Narrado por Darek Steiner:
4 meses atrás...
Soy un virus, lo sé.
Un patógeno que se propaga sigilosamente, corrompiendo todo a su paso. Un mar contaminado, cuyas aguas turbias arrasan consigo cualquier ápice de vida. Una enfermedad letal, incurable, que con el paso del tiempo se anida en las profundidades de mis entrañas.
Aun sabiendo todo esto, una parte de mí en ocasiones cree que hay un antídoto para contrarrestar el veneno de mi alma: ella.
Y es que, si me pidieran describirla, diría que es magia, porque tiene a un ser sin remedio como yo creyendo poder ser mejor. Podría jurar en una corte que el solo toque de sus ojos parece tener el poder de purificar todo, y sin pensarlo dos veces explicaría que cuando ella me mira, en esa brevedad en la que sus pupilas inyectan las mías, dejo de ser el monstruo que soy.
Pero nada está garantizado para mí, ya que acercarme a ella podría dañarla de mil formas, fue por eso que acepté con paciencia que con el paso del tiempo se fuera alejando más y más de mí. Supongo que fue a raíz de eso que sus ojos se centraron en otra persona.
Haber crecido en un hogar en el que tenía que sobrevivir, me obligó a desarrollar sentidos muy agudos. Tuve que estar tan alerta al sonido de los pesados pasos de papá que al final con solo escucharlos deducía cuanto iba a doler su visita, aguzar la vista por la rendija que quedaba entre la puerta y el umbral me sirvió para anticipar si mamá venía con una olla de agua hirviendo o un tubo de metal o... cualquier cosa que usara para lastimarme. Desarrollar el olfato fue fundamental a la hora de advertir bebidas alcohólicas en sus alientos, algo parecido me pasó con el tacto, porque hacerme experto en el contacto de la piel me ayudó a indicar que la mía seguía ardiendo, que aún no había muerto. Fue diferente con el gusto, puesto que para conseguir distinguir el sabor de los sedantes que me daban pasaron un par de años hasta que mis papilas gustativas reconocieron ese metal amargo que se me aferraba a la lengua y desde ahí evité que ellos me durmieran sin que lo supiera.
Tanto esfuerzo para nada. Igual me rompieron de una manera que no tiene reparo.
Las luces neón titilan como luciérnagas perdidas en una jungla de cuerpos. La música me pulsa en los oídos, un martilleo que me golpea las sienes. Aunque no es la música la que me aturde, sino la sensación que me recorre el pecho al recordar como los ojos de ella, cargados con una mirada de admiración, apuntaban a un chico que no era yo.
Que paradoja más cruel: la esperanza que encuentro tras el negro de sus ojos se ha convertido en mi mayor tortura al no poder corresponderle en la medida que ella merece.
Aprender el arte de observar a lo largo de mi vida me ha facilitado descubrir muchos secretos que nadie más vería, mas no estaba preparado para vislumbrar que nunca me miraría como lo mira a él.
Alzo el vaso que sostengo en la mano y le doy un largo sorbo. El líquido frío me resbala por el esófago, dejando un rastro amargo, el cual no resulta ser lo suficientemente fuerte para adormecer la puñalada que siento incrustada en medio del pecho.
Intento concentrar la atención en la gente que baila en la pista, cuerpos que se entrelazan en una danza frenética, sedientos por el roce de otro cuerpo, cualquier cuerpo.
Que Damien me convenciera de venir a una de sus tantas fiestas ha sido una mala idea, haber venido solo para sacarla a ella de mi cabeza ha sido una idea aún peor.
El susodicho aparece desde un costado, sentándose a mi lado y echándome un brazo por los hombros.
—Primito, ¿por qué estás tan alejado de la fiesta? —eleva la voz por encima de la música.
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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...