58. LAS PANTUFLAS.

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Santa Biblia Reina Valera 1960 - Hechos 25
7 Cuando éste llegó, lo rodearon los judíos que habían venido de Jerusalén, presentando contra él muchas y graves acusaciones, las cuales no podían probar;



Narra Deimond:

«—vine a decirle que deje en paz a la hermana Linda, por su culpa ella se siente presionada y puede llegar a equivocarse».

Me quedo meditando en las palabras que dijo el pastor en silencio mientras me tomo la botella de agua que me dió Mibsan.

«—yo no creo que la voluntad de Dios sea que usted se case con Linda, así que piénselo bien, no sea que por hacer más, termine haciendo menos».

Lo que menos quiero es hacerle daño a Linda, así que si lo mejor es alejarme de ella, lo haré, e incluso lo hice, Dios sabe que fue así, pero ahora que está Elizabeth de por medio, es bastante difícil no verla cada vez que voy a ver a mi hija, además me es imposible ignorarla.

Pero tampoco quiero hacer algo fuera de la voluntad de Dios.

Quizás, de pronto la voluntad de Dios no sea que Linda se case conmigo.

Pero yo no me imagino un futuro al lado de otra persona.

Siempre desde que era un adolescente, la única que me gustaba era ella y mi sueño fue, es y será casarme con ella.

Jamás he sentido lo que siento por ella hacia otra chica.

Siempre, siempre, siempre en mi corazón ha sido la número uno.

Ahora es la dos porque el primer lugar lo ocupa Dios, pero esto ya es muy diferente.

Pero aún así tengo que tomar una decisión pronto, antes de que sea demasiado tarde.

Antes de que me termine guiando por mis sentimientos que por la voluntad de Dios.

Mis sentimientos por Linda son muy fuertes, pero aún así la voluntad de Dios es lo que importa aquí sobre todas las cosas y aunque me duela aceptarlo es la verdad.

Me quedo mirando a la nada y recuerdo en cámara lenta todo lo que he vivido con Linda desde que la conocí.

Me he dado cuenta que muchas de sus lágrimas fueron por mi culpa.

Por ejemplo: si yo no hubiera puesto mis ojos en ella desde un principio, J1 jamás le hubiera hecho la vida un infierno.

Ella no se hubiera tenido que ir y nada de lo que le pasó después, le hubiera pasado.

Trago grueso al sentir las lágrimas rodar por mis mejillas, me siento tan culpable.

—¡Dios mio! —levanto mis ojos a Dios —le he hecho tanto daño, ni siquiera soy digno de ella, pero aún así sigo atesorandola en mi corazón.

Debería de olvidarla y comenzar de cero, pero no puedo.

Dios me es testigo de como allá en los Angeles California luche con toda mi fuerza de voluntad para olvidarla, para no volver a buscarla, pero todo fue en vano.

Doy un suspiro limpiando mis lágrimas con el dorso de mi mano.

«Con llorar no saco nada».

«Con llorar no voy a devolver el tiempo».

«Tengo que actuar».

Tengo que apartarme de Linda para no hacerle más daño.

Pero ahí llega otro de mis tesoros más valiosos.

Mi hija.

Yo no me quiero alejar de mi niña, tampoco se la quiero quitar a Linda porque sería quitarle la vida.

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