Santa Biblia Reina Valera 1960 - Hebreos 10
30 Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.De repente la puerta se abre haciendo que me sobresalte.
Volteo a ver y es Mibsan.
Abro mis labios para saludarlo pero este no me da tiempo de nada, se acerca a mi con pasos largos y sin mediar palabra me hace abrir la boca, me mete los dedos en ella.
Trato de apartarme de él, pero no me lo permite y usa de su fuerza para inclinar mi cabeza en el lavado.
Es ahí cuando comienzo a vomitar en contra de mi voluntad y a votar hasta lo que no me he comido.
Lo primero que vomité fueron las pastillas, ni siquiera se alcanzaron a deshacer.
Cuando termine de vomitar, Mibsan se dió por satisfecho y me soltó.
Yo me sostuve del lavado mientras seguía tosiendo, entre tanto él se lavaba las manos.
Me lavo el rostro eliminando toda suciedad y sin decir nada salgo del baño ante la atenta mirada de Mibsan y me siento en la cama.
Él me sigue y se para frente a mi mirandome de pies a cabeza con los brazos cruzados.
Yo levanto mi mirada a él y no logro descifrar su mirada.
Me mira con rabia pero a la vez lo hace con amor y la vez puedo ver...
Dejó de mirarlo cuando su mirada se encuentra con la mía.
Sé que es loco pero la verdad es que su mirada por veces tiende a ser bastante perturbadora.
—eres un desquiciado loco —digo en voz baja.
Él sonríe con ironía y se señala a él mismo.
—¿Yo?.
—si, tu —respondo.
Él empuña sus manos.
—aquí la única loca desquiciada eres tú Linda.
Lo miro sin comprender.
—¿De que hablas?, tu fuiste él que me atacó, ¿Es que acaso no sabes diferenciar entre tu propia familia?.
Por poco y veo salir llamas de sus ojos.
Es entonces cuando noto que está fuertemente armado.
Me da igual, pero recuerdo un documental que ví en dónde hablaban de personas como él y decían que estas personas se vuelven tan malvadas a tal punto que no les importa ni siquiera matar su propia familia.
—¡¿Que más querías que hiciera?! —pregunta molesto —estuviste a punto de suicidarte.
—yo no me iba a matar —le aclaro —yo solo quería descansar.
Mibsan ríe con ganas, aunque esa risa no le llega a los ojos.
—como si en el infierno se pudiera descansar —comenta.
Paso las manos por mi cabeza con desesperación, sintiendo lo mojado que aún está mi cabello.
—es enserio, —le digo —yo no me iba a matar.
Él niega con la cabeza y se acerca a mi, se inclina hasta quedar a mi altura.
—si te hubieras tomado todas esas pastillas no hubieras vuelto a despertar, esa droga es muy fuerte. —me explica con voz dulce.
El Mibsan con mirada siniestra acaba de desaparecer, ahora solo está un hermano tierno y preocupado.
Se acerca más a mi y me envuelve en sus brazos, es ahí cuando me vuelvo a quebrar.