoría tienen un rango superior a los tres Sectores y al Protectorado.

–La toma de decisiones se hace desde Beijing, Washington y Westminster. Cada Sector responde a su metrópolis y no al Gobierno Federal, salvo a fines ceremoniales. Los funcionarios de Córdoba, en su mayor parte miembros de las élites argentinas vueltas del exilio cuando se estabilizó la situación política, no tienen poder real.

Sin embargo, si las tres potencias se ponen de acuerdo en algún asunto, el Gobierno Federal sí puede tomar decisiones importantes. El asunto de mayor relevancia en sus cinco décadas de existencia tiene que ver con la disputa por la soberanía en La Pampa.

El Ejecutivo del Gobierno Federal decretó en un principio separar la ciudad de Santa Rosa, antigua capital de La Pampa, del resto de la provincia. Era a mediados de 1994. Ese año, la Federación casi sale campeón en el Mundial de la FIFA; perdimos la final contra Italia con la camiseta nueva, de tiras rojas y doradas.

La ciudad de Santa Rosa obtuvo una regulación especial. Le dieron un carácter de enclave semejante al que ya tenía CAC, pero con una diferencia. Se anuló la Constitución Federal y se sellaron los límites de la ciudad con alambrados. Los vigilaban tropas de las tres potencias. Ya eran solo tres, porque la Unión Soviética había colapsado; la actual Federación Rusa nunca llegó a formar parte de nuestra Federación. Los viejos pobladores de Santa Rosa tuvieron que emigrar sin derecho a compensación. Les dieron dos semanas para irse. Unos pocos se quedaron. No se imaginaban lo que venía. Les parecía imposible que en los barrios donde habían pasado toda la vida, donde habían sobrevivido a la Anarquía del año 83, fueran a abolirse todas las leyes.

Empezó un período piloto para poner a prueba una región donde no se aplicara la ley. Resultó un éxito. Llegaron emprendedores de todos lados. Pronto el experimento se extendió, primero a un par de kilómetros cuadrados alrededor de la ciudad, luego a la totalidad del territorio de La Pampa. Así, en 1998, se conformó el Territorio, que coincide con la vieja provincia de La Pampa.

No alcanzo a pensar que ahí se extravió papá, también. En lo que era la provincia de La Pampa y ahora es el Territorio. No lo alcanzo a pensar porque alguien viene corriendo por el pasillo. Desde el aula escuchamos el eco de las pisadas y todos nos quedamos atentos, hasta el profesor, que de pronto no habla. Enseguida un preceptor abre la puerta, asoma la cabeza y cuando me ve, vacía los pulmones y se relaja. Al parecer, pensaba que me había escapado, porque se le ve alivio en la cara. Le pide disculpas al profesor por interrumpir y dice que tengo que irme urgente.

–Juntá tus cosas –me dice–. Tengo que acompañarte a un lugar.

Yo no me imagino nada bueno y creo que nadie con un hermano enfermo se lo imaginaría. Pero al menos siento el consuelo de que por un rato no voy a estar sentado junto a Tam.

El lugar adonde me acompaña resulta ser el hospital. Ni siquiera me sorprendo. Ya estoy esperando que venga alguien a decirme que tengo que ser fuerte, que el corazón de Jairo no resistió más, pero que vamos a estar bien.

Por suerte no pasó nada tan terrible. Mamá mira por la ventana en una salita de espera que tiene bastante luz natural, con los ojos colorados de tanto llorar. Jairo tuvo una recaída y está en una sala de cuidados intermedios, me dice. Ya no lo llaman terapia intermedia. Está grave pero no es algo crítico. No es que va a morirse ahí mismo, al menos. Yo me lo trato de decir así, con esas palabras, para que la brutalidad me despierte un poco y para no caer en el letargo de pensar que hay tiempo. No es el momento de desesperarse. Al contrario, es el momento de pensar velozmente una estrategia para resolver el problema.

Y la única posibilidad, como mamá sabe bien, tiene que ver con en el Territorio.

El TerritorioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora