Peluche: Parte 02

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Alastor se encontraba en la penumbra de su habitación, la única luz provenía de la lámpara de su mesita de noche que bañaba el cuarto en un cálido resplandor dorado. Afuera, la noche se cernía tranquila, con las sombras alargándose como brazos del pasado. Sin embargo, su mente no estaba en paz. Los pensamientos lo asaltaban, arrastrándolo de regreso a la conversación que había tenido con Vicent hacía solo unas horas.

Se removió en la cama, el libro que intentaba leer abierto pero ignorado. Algo le hacía sentir incómodo, como una astilla que se niega a salir de la piel. Sus ojos se desviaron hacia el armario. La puerta estaba cerrada, pero él sabía exactamente qué había dentro: aquel pequeño conejo de peluche con su lazo verde y la oreja torcida.

Suspiró.

Había olvidado volver a esconderlo después de que Vicent se marchó, dejando tras de sí una atmósfera tensa y extrañamente cargada. Pero sus palabras seguían resonando: "¿Por qué no te deshaces de él?" Alastor frunció el ceño, recordando la expresión de Vicent, una mezcla de celos e incomprensión.

Nadie lo había entendido jamás. Nadie había sabido del todo lo que aquel peluche representaba para él. Y Vicent, impulsivo y posesivo como era, probablemente nunca lo haría. No sabía que ese pequeño conejo era más que un simple trozo de tela. Era la representación de un tiempo en el que alguien lo había aceptado con todo lo que era -sus manías, sus sonrisas crueles, sus secretos más oscuros. Su primer novio, su primer...

-¿Por qué no puedes dejarlo ir? -murmuró, dirigiéndose a sí mismo esta vez.

Y tal vez la respuesta era simple: porque no quería. Porque aquella pequeña cosa era el símbolo de que alguien, una vez, había visto al verdadero Alastor y había decidido quererlo de todos modos.

Con un suspiro pesado, se levantó de la cama y se dirigió hacia el armario. Abrió la puerta lentamente y observó el peluche. Lo tomó con manos delicadas, casi reverentes, y se quedó mirándolo, recordando el rostro difuso de aquel primer amor. Una cara que no había visto en años, que había borrado de su vida para protegerlo de la oscuridad que inevitablemente lo seguía. Suspiró y, en lugar de devolverlo al estante del ropero, lo llevó consigo a un pequeño cajón secreto bajo su cama.

Lo guardó ahí, en un lugar donde sabía que Vicent no buscaría.

-Quédate aquí -le susurró con una sonrisa suave, un tanto triste-. Como el recuerdo de lo que fue... y de lo que nunca será.

Se levantó y se recostó nuevamente en la cama, tomando el libro para distraerse, pero su mente seguía vagando. Pensaba en Vicent, en cómo había reaccionado, en la intensidad en sus ojos. Y, por supuesto, pensaba en la promesa de encontrarse de nuevo. Pero esta vez, quería hacer las cosas de manera diferente. Si realmente quería estar a su lado, Vicent tendría que entenderlo... tendría que aceptar su pasado.

Perdido en esos pensamientos, se sobresaltó cuando la puerta de su habitación se abrió de golpe, dejando entrar a su madre. Su figura menuda y sonriente se perfiló contra la luz del pasillo. Tenía una expresión divertida y un brillo juguetón en los ojos.

-Alastor, querido -canturreó-. Tienes visita.

Él parpadeó, confundido.

-¿Visita? ¿A estas horas?

Su madre rio, un sonido tan ligero como campanillas.

-Está abajo esperándote... -bajó la voz, inclinándose hacia él con una sonrisa conspiradora-. ¿Quién será, ah? Dijo que solo tú puedes bajar. Supuse que sería ese "alguien".

Alastor suspiró, sabiendo exactamente de quién hablaba. Solo había un "alguien" que se aparecía sin aviso y a cualquier hora del día o de la noche.

-Vicent... -murmuró con cansancio.

Su madre arqueó una ceja, divertida.

-No sabía que las visitas nocturnas eran parte de tus nuevas costumbres. ¿Debo preocuparme?

Él negó con la cabeza, tratando de disimular la punzada de irritación y afecto que sentía.

-No es nada de eso -respondió con firmeza-. Solo... no le hagas caso. No sé qué está buscando ahora.

-Bueno, pues parece que te busca a ti -comentó su madre alegremente-. Deberías bajar antes de que empiece a desbaratar el mobiliario.

Con una última sonrisa, se apartó de la puerta, dándole paso para que la siguiera. Alastor dejó el libro a un lado y se puso de pie. A medida que bajaba las escaleras, escuchó la risa suave de su madre desde el piso superior. "¿Qué diablos estará planeando ahora?", se preguntó, su mente acelerándose con sospechas.

Pero cuando llegó al vestíbulo y vio a Vicent, lo primero que notó fue que el hombre estaba... tranquilo. No había señales de la rabia, los celos o la frustración que había mostrado antes. De hecho, su sonrisa habitual estaba allí, relajada y desenfadada. Alastor se quedó quieto en el último escalón, observándolo con cautela.

-¿Qué haces aquí, Vicent? -preguntó finalmente, cruzándose de brazos.

Vicent, en lugar de responder, se acercó a él con pasos lentos y deliberados. Antes de que pudiera reaccionar, le tomó la mano, suavemente, casi con delicadeza, y tiró de él hacia la puerta.

-Ven conmigo -murmuró con una pequeña sonrisa-. Quiero mostrarte algo.

Alastor parpadeó, desconcertado. Por un momento, el tacto de Vicent en su mano hizo que todo su cuerpo se tensara con una mezcla de ansiedad y... algo más, algo cálido que no quería identificar. Trató de detenerse, sintiendo que era demasiado pronto para hacer como si nada hubiera pasado.

-Espera, Vicent. No creo que sea el momento... deberíamos hablar.

Pero Vicent no lo escuchó. En lugar de eso, lo arrastró hacia la salida, con esa expresión de niño emocionado que siempre usaba cuando tenía algo especial planeado. Alastor sintió cómo su resistencia se desvanecía ante esa sonrisa desarmante.

-Vicent... -protestó débilmente, pero entonces vio lo que había afuera, y las palabras murieron en su garganta.

Frente a la casa, iluminado por las luces suaves del jardín y el resplandor de la luna, había un gigantesco peluche de ciervo. Sus patas delanteras se extendían hacia su cabeza, sus grandes ojos brillaban con un reflejo juguetón, y su suave pelaje de color marrón se movía con la brisa nocturna.

Alastor se quedó paralizado, sus ojos ampliándose en incredulidad. El peluche era... adorable. Ridículamente grande, un poco torpe, pero... completamente adorable.

Vicent, notando su asombro, se inclinó hacia él con una sonrisa de pura satisfacción.

-Quería compensarte por lo ocurrido -susurró suavemente-. Pensé que, ya que aprecias tanto los peluches pequeños... quizás te gustaría uno grande.

Alastor abrió y cerró la boca, sin palabras. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de confusión y emoción girando en su pecho. Se giró hacia Vicent, y al ver la leve esperanza en los ojos del otro, su expresión se suavizó.

-Vicent... eres un idiota -murmuró, pero había una risa suave en sus palabras.

Vicent sonrió más ampliamente, entrelazando sus dedos con los de Alastor.

-Sí, pero soy tu idiota -respondió, y esta vez, Alastor no pudo evitar la pequeña sonrisa que se formó en sus labios.

Miró el enorme peluche y luego a Vicent. Tal vez, después de todo, esto era una forma de comenzar de nuevo. Tal vez, solo tal vez... podría aprender a soltar algunos recuerdos.

O, al menos, hacer espacio para nuevos.

๋࣭  ⭑[𝒞𝑜𝓊𝓅𝓁𝑒 - 𝓈𝒽𝑜𝓇𝓉]  ๋࣭ ⭑ Radiostatic/StaticradioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora