Dae

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Narrado por Darek Steiner:

«¿Qué se hace cuando perdiste la capacidad de llorar?», me pregunto con el olor a café recién hecho, adueñándose de mi olfato. «Hacerte daño», me respondo.

El abuelo me conoce bien, él y yo compartimos un par de secretos de los que los demás son ajenos.

De las heridas de mis manos todavía bajan gotas de sangre.

—¿Por qué tienes esas heridas en la cara y las manos?

—Fui al cuarto de la rabia.

—¿No usaste la protección que se requiere?

Él sabe que no, sabe que en más de una ocasión he entrado a ese cuarto con el único propósito de verme sangrar hasta apaciguar un poco el dolor de mi alma.

—No —respondo con una voz que apenas reconozco como mía.

Con esto le basta para quedar en completo mutis, entendiendo que hoy no quiero ser fuerte, ser ese chico frío que no deja ver más allá de lo que quiere mostrar. Hoy quiero derrumbarme frente a él y volver a lamentarme por la miseria de vida que llevo.

El ruido del antiguo reloj de pared interrumpe el silencio de la oficina del abuelo, cada tic-tac resuena en mi cabeza como un insistente recordatorio de que el mundo no se detiene aún y cuando tú te encuentras en mil pedazos.

He sido cruel, muy cruel, tanto como la vida misma.

La oficina del abuelo me ha incomodado desde que tengo uso de razón, luego de analizarlo por horas en las que no pude dormir, terminé por concluir que odio estar aquí por una simple razón: no hay ni una sola fotografía de mis padres. Y es que, en cada rincón que decidas mirar te vas a encontrar con una foto enmarcada de alguno de sus hijos, de sus nietos y de su esposa ya fallecida, sin embargo, no hay ninguna que muestre la cara del que sería mi padre. Claro que sé el porqué de esto y eso me duele de una forma casi inhumana.

Estoy sentado en una silla de cuero que cruje bajo mi peso; en frente, el escritorio que ha sido testigo de incontables decisiones y detrás de él, mi abuelo. El hombre que ha sido lo más cercano que he tenido a un refugio hoy tiene los ojos mucho más oscuros de lo que recuerdo.

—Darek...

—¿Por qué no me quisieron?

Esa pregunta no solo queda resonando en la habitación, sino que se repite en mi cabeza como una cinta descompuesta que no puedo detener, así haya asegurado que la hice pedazos hace años.

El abuelo clava en mí sus pupilas sagaces.

—Darek...

—Dime, ¿soy tan malo?

Niega.

—Para mí eres lo más puro que llegó a mi vida.

—Si es así por qué ellos nunca me quisieron.

—Porque fuiste demasiada luz para su oscuro mundo.

Los recuerdos entonces se agolpan en mi mente, imágenes fragmentadas de otro tiempo, de una niñez que se descompone en capas de dolor y confusión. De forma casi inconsciente me llevo el pulgar hasta la cicatriz que concluye en el inicio de mi muñeca y al sentir la piel rugosa bajo mi tacto el cuerpo entero me tiembla.

—No-no digas mentiras.

—No lo hago.

Saco fuerzas de algún rincón de mi ser para sostener su mirada, porque si llego a desviarla, el poco autocontrol que tengo se esfumara y terminaré no solo con la cara y manos atestadas de heridas.

—Me quemaron la piel —susurro. —Ellos jamás me vieron como ninguna luz.

—Ya los hice pagar por eso.

—Hazme pagar a mí por todo lo que he hecho.

Este hombre es el último lazo que tengo con un mundo que me ha aborrecido desde el primer momento de mi existencia, por ende sería un placer morir en sus manos.

Una mueca que pretende parecer una sonrisa se asoma en la comisura de sus labios.

—Darek, puedes apuñalarme ahora mismo y no haría nada para defenderme. Yo estoy aquí para defenderte, no para herirte.

—¡Defiéndeme de mí! Eres mi grupo de soporte —escupo para luego ponerme de pie y tomarme el rostro entre las manos. Arrastro mis dedos por todo mi cabello, dejando rastros de sangre por cada mechón —¡Mierda! ¡Necesito que alguien me defienda de mí!

Alcanzo a sentir mis manos temblar a la vez que empiezo a caminar de un lado a otro sin saber qué rayos hacer, las náuseas reposan en mi garganta, queriendo dejar salir todo y desgarrarme por dentro. En mi cabeza se activa el mecanismo de las memorias traumáticas, esas puertas se abren y calan en mí de una manera abismal. Veo pasar frente a mis ojos un sinfín de imágenes que me acuchillan el corazón.

El aire se hace denso, y aunque intento mantenerme enraizado en el presente, me arrastro hacia el pasado, hacia ese niño dañado que nunca he dejado de ser. La oficina se convierte en un campo de batalla entre yo y mis propias sombras.

Cada latido que choca contra mi pecho es un grito de auxilio, un mareo pasajero me hace trastabillar y al estar entregado a caer en el abismo de mi mente, algo ocurre.

Los brazos de mi abuelo me rodean, fuerte y serenos. No soy una persona que reciba mucho afecto, supongo que por eso me cuesta tanto aceptar su abrazo, me resisto por un momento, pero luego, sabiendo que esto es lo único que puede salvarme, me aferro a él como si se tratara de mi última bocanada de aire.

—Vamos a seguir luchando, Dae, yo voy a estar contigo.

«Dae», así era como me llamaba cuando era un niño. Quizás él desee devolver el tiempo para evitar que yo sufriera, lo que no sabe es que mi destino es sufrir hasta el último de mis días y eso no podrá cambiarlo ni inventando una máquina del tiempo.     

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora