Capítulo 33

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Odio que mi mente muchas veces se tome su tiempo para actuar, mierda, a quien quiero engañar, actúa diez años después de haber tomado una decisión de la que de seguro me arrepentiré. Y es que, no he dimensionado la magnitud de haberle dicho a Adán que nos veríamos en el auditorio hasta ahora.

Estando sentada en el mueble de mi casa, me encuentro demasiado ocupada, masticando la idea de encontrarme con Adán en ese torneo, de tener que pasar tiempo con él y de fingir que me gusta el fútbol, cuando en realidad lo poco que sé de dicho deporte es que se tiene que patear una pelota.

Necesito hablar con alguien de esto, así que me apresuro a alargar la mano hacia mi móvil que descansa a mi lado. Mis dedos se mueven rápido por la pantalla hasta que encuentro el contacto de la persona que, creo, puede ayudarme en mi inminente crisis. El Gris de Darek. Tal vez no es la opción más acertada, ya que no es un secreto que, para dar apoyo moral no es el mejor, pero de alguna manera me he estado sintiendo muy bien con él, además de ser autor intelectual de este plan.

Empiezo a escribir:

¿Crees que puedas acercarte al torneo de fútbol?

Pincho "enviar "y me quedo esperando a ver si en su chat aparece el "escribiendo...". Tras unos segundos en los que no obtengo ninguna respuesta de su parte, mis piernas empiezan a brincar a causa de la ansiedad que parece inyectarse en mis venas, la cual me empuja a escribir un segundo mensaje:

Estoy nerviosa, Gris

No sé cómo rayos voy a actuar con Adán

Espero que su respuesta me dé, al menos, un respiro entre tanta angustia. Sin embargo, su respuesta no llega, provocando que mi desesperación incremente. Mis ojos permanecen clavados en la pantalla, como si mi mirada tuviera el poder de forzar su respuesta a aparecer por arte de magia.

Es entonces cuando escucho pasos acercándose. Levanto la vista justo a tiempo para ver a papá entrando a la sala. El corazón me da un vuelco y de inmediato apago la pantalla del celular que sostengo entre las manos a la vez que mi postura se endereza de sopetón. No es como si estuviera haciendo algo malo, pero con papá siempre siento que todo lo que hago está tan mal.

Él no se da cuenta de mis movimientos bruscos, incluso pienso que ni siquiera nota mi presencia, debido a que viene hablando por teléfono.

Pasados unos minutos, que a mí se me hacen interminables, finaliza la llamada con un serio: «Espero que envíes esos documentos».

Lo veo colgar la llamada y es aquí cuando me armo de valor para saludarlo.

—Hola, papá —digo, esperando ocultar la agitación de mi corazón.

Se gira hacia mí, sus rasgos no se suavizan ni un ápice, sus ojos verdes no se iluminan por verme, nunca lo han hecho. Pese a ser mi padre, sus gestos de afecto hacia mí han sido inexistentes, una dura realidad que he aprendido a aceptar, aunque nunca a entender.

—Hola, Mer.

Es claro que no va a haber preguntas de cómo me siento o de cómo ha ido mi día. Y esto, por alguna razón, logra desgarrarme el alma más de lo que estoy dispuesta a admitir.

Disimulo mi malestar al sonreír, aunque seguro se me nota a kilómetros.

—¿Cómo estás? ¿Qué tal tu día?

Se hace un fugaz silencio entre nosotros, uno de esos silencios que están cargados con palabras no dichas, de preguntas suspendidas en el aire y de una barrera invisible que se ha erguido entre los dos durante años.

No acercarse a DarekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora