Secretos siniestros

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Narrado por Darek Steiner:

Pasado...

Una vez había escuchado que no hay miedo más grande que aquel que te hace temblar de pies a cabeza, para mí no era así, porque el miedo que más me había hecho estremecer fue el que me dejó paralizado, sin poder moverme y que por dentro me apuñalaba con manos invisibles.

Gotas de sudor me perlaban la frente, y en cada pisada que daba respiraba con mayor dificultad.

«Me van a castigar», pensé mientras apretaba el paso hacia la puerta de la casa. Ya ese miedo que conocía tan bien se iba asomando en mi interior.

Nunca podía llegar a casa después de cierta hora, pero esta vez, estando en la biblioteca, se me pasó el tiempo de una forma tan veloz que me fue imposible advertir que ya llevaba dos horas sentado delante de ese libro. Y es que leer era la única manera que conocía de escapar del mundo que me rodeaba, permitiéndome viajar a lugares felices, con historias felices.

Mis pies trastabillaron en cuanto crucé la puerta, supongo que por el cómo me temblaban las rodillas, aunque eso no fue lo que me detuvo en el acto, lo que lo hizo fue ser traspasado por las pupilas de papá, el cual estaba sentado en el sillón frente al televisor de la sala. Las manos me vibraron con la misma intensidad que ya se me alojaba en las piernas.

—Steiner —pronunció, y el sonido de su voz fue suficiente para que un escalofrío me bajara por la columna vertebral. Muy despacio guio la mirada al pequeño reloj en su muñeca. —¿Dónde estabas?

No pude responder. La voz se me quedó estancada en la garganta al mismo tiempo que la mente se me llenó de imágenes de noches interminables, de puertas cerradas con llave, de lágrimas silenciosas y respiraciones entrecortadas. Le temía a mamá, pero a papá había aprendido a temerle más que a cualquier cosa en este mundo.

—Steiner, no te atrevas a esconderte de mí —continuó él y se puso de pie, para luego empezar a avanzar a mi altura con pasos lentos pero implacables. Cada paso era una punzada para mi pecho. —Sabes lo que pasa cuando desobedeces, ¿cierto?

Negando, retrocedí y la rugosidad de la puerta se me pegó a la espalda. El miedo me paralizó, aún y cuando me esforzaba por buscar una salida. Ese día no la conseguí, al día siguiente tampoco.

—Señor... yo... —balbuceé, pero él me interrumpió con un gesto brusco al tomarme de brazo y halarme a su cuerpo. Rápidamente, se inclinó y su rostro quedó a centímetros del mío.

—¿Sabes lo que pasa cuando me desobedeces? —repitió, esta vez su tono lo como un latigazo que me azotaba sin piedad y la vista se me cubrió de lágrimas, hice todo lo que estuvo en mis manos para no dejarlas escapar.

Como pude pasé saliva.

—S-sí.

—¿Qué pasa?

Su aliento me quemó la piel. Quise cerrar los ojos para así dejar de verlo, pero sabía que eso era la peor que podía hacer, por esa razón, apreté las manos en puños y conté cada poro de su cara, cada línea de ira que le surcaba la frente y me grabé en la memoria el cómo apretaba la mandíbula mientras sus ojos, dos chispas encendidas, me perforaban como agujas en un cuerpo que ya no resiste un solo pinchazo. Si el infierno tenía rostro, era el de él.

¿Qué había hecho esta vez? ¿Solo por leer me merecía la tormenta que se desataba en su mirada?

—Estaba leyendo y... se me...—quise que me escuchara, que no me golpeara.

Lo que recibí a cambio fue que me sacudiera y con todas sus fuerzas me pegó contra la puerta.

—¡Responde a mi maldita pregunta!

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