La señora Irma avanza con pasos decididos hacia Damien. En su camino, nos empuja a Abril y a mí, como si fuéramos meros estorbos en la repentina determinación que la empuja al frente.
—¡Eres uno de ellos! —no para de vociferar con los ojos desorbitados. Al llegar a él, extiende el dedo acusador y lo presiona contra su pecho varias veces. Damien parece sereno, ya que no hace nada para apartarse de la mujer, aún y cuando esta lo señala repetidas veces —¡Eres un Steiner! ¡Vete de aquí!
Él sigue sin responder, aunque es evidente que con sus ojos escudriñadores examina cada gesto y movimiento de la anciana. Sin embargo, cuando a la mujer se le ve la clara intención de empujarlo, parece reaccionar. Sin perderla de vista le agarra la muñeca.
—No estoy aquí para incomodarla. Vengo a pedirle una disculpa.
¿Qué? ¿Una disculpa?
La tensión se puede inhalar en el aire. Sorpresivamente, la respuesta que le da Damien logra que la señora vaya soltando la rigidez de sus hombros.
—¿Una disculpa? —repite, su voz se convierte en un murmullo confundido. Permite que Damien le baje la mano con la que antes lo acusaba. —Dime, ¿vienes ayudarme a encontrar a mi Crispín? —Esta vez es ella la que le pesca la muñeca con ambas manos, en un gesto de súplica. —Tu familia puede ayudarme a encontrarlo.
Por un fugaz segundo él desvía la mirada de la anciana a mí. Debería decir algo, inventar cualquier cosa, pero la verdad es que el cerebro se me ha bloqueado. Todo está pasando tan de prisa que no me da tiempo de procesar nada.
—Sí —responde él, volviendo a posar la vista en el huesudo rostro de la señora Irma. —Escuché su caso y... quiero ayudarla.
Ella acaba por sofocar una exclamación, llevándose las manos a la boca. A pesar de tenerla de espaldas, no necesito tener una visión telescópica para saber que tiene la cara atestada de sorpresa y esperanza.
—Gracias, muchachito.
Está a punto de abalanzarse sobre su cuerpo para abrazarlo justo cuando él retrocede un paso.
—De nada —dice, receloso. —Ahora déjenos pasar.
—¡Claro que sí!
Se gira, dándonos la cara de vuelta a Abril a Éber y a mí. Ya no hay rastro de lo que había en ella hace un par de minutos, la expresión desmesurada de antes ha sido reemplazada por un semblante calmado compuesto por una mirada mitad ansiosa, mitad triunfante, por una sonrisa de oreja a oreja, que en vez de transmitir calma nos mantiene inmóviles y atentos.
—Vamos, muchachitos, pasen. Les prepararé un rico café —dice, señalando con la mano el interior de su casa.
Muevo la mirada a Éber quien tiene el entrecejo algo fruncido, pese a esto es el primero en poner un pie dentro de la vivienda. Abril y yo nos miramos una a la otra, está claro que las dos tenemos la leve idea de no entrar, sin tener de otra y ya estando aquí, le seguimos el paso a Éber.
—Entré usted primero. Yo la sigo —escucho decir a Damien, dirigiéndose a la anciana.
—Claro, claro.
Me resulta perturbador el cambio de conducta que tiene esta señora. Hace unos minutos parecía querer asesinar a Damien con sus propias manos y ahora se escucha hasta sumisa ante lo que él le pide.
A unos pasos de distancia, y tras haberse desplazado hasta casi llegar al borde de la sala principal, Éber se detiene mientras con la mirada recorre las paredes, admirando el santuario de recuerdos inmortalizados en fotografías que tiene la señora Irma por cada centímetro de la habitación.
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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...