La sala a mi alrededor de pronto se vuelve demasiado pequeña, demasiado brillante, aunque me basta un par de segundos para darme cuenta de que es a causa de las lágrimas estancadas en mis ojos. La voz de Abril, amortiguada por el llanto, retumba en mi cabeza como un eco lejano, siendo esas últimas dos palabras las que no terminan de encajar.
«Éber murió»
—No... dime que no...
—¡Te estoy diciendo que murió! —se sobresalta antes de girarse por completo y mostrarme la desolación plasmada en cada línea de su rostro. Las manos le tiemblan en cuanto se las lleva a la cabeza y niega, entonces el pecho se le sacude por el llanto —. Mierda... murió...
Tras dimensionar la magnitud de lo que ha dicho, suelta un grito desgarrador, un lamento que incluso lo podría escuchar el mismo Satanás. No sé cómo lo hago, pero la sujeto de los brazos y ella sin consuelo alguno se desploma en mi hombro, temblando incontrolablemente. La abrazo, experimentando el peor de los dolores.
Muerte.
Nunca antes había pensado en la muerte. Para mí era algo que le ocurría a los demás, a personas mayores, enfermas o lejanas al círculo que me rodea. Es por eso que esa palabra tan cruda y definitiva se me clava en medio del pecho como una astilla helada. Cómo hago para explicar que no, que esa palabra no puede pertenecer a Éber, al invencible Éber, porque eso es él en mi vida y no puedo aceptar esto, no puedo.
—Mer... se fue... Éber se fue —lloriquea ella guindada a mi hombro.
Niego.
—No...
Sigo en negación, no obstante en un solo segundo en el que me obligo a salir de la burbuja que he construido alrededor de todo esto, veo destellos de lo que ha sido mi vida junto a Éber: esa vez cuando lo conocí e hizo una mueca de asco para luego sentarse a mi lado, la sonrisa que me regaló ese día que lloré por no sentirme suficiente, los sueños de los que poco hablaba, pero que quería cumplir, las promesas de un futuro que ya no existe.
Entonces, es en este segundo que la muerte deja de ser una palabra vacía y se materializa frente a mí, toma asiento a un lado, observando con diversión como me hace trizas la vida.
No me he dado cuenta de que lloro, solo lo hago al ser sacudida por el sinfín de sollozos que escupo por la boca, uno tras otro. Aprieto los brazos alrededor del cuerpo de Abril y sintiendo el aire pesado, casi irrespirable, me uno a su llanto.
Aún no comprendo qué fue lo que pasó, qué fue lo que no vi, cómo puedo estar llorando la muerte de Éber. Sin embargo, mi corazón y mente entendieron que ya no hay nada que hacer... se ha ido.
—No... no puedo... —logro decir entre hipidos.
Ella niega.
—S-se ha ido...
Seguimos abrazadas, cada una intentando reparar a la otra, pero sin ningún resultado, ya que lo que ambas necesitamos es sentir los brazos de Éber arropándonos. Esa es la única manera de que deje de doler.
Pero el sonido de una voz hace que todo sea todavía peor.
—¿Dónde está Eber?
Abril y yo nos soltamos y volcamos la mirada hacia el punto de donde ha emergido la voz. Me encuentro con una mujer parada frente a nosotras. Tiene los ojos inyectados en sangre, su cabello revuelto, vestida con prendas desaliñadas y el olor a alcohol emanado desde su cuerpo pronto condesa lo que la rodea. Me basta con centrar los ojos en los de ella para saberlo... son idénticos a los de Éber, es la señora Evelin, su madre.

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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...