Santa Biblia Reina Valera 1960 - Proverbios 14
10 El corazón conoce la amargura de su alma;
Y extraño no se entremeterá en su alegría.Dejó de mirar la pantalla del teléfono de Linda y antes de que se despierte, me apresuro a salir de la habitación.
—hola Jak —contesto la llamada.
—Dios te bendiga —saluda.
Es algo extraño en él que saludé, pero aquí entre nos, después que conocí al Señor, se ha vuelto más amable conmigo.
No puedo negar que me ha dado muchas veces la mano con Linda, es solo que él hace las cosas en silencio y no las anda publicando.
—amén —digo.
—¿Ya llegaron? —pregunta.
—sip —camino hacia el comedor y me siento.
—¿Cómo está Linda?.
—esta profundamente dormida —respondo —la estaba llamando cuando entro tu llamada.
Jak suspiro.
—Deimond...
—te escucho.
—ella no está dormida, probablemente perdió el conocimiento, seguramente ha de estar encendida en fiebre.
—¡Que! —exclamo.
Me paro de mi lugar y voy hacia la habitación, recuerdo que antes de irse a dormir, ella se puso muy mal, aunque dijo que estaba bien.
—si de verdad la amas, debes de estar pendiente de ella y cuidarla. —me regaña.
Entro a la habitación, el teléfono de Linda no cesa de timbrar, mientras ella se encuentra en la misma posición que la encontré hace un momento.
Me acerco y toco su frente.
Efectivamente está súper caliente.
«¡Dios mío!».
Horas después.
Me encuentro con Linda en el hospital, la están revisando y le han aplicado medicamentos para bajar la fiebre, también le hicieron exámenes para saber que es lo que pasa.
—Señor —digo mientras me paseo en la habitación en donde descansa Linda —ten misericordia de ella...
Mientras oró, lágrimas salen de mis ojos debido a la preocupación tan grande que siento por ella.
Después de Dios ella y Elizabeth son mi todo, no sé qué haré si algún día me falta una.
Me quedo mirándola ahí acostada con su brazo canalizado.
Parece que durmiera un sueño eterno y eso me aterra.
Escucho la puerta abrirse y volteo a ver.
Es el doctor, apenas entra me da una sonrisa de boca cerrada, en sus manos trae el resultado de los exámenes.
—¿Y bien? —pregunto.
—venga conmigo.
Sigo al doctor el cual me lleva a su consultorio, es un hombre aproximadamente de unos 35 años, en el cuál se comienza a ver el paso de los años.
—sientese por favor —me dice apenas entramos.
Tomo lugar frente a él, hace lo mismo y me mira fijamente.
—¿Es usted pariente de la señorita? —pregunta mientras se pone las gafas.
Me quedo pensando y pensándolo bien no somos nada.