51. EL MINISTERIO.

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Santa Biblia Reina Valera 1960 - 1 Corintios 6
12. Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.



Intento apartarme, pero en cuestión de segundos estoy en el suelo y aquel sujeto sobre mi.

Quiero escapar, quiero correr, gritar, pero él me ha inmovilizado por completo, es como si supiera cada uno de mis movimientos y se adelanta a todo.

Además poco a poco siento que las fuerzas me abandonan, mi corazón late demasiado rápido y ni hablar de la respiración.

«No puedo mas».

«¡Dios mio!».

Sé que voy a morir, pero no quiero morir de esta manera, además no sé que es lo que este sujeto pretende.

La demora fue mentar a Dios en mi mente cuando el sujeto dejo de presionar mis brazos, se quitó de encima mío y se acostó a mi lado.

Quise pararme, lo intente, pero sencillamente no pude, no sé si eran las fuerzas que no me daban o era por lo muy asustada que estaba.

Él al ver que no me movía comenzó a reír.

Lo hacía de una manera tan macabra que a cualquiera le habría hecho extremecer.

—idiota —dije sin alientos.

Él suspiró.

—me temo que perdí mi esfuerzo en ti manita —comenta mirando el cielo oscuro —no haz aprendido nada.

Bufó.

Él muy gracioso me acaba de dar el susto más tremendo que halla tenido, pienso en reclamarle, pero sencillamente no tengo aliento para eso, además eso no va a hacer que no lo vuelva a hacer, su más grande deleite es sembrar el terror en las personas.

—mis fuerzas no son las mismas tuyas.

—mientes.

No le respondo nada.

—¿Que vas a hacer? —pregunta.

Giro mi cuello para verlo.

—esperare a recuperar mis fuerzas, luego entraré en casa.

—eso no mana —rie.

—¿Entonces?.

—me refiero a, ¿Que vas a hacer ahora que Deimond está aquí y que el pastorcito ese no te pierde de vista?.

El solo hecho de ver las cosas así, hacen que me den ganas de morirme, pero aún tengo una niña pequeña de la cual cuidar.

—no le digas así a York —le reprendo.

—¿Así como?. —pregunta sin moverse.

—te refieres a él de manera despectiva.

Él gira su cuerpo en mi dirección.

—tu sabes que nunca me ha agradado y eso es algo que tú nunca vas a poder cambiar, no pienses regañarme como regañas a mí pobre sobrina.

«Definitivamente con Mibsan no se puede».

Hago mi mayor esfuerzo por levantarme.

—ven —dice Mibsan poniéndose de pie y extendiéndome su mano.

La tomo y él me levanta como si fuera una pluma, luego me carga en brazos, rodeo su cuello con mis brazos y recuesto mi cabeza en su pecho.

Él comienza a caminar lentamente hacia la casa y depositó un beso en mi cabeza.

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