Capítulo 51

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En este instante comprendo que el tiempo no es una línea recta e inexorable. Hay momentos en los que él se expande, contrae o incluso se detiene por completo. Y es que el tiempo, esa fuerza que parece inamovible para el ser humano se ha rendido ante la dolorosa confesión del chico que llora entre mis brazos, porque a veces hasta ese mismo implacable titán decide frenar su marcha. Justo ahora es una de esas veces.

El mundo a mi alrededor se convierte en una pintura estática, los sonidos se difuminan hasta convertirse en un zumbido lejano y lo único que hago es arropar con los brazos al chico frente a mí.

Ahora él es un alma desnuda y yo, su refugio.

Las gotas que ruedan de sus ojos me mojan la camisa mientras que es sacudido por los tantos sollozos que ha reprimido por largos y silenciosos años. Aunque no lo quiera, soy traspasada por los sentimientos que lo rompen y un par de lágrimas terminan cediendo.

No se merecía nada de lo que le pasó. Tampoco se merece seguir culpándose.

Pierdo la noción de todo, lo único que quiero es poder sostenerlo sin importar si pasan las horas y sigo aquí, fundiéndome con él y todas las sombras de los demonios que lo persiguen. No digo nada, porque abrazarlo siempre va a ser un lazo invisible que trasciende las palabras.

Pasado un instante, le acaricio la espalda con ambas manos y es aquí que la respiración se le empieza a acoplar con la mía, más lenta, menos quebrada. Poco a poco el llanto cesa hasta llegar a un punto en el que ya no suelta ningún jadeo.

Entonces se separa de mí y al encontrarme de nuevo con sus bonitos ojos noto todo lo que le ha costado haberse desahogado. Es evidente que no sabe qué es lo que debe decir o hacer ahora, yo, en cambio, sí lo tengo claro.

Muy despacio subo las manos a su rostro, acunando sus mejillas y con los pulgares, limpio los rastros de lágrimas que le mojan la piel.

—Hey Gris, ¿te han dicho que cuando lloras los ojos se te ven más bonitos? —digo sin dejarlo de mirar. Le digo esto porque sé que llorar le ha costado más que cualquier otra cosa y conmigo no quiero que le cueste expresarse.

Me sostiene la mirada.

—Meredith, si quieres que me aleje...

Con solo mencionar eso sonrió con ironía y tras alzarme en la punta de mis zapatos, le dejo un beso en los labios.

—Gris, ya te he dicho que mi nueva regla es no alejarme de ti. —Inspiro hondo y me encojo de hombros —. No quiero que te alejes ni hoy ni nunca.

Estoy por echar un paso atrás cuando me rodea la cintura con sus firmes manos, haciendo que me acerque aún más a él. El exquisito olor que parece estar impregnado en su piel me taladra el olfato y agradezco internamente por ello.

Al posar la mirada en sus ojos veo como ellos hacen un minucioso recorrido por toda mi cara. Comenzando por la línea de mis cejas hasta llegar a mis ojos. Se detiene por un segundo en allí como si quisiera grabar esa imagen en las profundidades de su memoria. Esto provoca que el corazón se me acelere.

Procede a seguir con su recorrido, bajando por la curva de mi nariz y culmina en mis labios. El pulso está por estallarme, porque con los ojos enrojecidos a causa del llanto es cierto que se ve mucho más seductor.

—Meredith —susurra, su mentolado aliento me acaricia la piel.

Nunca nadie podrá pronunciar mi nombre como lo hace él.

—Darek.

—Ojalá esa regla nunca cambie.

La forma en la que lo dice por alguna razón despierta en mi interior un minúsculo miedo, aunque para deshacerme de él, me lamo los labios.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora