Abril del otro lado de la línea, siendo un mar de llanto y sollozos mientras suelta ese «lo siento», le hace descubrir a mi corazón una nueva forma de latir, ya que al principio siento que se detiene para luego reanudar su marcha a un ritmo frenético. Lo único que me queda por hacer es cerrar los dedos alrededor del móvil, como si de alguna manera me estuviera aferrando a él.
—Abril —me escucho débil, casi suplicando que esto se trate de un malentendido —¿qué pasó con Éber?
Encuentra un instante para respirar y suelta eso que no estoy preparada para oír.
—Tuvo una sobredosis... Dios, él tuvo una sobredosis.
Sobredosis.
¿Qué mierda pasó? ¿Qué fue lo que no vi?
Sus palabras se mezclan en mi cabeza y no le encuentro ningún sentido. El aire se me escapa de los pulmones como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago. ¿Cómo es que Keller, mi mejor amigo y el que siempre muestra la mejor de las sonrisas, tuvo una sobredosis?
La mente se me nubla y antes de poder siquiera parpadear la imagen de nuestras charlas, las risas que nos han unido por años y las promesas que aún no hemos cumplido, desfilan ante mis retinas como una película acelerada.
No, no puedo aceptarlo, claro que no.
—Dime que esto es una broma que él te pidió hacerme —ruego, ya con los ojos encharcados en lágrimas.
La oigo maldecir en un balbuceo.
—Esto no es ninguna broma... sabes que no jugaría con esto.
En el segundo que tengo una pizca lucidez, pienso en ponerme de pie, vestirme y salir corriendo a donde sea que esté Éber, pero el cuerpo se niega a obedecer. Ahora me siento desconectada de mi propia piel, como si fuera espectadora de mi propio colapso, lo peor es que no logro hacer nada para frenarlo. La respiración se me vuelve superficial y de pronto un sollozo se me escabulle de entre los labios.
—¿Dónde está? —lloriqueo —Mierda, Abril, dime que va a estar bien.
—No lo sé... —se une a mi quiebre —su madre ya no me contesta y... no sé.
Cada segundo que pasa se estira de un modo fuera de este mundo.
Lanzo el teléfono a un lado. Por alguna razón tengo la esperanza de que él esté bien, de que volveré a ver sus bonitos ojos azules; así que como puedo, y sin tener ningún control de mi propio cuerpo, consigo salir de la cama, aunque basta con poner un pie en el piso para sentir las piernas de algodón seguido de un mareo que me hace perder el equilibrio. Unas manos me sujetan de los brazos y tan pronto subo la vista choco con la mirada preocupada de Darek. El mundo a mi alrededor se detuvo tanto que ahora él está vestido con sus pantalones y yo ni siquiera supe cuando se vistió.
—¿Qué pasa? —lo escucho, pero a pesar de tenerlo de frente, el sonido de su voz se oye lejano. —Meredith, ¿qué pasa?
Y entonces me hago consciente del peor de los escenarios. Perderlo. Una vida sin Éber en ella. Carajo, vivir una vida sin sus comentarios fuera de lugar, pero que siempre me arrancan una sonrisa, vivir sin sus sobrenombres patéticos solo para verme molesta, vivir sin escuchar sus tristes historias que siempre cuenta con humor para que no duelan tanto. No, no soportaré si no lo tengo a él.
No le he dicho lo mucho que lo amo.
Tampoco le he hecho saber, que sin darse cuenta, me ha salvado de miles de batallas.
No lo he abrazado lo suficiente.
No le he demostrado lo importante que es para mí.
Todavía nos falta tiempo.

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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...