Piano, sangre y amor

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Narrado por Darek Steiner:

Todos tenemos secretos, pecados y temores que deseamos mantener ocultos del mundo, yo, por el contrario, deseo que ella jamás conozca esta faceta mía, todos los demás pueden descubrir que soy un monstruo, pero ella no.

Sentado frente al piano, hago correr mis dedos por las teclas en blanco y negro, dejándome llevar por una de las piezas más tristes de Beethoven. "Claro de Luna" entonces se derrama por toda la habitación, una melodía tan nostálgica que parece desgarrar el velo entre el mundo tangible y aquellos recovecos del alma donde residen esos recuerdos que prefiero mantener a raya.

Con los ojos cerrados, mis dedos navegan por el teclado agitado por la tormenta interna que llevo conmigo. Cada nota, cada acorde, es el eco de un suspiro, la representación sonora de las cicatrices que no se ven en mi piel, sino que se sienten en mi alma. A pesar de que mi interior nunca se siente en calma, con mis dedos posándose en el teclado una tranquilidad inexplicable se extiende por todo mi pecho. Es un momento en el que me permito sentir sin máscara alguna, permitiendo que una parte de mí se despierte, que aunque es por unos pocos minutos, me trasmite la paz que casi nunca he experimentado.

La pieza avanza, lenta y exquisitamente doliente, y con ella, mis emociones surcan por el vasto océano de los recuerdos, tocando cada triste memoria sin hundirme en ninguna de ellas. Tocar el piano se convirtió en un puente entre mi mundo interno, atormentado y complejo y la serenidad que tanto había anhelado.

Cuando las últimas notas se desvanecen en el aire, permanezco inmóvil, los dedos aun rozando las teclas, los párpados todavía apretados, respirando la plenitud que la música ha fundido en mi ser. Es entonces cuando escucho el sonido, casi fantasmal dada la tranquilidad previa: aplausos, seguido de un tono de voz familiar que me arranca del trance en el que me hallo envuelto.

—Eres todo un profesional.

Abro los ojos.

Damien habla desde algún lugar en la penumbra de la habitación. La casa yace sumida en una oscuridad casi total, con apenas un par de lámparas en el borde del salón, proyectando sombras titilantes que danzan sobre el teclado y las paredes desnudas. Afuera, el mundo duerme debajo de un manto de estrellas, ajeno a las tormentas que se desatan en el interior de los corazones de algunos.

—¿Hiciste lo que te pedí? —pregunto, bajando mis manos del piano.

—Sí, ya está en el sótano.

Su respuesta enciende una chispa en mi interior, una llama que he estado esperando durante toda la noche. Mis pensamientos han estado todos ocupados con el sabor de poder romperle la cara, así que soy invadido por una ferocidad que raya lo asfixiante.

Me levanto del taburete, empezando a caminar hacia Damien, cada paso que doy es una afirmación de mi resolución. Tan pronto estoy frente a él, puedo advertir en sus ojos azules un brillo que bien conozco: es la emoción, un espejo de adrenalina que le causa saber que estamos a punto de dañar a alguien.

—¿Quieres venir conmigo? —mi voz atestada de revuelo.

A pesar de la oscuridad que nos rodea, su par de pupilas resplandecen con una intensidad que consigue traspasar la penumbra, como faros siguiendo mis pasos.

—No me lo perdería por nada.

Asiento, un movimiento apenas perceptible.

—Entonces vamos.

El camino que seguimos para llegar al sótano se me hace eterno. La estructura de la casa cruje bajo el peso de cada paso que damos.

Finalmente, llegamos a la puerta del sótano, mis ojos se posan en Damien por un corto momento y él me dedica una sonrisa perversa, el tipo de sonrisa que se contagia. Abro la puerta y bajamos la escalera que nos revela el umbral de la oscuridad y la maldad.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora