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Feli había trabajado como camarera en el pequeño restaurante "La Luna" durante años. Era un lugar acogedor, conocido por su ambiente cálido y comida casera. Feli, siempre con una sonrisa en el rostro, había aprendido a equilibrar su trabajo y la crianza de su hijo de cuatro años, Teo. Aunque la vida no era fácil, estaba orgullosa de lo que había logrado.
Un día, durante uno de sus turnos nocturnos, entró Victoria al restaurante. Victoria era una cantante reconocida en la música, una mujer con una presencia arrolladora y una voz que podía detener el tiempo. Feli la había atendido con nerviosismo, pero algo en sus breves intercambios de palabras dejó una chispa entre ellas. Victoria empezó a visitar el restaurante con frecuencia, y entre miradas y conversaciones furtivas, las dos se acercaron cada vez más. Un día, finalmente, Victoria la invitó a salir.
Durante semanas, compartieron momentos llenos de risas, canciones y paseos tranquilos. Sin embargo, Feli aún no se había atrevido a contarle sobre Teo. Tenía miedo de que su situación espantara a Victoria.
Todo parecía ir bien hasta aquella noche. El restaurante estaba lleno, y Feli, como siempre, manejaba las mesas con gracia y eficiencia. Pero cuando levantó la vista hacia una de las nuevas mesas, su corazón se encogió. Allí estaba Victoria, pero no sola. A su lado, una mujer morena, alta y de actitud arrogante, le sonreía con confianza.
Feli se acercó para tomar la orden, obligándose a mantener un tono profesional. Victoria la miró, visiblemente incómoda. —Hola, Feli —dijo Victoria, su voz apenas un susurro.
Feli asintió, fría, y respondió: —¿Qué van a ordenar esta noche?
La morena soltó una carcajada y, antes de que Victoria pudiera contestar, se inclinó hacia ella. —Nosotras queremos milanesas con puré —le dijo, sentándose descaradamente en el regazo de Victoria.
Victoria trató de apartarla suavemente. —Sofía, por favor, compórtate —murmuró, mirando a Feli con una mezcla de disculpa y vergüenza.
Pero Feli ya había anotado lo necesario. —Ahora vuelvo con sus órdenes —dijo, dando media vuelta sin mirar atrás.
Cuando terminó su turno, pidió permiso a sus jefes para irse temprano. Esa noche, apenas pudo dormir.
Al día siguiente, decidió llevar a Teo al trabajo. El pequeño solía alegrar su día y le recordaba por qué luchaba tanto. Durante su descanso, Feli se sentó en una esquina del restaurante para darle de comer.