A mi cerebro le cuesta un montón procesar la imagen que mi vista le envía. Es que aún me es imposible creer que estoy en el jardín trasero de la casa de los Steiner, con la brisa fresca y bien entablada de la tarde soplando en mi rostro y admirando como Darek maneja una pala como si de un experto se tratase.
Luego de que aceptara enseñarme a sembrar tulipanes nos hemos puesto manos a la obra (bueno, más él que yo). Yo por el momento solo me he encargado de dejar mi mochila a un lado de la puerta de cristal y ser una espectadora, pero no me molesta, la verdad.
Desde el punto en que estoy ubicada puedo observar a Darek, que con una pala en mano abre una zanja en el piso, lo hace con tal destreza que no soy capaz de apartar los ojos de él. La tarde se extiende perezosamente sobre nosotros, el sol a punto de comenzar su descenso, bañando al mundo en tonos dorados y naranjas que resalta el gris ceniza de su cabello que ahora se le pega a la frente por el sudor que baja de ella. Ese detalle, en vez de restarle atractivo, le otorga un aire de esfuerzo y dedicación que no hace más que sumarle simpatía.
Es de decir que no se ha sacado el suéter para empezar a hacer este trabajo, pero lo que sí ha hecho es remangarse las mangas hasta los codos, dejando a la vista parte de la cicatriz que se extiende por todo su antebrazo y termina al ras de la muñeca. Extendiendo mi mirada por lo que deja ver de esa cicatriz, me pregunto cómo se la habrá hecho; por años se han dicho tantas cosas sobre eso que ya ni se sabe en qué creer.
Sus amplios hombros se mueven con cada palada, la tierra cede ante su fuerza. Debo admitir que se ve muy bien haciendo esto. No solo por su apariencia física —que sin duda es más que agradable— sino por lo relajado que se mira al estar siendo uno mismo con la tierra. Hay una ternura y cuidado en sus acciones que parece tratarse de una persona diferente a la que le muestra al mundo exterior.
Las sombras empiezan a alargarse, y Darek hace una pausa de lo que está haciendo, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sus ojos capturan la luz del crepúsculo, brillando con una intensidad que por un segundo me atrapa. Entonces, su par de pupilas que hasta ahora han estado vagando sobre la tierra, se concentra en mí y esto me hace entender que he estado todo este tiempo perdida en él.
—Los bulbos de tulipanes se tienen que sembrar a unos 15 centímetros del suelo —explica a la vez que entierra la punta de la pala en la tierra —. Esto permitirá que crezcan sanos.
«¿Los qué?», esa pregunta salta en mi cabeza, sin embargo, ignoro eso y hago mi mayor esfuerzo por poner una cara de haber entendido a la perfección lo que ha dicho.
—Ok, entiendo.
Él, que es experto en leer el lenguaje corporal de los demás, no deja escapar el hecho de que mi cuerpo se ha tensado al responder y lo deja saber al negar con la cabeza mientras parece sonreír.
—No sabes lo que es un bulbo, ¿cierto?
—No.
Ya no vale la pena que le mienta, siempre me descubre.
Escuchando mi respuesta, deja la pala enterrada en la tierra para luego acercarse a una bolsa plástica transparente que ha dejado a un lado, entre esta bolsa hay distintas cosas que él trajo cuando fue por la pala. En la bolsa que agarra logro distinguir algo enrollado en papel periódico. Sus pasos se aproxima hacia mí dirección a la vez que abre la bolsa y de ella saca lo que parece ser una pelota.
—Esto es un bulbo —dice en cuanto me pone en la mano lo que ha sacado de la bolsa.
Antes de bajar la mirada a lo que ha entregado, lo miro. Lo que me ha dado en algo que no he visto antes. Un objeto marrón, redondo y rugoso al tacto, con raíces que salen de su base.
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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...