Uno.
Dos.
Tres.
Tres segundos son los que le bastan al profesor Uriel para poner las cejas en forma de arco al tiempo que explora los rincones de nuestros rostros, casi como si con ello buscara la respuesta que ninguno de los tres le ha dado con palabras.
—Jóvenes, ¿de qué cartas está hablando la señorita Lehmann? —insiste, curioso. De repente pierde la rigidez en los hombros, relajando la postura.
Que Abril le haya soltado tal información al hombre frente a nosotros nos ha dejado a todos guindando en tensión. Éber que es el que mejor sabe actuar de los tres, se apresura a poner una expresión sonriente en la cara.
—Cartas que no son importantes. —Zarandea la cabeza y se aclara la garganta —. Abril, no ha comido bien hoy, por eso está algo exaltada.
Abril se ha quedado muda a mi lado. Ni el sonido de su respiración se oye.
—Sí —intervengo queriendo ayudar a Éber a sostener la mentira —. Ella no puede estar sin comer porque su temperamento cambia y empieza a decir cosas...
—¿Por qué cada palabra que expresan va cargada con una pizca de miedo? —sentencia el profesor sin dejarme terminar. Descruza las piernas. Luego se levanta y caminando un par de pasos se detiene a un metro de distancia de los tres. —¿Qué cartas han estado recibiendo?
Las palmas de las manos me sudan, el corazón me brinca en el pecho como si estuviera a un segundo de salirse y noto un vacío asentándoseme en la boca del estómago. La forma tan insistente en la que nos mira el profesor no hace otra cosa que acrecentar cada sentimiento en mi interior. Supongo que por eso exploto.
—Hemos recibido cartas muy extrañas e inquietantes —empiezo sin retorno, tomando impulso con cada palabra —. Desde hace meses varios de los que estudian con nosotros también recibieron cartas. En cada una hay mensajes referentes al juego de ajedrez, pero no solo eso, sino que dichas referencias se mezclan con circunstancias de nuestras propias vidas y... —me veo obligada a hacer una pausa, en ella me lleno los pulmones con aire, ya que si no hago probablemente caiga desmayada —nos piden hacer cosas a cambio de no salir lastimados.
Tras lo que digo hay silencio.
Y más silencio.
Observo la cautela regada por el semblante del hombre de traje que no me quita la mirada de encima. El mutis en su voz y el inexistente lenguaje no verbal en su cuerpo me lleva a pasar saliva dos veces.
—¿Quién les ha enviado esas cartas? —al fin se vuelve a oír.
—No lo sabemos —responde Abril, apretándome una mano en el brazo. —nunca hay remitente en las cartas.
—¿Por qué no han ido a la policía? Si la situación es como la señorita Firches la ha descrito, es muy peligroso, puesto que la persona que envía esas cartas puede resultar ser alguien con algún desorden mental. Alguien con sus facultades mentales estables no haría algo así.
Éber se pasa una mano por el pelo.
—No es así de fácil —replica con un tono que va en aumento —. Ya Alison fue a la policía, ¿y sabe lo que recibió? Una segunda carta. Porque la policía no hizo nada, así que quien sea el que manda las cartas vio esto y se adelantó enviándole una nueva carta en la que le exigía ir a comisaría y retirar la denuncia.
Ser receptor de la avalancha de información que sale disparada de nuestras bocas provoca que un mohín impregnado de duda surque las facciones del profesor Uriel.
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No acercarse a Darek
Teen FictionMeredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A DAREK. Darek, por su parte, no tiene idea de quién es Meredith, pero..., ¿qué ocurriría si por un j...