Capítulo 34

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Cada fibra de mi cuerpo vibra, desgarrada por una tristeza insondable, mientras los brazos de Darek parecen ser la única ancla en la tormenta que se desata en la profundidad de mi ser. Mi pecho, apretado contra él, absorbe un calor que intento, aunque en vano, llene los vacíos internos de los que no suelo hablar con nadie. Las lágrimas me brotan de los ojos no como un arroyo, sino más bien como un río desbordado, sin rastro de querer llegar a su fin. Cada sollozo es un grito al mundo por aceptación, por amor, por compresión y todas esas cosas que por años he creído no merecer, pero que muy en el fondo deseo recibir.

No soy de recibir muchos abrazos, mamá me ha abrazado dos veces y papá nunca lo ha hecho, Laia ha sido la que siempre que puede me ofrece sus brazos como un refugio, es por esto que hasta el día de hoy los abrazos habían sido para mí meros gestos, a veces fingido, otras por lástima. Pero este... este abrazo se siente distinto. Percibo que cada parte de su ser intenta reconstruirme, pieza a pieza, con una paciencia que ni yo misma tengo hacia mí. A través del llanto, aspiro su aroma y por un momento deseo memorizarlo para siempre, que esas tonalidades de cuero ligadas con esa fragancia varonil que siempre lo envuelve se queden grabadas en mi olfato hasta el último día de mi existencia.

Las gotas siguen cayendo sin control, quemando mis mejillas.

—Yo... no soy suficiente —susurro, dejando que la voz fluya entre nosotros como hojas arrastradas por el viento. Cada palabra es una puñalada para mi propio pecho.

No soy suficiente para mis padres, que todo el tiempo esperan más de mí; tampoco soy suficiente para mis amigos, ya que en muchas oportunidades no he sabido acompañarlos y muchos menos soy suficiente para el chico que estuve admirando por años, el cual me rechazó sin miramientos. Mierda, no soy suficiente para el mundo y admitirlo en voz alta, duele, duele como nunca lo ha hecho.

En lugar de reafirmar mis inseguridades al soltarme, su respuesta no es con palabras, sino con un apretón más firme, un "estoy aquí" dicho en el lenguaje universal del tacto. Quiero poder confiar en que él está abrazándome de esta forma porque de verdad nace de su corazón; sin embargo, una voz insistente en mi cabeza me sisea que lo está haciendo por lástima al verme tan deshecha. Al final del día estoy llorando contra su pecho como una niña chiquita que se ha perdido camino a casa y no encuentra cómo volver.

Decido ignorar todo lo que mi mente me dice y me entrego por completo a su protección, al dolor y a todo lo que ahora se despierta en mi interior. Y él no me suelta en ningún instante, sus brazos me siguen rodeando sin vacilar.

Y aquí, en el epicentro de mis más secretas vulnerabilidades, comienza a disiparse el tumulto de mi llanto. El latido de su corazón me roza la mejilla y con él se van apagando mis sollozos hasta que solo quedan silenciosos gimoteos.

No sé cuánto tiempo pasamos así, envueltos el uno con el otro. Pero cuando finalmente el mar de mis lágrimas se calma, y soy capaz de alzar la mirada para encontrarme con la suya, un rayo de comprensión ilumina sus iris, dándome a entender que se ha quedado junto a mí porque así lo ha querido.

—Gracias por quedarte —digo con rastros de dolor todavía tiñendo mi tono.

Hace una ligera afirmación con la cabeza.

—Tranquila.

Me separo de su cuerpo y al estar por alejarme por completo de él, siento su mano tomando la mía. Es un movimiento suave, aunque seguro, capto el segundo en el que sus dedos se afianzan en los míos. Una extraña calidez me recorre el brazo y termina por alojarse en mi corazón. Lo único que hago es mirar nuestras manos unidas.

Incrédula, levanto mis ojos hacia su rostro. Él me devuelve la mirada con una expresión que no consigo interpretar.

—Vamos, te llevo a casa.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora