Capítulo 55

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El reportero que aparece en el televisor de la casa, y probablemente en todos los televisores del pueblo, es incapaz de disimular la conmoción que le invade el rostro mientras, con voz entrecortada por la emoción, informa a la comunidad la noticia con la que nos hemos despertado.

—Buenos días, estamos ubicados justo en las inmediaciones de la iglesia Corazón de Jesús, en donde se ha reportado un devastador incendio desde esta madrugada. —Se aparta un poco para que el camarógrafo pueda fijar todo el lente de la cámara en la iglesia. Una densa columna de humo negro se eleva al cielo como un monstruo voraz, a la par que los bomberos luchan desesperadamente por contener las llamas, siendo acompañados por unos cuantos vecinos que buscan ayudar. La figura del periodista vuelve a tomar protagonismo y sigue informando: —Se teme que el padre Augusto Martín Blas, más conocido como el padre Martín, haya quedado atrapado en el interior, puesto que se sabe que él residía en la casa parroquial próxima al edificio de la iglesia y la cual también se vio afectada por las llamas en casi su totalidad.

Mi madre, sentada a mi lado, emite un sonido de asombro, pero se apresura a sofocarlo al ponerse la mano en la boca. Giro la cabeza y la observo por un breve instante. Ambas estamos igual de impactadas.

—Las autoridades todavía no dan información precisa de qué fue lo que ocasionó el fuego; sin embargo, nosotros permaneceremos aquí para poder informar sobre cualquier avance, informó para ustedes Adrián Smith.

La intervención desde el incendio acaba, volviendo a la emisión matutina del día. La mujer que recibe la señal pone una sonrisa forzada en los labios pintados de carmesí y sigue dando las noticias del día que en realidad a casi nadie le importa, no cuando hay un incendio devorando la iglesia que por años ha sido la más emblemática del pueblo.

Aparto la mirada de la pantalla. Siento ser embalada por una energía pesada que me hace pensar en las cartas, en que ese incendio pudo darse a raíz de todo esto.

—¿Un incendio? —reflexiono olvidando que mamá está a escasos centímetros.

—Sí, qué lamentable. Pobre del padre, ojalá y sí haya podido abandonar la casa parroquial.

Me vuelvo a su dirección.

—Mamá, ¿no te parece raro que justamente se incendiara la iglesia?

Cierra los dedos en los bordes de la taza de café humeante que ha pescado de la mesita situada delante del mueble que ocupamos. Antes de responderme le da un sorbo.

—Ahora que lo mencionas... si es raro. Desde hace mucho no había un accidente tan grande en el pueblo.

Escuchar su respuesta me hace despedir todo el aire de los pulmones.

—Esto es raro —comento y empiezo a mordisquearme las uñas.

Lo peor de todo es que estamos en fin de semana, lo que quiere decir que no veré a los chicos en dos días.

Mamá detecta la intranquilidad que me emana del cuerpo, es por esto que me coge de la mano y con un movimiento hace que la baje de mi boca.

—Eso no es saludable, Mer. —Apoya la taza en la mesa y regresa a verme —¿Por qué te ves tan afectada por esa noticia? No creo que la iglesia fuera tu lugar favorito en el pueblo.

Tiene razón, con suerte pisé esa iglesia un par de veces, sin olvidar también que la mayoría de esa pocas veces fui solo por obligación o compromiso.

Me quedo contemplando a mamá por lo que podría ser un minuto entero, entretanto me planteo la posibilidad de hablarle de las cartas. Pero solo me basta recordar que esto podría ponerla en peligro para abandonar dicha idea.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora