Peluche: Parte 03

18 0 0
                                    

La noche envolvía el jardín en un manto de serenidad, pero el corazón de Alastor latía con una energía que parecía desafiar esa calma. Durante un largo instante, los dos se quedaron ahí, frente al inmenso peluche de ciervo que se alzaba como un gigante guardián en la entrada de su casa. Vicent, aún con la mano entrelazada con la de Alastor, lo observaba con una mezcla de expectativa y timidez, como si todo dependiera de cómo él reaccionara.

Pero entonces, de repente, Alastor se giró bruscamente, soltando una risa suave y nerviosa. Y antes de que Vicent pudiera procesarlo, se lanzó hacia él con la misma intensidad con la que solía hacer todo lo demás.

-¡Vicent! -exclamó, y en un abrir y cerrar de ojos, sus brazos rodeaban el cuello de su novio con un fervor desbordante, sus labios buscándolo en un beso ansioso y sincero.

El impacto casi hizo que ambos perdieran el equilibrio, pero Vicent lo sostuvo, rodeándolo con fuerza, respondiendo a ese beso con un hambre que solo surge después de días de incertidumbre y tensión. El mundo alrededor desapareció; no había nada más, solo el calor de Alastor aferrándose a él, los dedos temblorosos recorriendo su nuca, y el latido de su propio corazón martilleando en sus oídos.

-Perdóname -murmuró Vicent entre beso y beso, sus labios rozando los de Alastor-. Me... me equivoqué. No debí reaccionar así... Pero es que, tú...

-Shhh... -Alastor lo interrumpió, apartándose apenas para mirarlo a los ojos, sus rostros todavía tan cerca que compartían el mismo aliento-. Yo también lo siento. No debí esconderlo todo de ti. Solo... No sabía cómo explicarlo. No quería que pensaras que él era... -Vaciló, buscando las palabras-. Que era más importante que tú.

Vicent lo miró, parpadeando, y la tensión en su rostro se disolvió lentamente.

-Nunca lo pensé... -susurró con una sonrisa suave-. Solo... quiero que tú me digas las cosas. Quiero que confíes en mí.

El corazón de Alastor se encogió con la dulzura de ese momento, y lo abrazó con más fuerza, enterrando su rostro en el cuello de Vicent. Quería decir tantas cosas, pero las palabras parecían demasiado insignificantes para expresar lo que sentía. Así que simplemente permaneció ahí, sosteniéndolo, dejando que ese abrazo lo dijera todo.

Después de un rato, se apartaron lo suficiente como para que Alastor se girara hacia el peluche. Sus ojos brillaban con curiosidad y emoción. Lo observó con detenimiento, inclinando la cabeza hacia un lado como un niño que acaba de descubrir el juguete más increíble del mundo.

-¿Te gusta? -preguntó Vicent, con una sonrisa satisfecha al ver la expresión de Alastor. Era raro verlo así, tan... genuinamente emocionado por algo tan simple. Y, a decir verdad, esa imagen lo llenaba de una calidez indescriptible.

-¿Gustarme? ¡Me encanta! -respondió Alastor, y soltándose de su abrazo, corrió hacia el peluche. El ciervo era enorme, casi tan alto como él, con un hocico adorablemente redondeado y orejas grandes que sobresalían a cada lado. Alastor giró a su alrededor, inspeccionándolo desde todos los ángulos, tocando su suave pelaje con las yemas de los dedos y riendo cada vez que descubrían un detalle nuevo.

-¡Mira estas patitas! -exclamó, y Vicent tuvo que contenerse para no estallar en carcajadas. Alastor estaba inclinado, levantando una de las patas delanteras del peluche como si fuera lo más fascinante del mundo-. ¡Son tan esponjosas!

Vicent se cruzó de brazos, observándolo con una sonrisa de pura adoración. Ver a Alastor tan animado, tan... vulnerablemente feliz, hacía que todo valiera la pena. La rabia, los celos, el malentendido... todo se desvanecía al ver esa chispa de alegría en sus ojos.

-Sabía que te gustaría -murmuró, y cuando Alastor giró para mirarlo, él se inclinó hacia adelante y le dio un beso en la frente-. Aunque no pensé que te emocionarías tanto.

-¿Qué dices? -rió Alastor, abrazando el cuello del ciervo y apoyando su mejilla en el suave pelaje-. ¡Es perfecto!

Se quedaron ahí un rato más, Alastor explorando cada rincón del peluche gigante y Vicent disfrutando cada segundo de su reacción. Pero entonces, el viento comenzó a soplar con más fuerza, y una ráfaga fría les recordó que la noche estaba avanzando.

-Debería entrar... -murmuró Alastor, dándose cuenta de que el tiempo había pasado volando. Miró a Vicent, un destello de tristeza en sus ojos-. Pero gracias, Vicent. De verdad... Esto significa mucho para mí.

-Todo por ti, Alastor -respondió Vicent con una sonrisa suave. Se inclinó, dándole un beso ligero, suave y lleno de promesas-. Nos vemos mañana.

Alastor asintió, y con un último abrazo, se despidieron. Pero esta vez, cuando Alastor entró a la casa, no lo hizo solo. Tirando con cuidado del enorme peluche, lo arrastró por la puerta, riendo suavemente al intentar acomodarlo en el pequeño espacio del vestíbulo.

-Oh, vaya, vaya... -La voz burlona de su madre resonó desde la cocina, haciéndolo detenerse en seco-. Así que ese era el "alguien" que te estaba esperando afuera.

Alastor se sonrojó, mirando a su madre con los ojos entrecerrados.

-No es lo que piensas... -comenzó, pero ella ya estaba riendo.

-Claro, claro... Un regalo de amor, ¿no? -se burló, limpiándose las manos con un trapo-. Y mírate, arrastrando ese peluche con tanto cariño. ¡Parece que quieres dormir con él!

Alastor abrió la boca para protestar, pero las palabras murieron en su garganta. Porque, para su horror, su madre estaba en lo cierto. Se había encariñado con el peluche mucho más de lo que esperaba. Pero... ¿cómo podía no hacerlo? Cada vez que lo miraba, solo podía pensar en Vicent. En el esfuerzo que había hecho para compensarlo, en la forma en que lo había mirado cuando pensaba que lo iba a rechazar. El peluche era grande y ridículo, pero también era... adorable. Como Vicent.

Murmurando algo incoherente sobre "no querer discutir", se apresuró a subir las escaleras, arrastrando al ciervo con él. Lo acomodó con cuidado junto a la cabecera de su cama, sus grandes ojos negros observándolo con una especie de ternura silenciosa.

-Supongo que... eres Vicent ahora, ¿eh? -murmuró, sintiéndose un poco tonto. Se inclinó hacia adelante, acariciando suavemente el hocico del peluche con una sonrisa-. Me cuidarás cuando él no esté.

La idea de besar un peluche le habría parecido absurda en cualquier otro momento, pero en ese instante... se inclinó, plantando un pequeño beso al ciervo de peluche, imaginando que era Vicent el que estaba ahí, sonriendo de esa manera que solo él sabía.

Pero entonces, la puerta de su habitación sonó, y su madre asomó la cabeza con una sonrisa traviesa.

-Ya sabía que te gustaba, pero no imaginaba que tanto... -dijo, su voz llena de diversión.

Alastor se quedó congelado, el rostro rojo como un tomate. ¡Lo había visto! Se apartó rápidamente del peluche, balbuceando excusas, pero su madre solo se rió más fuerte, disfrutando cada segundo de su incomodidad.

-¡Mamá! -protestó, cubriéndose la cara-. ¡Déjame en paz!

Ella levantó las manos en señal de rendición, todavía riendo.

-Está bien, está bien... ¡Dulces sueños con tu ciervo!

Alastor soltó un gemido de frustración cuando ella se fue, cerrando la puerta con suavidad. Se giró hacia el peluche, aún sonrojado.

-¡Esto es culpa tuya! -gruñó, pero no pudo evitar sonreír al decirlo.

Se recostó en la cama, estirando una mano para rozar suavemente la pata del peluche antes de apagar la luz. Sus ojos se cerraron lentamente, y el mundo comenzó a desvanecerse en la oscuridad.

-Buenas noches, Vicent... -susurró, y, acurrucado cerca del peluche, se dejó llevar por el sueño, una pequeña sonrisa aún danzando en sus labios.

๋࣭  ⭑[𝒞𝑜𝓊𝓅𝓁𝑒 - 𝓈𝒽𝑜𝓇𝓉]  ๋࣭ ⭑ Radiostatic/StaticradioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora