Hay cosas que jamás hubiese imaginado vivir. Como ver a mamá ahogarse en alcohol y medicamentos para dormir, desesperada por encontrar un poco de paz entre el caos que se desata en su interior día tras día. O ver como hace un año el hombre al que ella le profesa amor la engañó con una mujer mucho más joven, sexy y risueña (ese fue un tema que no se volvió a tocar en casa). O estar aquí, sentada, junto al chico más misterioso del pueblo, y no solo eso, sino que él me consuele cuando nadie más lo ha hecho.
Contengo el aliento, y con íntima timidez me vuelvo hacia él para apreciar cómo el fulgor de la luna mezclada con la amarillenta luz de la bombilla encima de nuestras cabezas pintan de plata las facciones de su rostro. Darek sigue aquí, inmóvil, con sus ojos fijos en algún punto indefinido entre el ahora y un vago recuerdo.
Tras un breve recorrido por su rostro, mis ojos se detienen en las profundas ojeras que circundan sus ojos, señales inequívocas del agotamiento que lo consume. Es como si por largas noches no hubiera logrado conciliar el sueño, dejando una pincelada de morado, un tono pesado y frío que habla de desvelos que llevan nombres. Al enfocar la vista aún más noto el juego de destellos de un tono rojo que se cuelan en ellas, como pequeños ríos de lava que intentan abrirse paso a través de su piel que se asemeja a un paisaje desolado.
Desde que conozco a Darek siempre he sentido que tiene algo que llama la atención, así él no lo quiera o no lo busque, termina por conseguir que todas las miradas se vuelquen hacia él. Quizás si hace tres años me hubiesen preguntado cuál era su mayor atractivo, seguro hubiese respondido que sus ojos. Si lo hubiese hecho hace un año, habría respondido que su particular forma de sonreír. Sin embargo, si hoy, en este instante, me pregunta cuál es su mayor atractivo, no dudaría en contestar que sus ojeras.
Sus ojeras son una mezcla de colores que ningún artista desearía, pero que a él le confieren una belleza turbadora, una vulnerabilidad que antes no se había permitido mostrar. Su mirada continua en una gélida dureza, desafiante, sin querer sucumbir; y sin embargo sus párpados parecen demandar a gritos el alivio de la oscuridad y del silencio, aunque solo sea por unos minutos.
—¿Por qué vienes aquí tan seguido? —pregunto sin dejar de verlo.
Él, no me voltea a ver.
—Porque aquí puedo respirar.
Bajo la luna y la lánguida bombilla, su rostro se transforma en un cuadro viviente de contrastes y emociones que el silencio nocturno parece entender a la perfección.
—¿Siempre vienes aquí? —sigo interrogando.
—Cada noche.
Con las manos me seco los rastros de llanto que quedan en mis mejillas. Un soplido del viento de la noche toma una frialdad invernal al deslizarse por mi cara. De forma casi inconsciente arrastro aire hacia mis pulmones y el proceso comprendo de lo que habla, porque con solo una inhalación siento que mi respiración ha regresado a su curso.
Pongo mi mirada al frente para luego ser arropados por un silencio, al que le sigue el meneo de las hojas de los árboles y los alaridos de una que otra ave nocturna.
Siento como él se recarga por completo en el espaldar del banco antes de dirigirme una mirada. Aún y cuando no lo estoy viendo directamente puedo sentir su pesada mirada hundirse en mi perfil.
—No fuiste a la cita con el soso de Adán.
Que traiga esto a colación me hace fruncir el ceño levemente. Esperaba que me preguntará sobre el motivo de mis lágrimas o que en el mejor de los casos se interesará en cómo me siento. Por un segundo he olvidado que es Darek, el chico más impasible de la faz de la tierra.
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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...