Nefera De Nile

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Nefera De Nile

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La noche había caído sobre la antigua mansión de los Nile, y las estrellas colgaban en el cielo como joyas brillantes, pero ninguna más deslumbrante que la luna llena, que iluminaba con su luz plateada el patio trasero del palacio. En el interior, Nefera de Nile caminaba lentamente por los pasillos, su rostro marcado por la preocupación. El eco de sus pasos resonaba sobre el mármol, y el sonido de su coleta de cabellera azabache moviéndose con cada paso se mezclaba con los murmullos lejanos de las discusiones dentro del salón. Una vez más, una discusión con mi padre, pensó Nefera, su ceño fruncido y su mirada fija en el suelo mientras trataba de calmar la furia que sentía por el trato que había recibido.

Años de exigencia, de perfección sin margen para el error, y las expectativas de un futuro inminente que la presionaban hasta el punto de hacerle sentir que se desmoronaba. ¿Qué más podía hacer? Ella era la hija de Ramses de Nile, el príncipe heredero de la familia más poderosa de todo el desierto. Su lugar estaba sellado, pero la idea de tener que ser perfecta todos los días la desgarraba por dentro.

Cleo, su hermana, siempre a su lado, siempre en su sombra. Ella, que siempre parecía encontrar un modo de sobresalir con su propia luz, para Nefera eso era un desafío constante. Y, además, lo que más la atormentaba: la sensación de que, a pesar de su perfección, a pesar de todo lo que era, su propio padre no veía en ella la hija que deseaba.

Al salir al balcón del jardín, Nefera se recargó en la baranda, mirando la luna como si pudiera encontrar en ella las respuestas que tanto ansiaba. La fría brisa de la noche movió sus cabellos y la hizo temblar, pero no era suficiente para apaciguar el fuego dentro de ella. Quizás si fuera más... pensaba, pero una figura que se acercaba por el jardín la sacó de su torbellino de pensamientos.

Era T/N, la sirvienta que había estado con los Nile por años. Nadie la veía, nadie la escuchaba, pero siempre estaba allí, como una sombra que se deslizaba entre los recovecos del palacio. T/N siempre había observado, con una mezcla de respeto y curiosidad, la relación entre Nefera y su padre. Y aunque no era de la familia, sabía bien lo que ocurría entre esos muros. Había visto las discusiones, las risas, las lágrimas de la princesa. En un principio, había mantenido su distancia, pero con el tiempo, la joven sirvienta había llegado a comprender mucho más de lo que sus propios ojos podían ver.

Cuando T/N vio a Nefera en el balcón, su rostro de perfección rota y su postura rígida, supo que debía acercarse. No era su lugar, no era su tarea, pero había algo en la tristeza que envolvía a la princesa que la movió a dar un paso al frente. Con sigilo, se acercó a ella, sosteniendo una copa de cristal con el brebaje favorito de la momia. El olor dulce de las flores del desierto se mezclaba con la cálida brisa de la noche, creando un contraste único entre la belleza del lugar y el sufrimiento interno de Nefera.

T/N se detuvo a unos metros, observando a la princesa que no parecía haber notado su presencia. Su mirada fija en la luna reflejaba una melancolía profunda. A pesar de la distancia, la sirvienta sintió la necesidad de hacer algo por ella, aunque fuera un pequeño gesto.


—Nefera... —Dijo en voz baja, casi como un susurro.


Nefera se sobresaltó al escuchar su nombre. No estaba acostumbrada a que alguien la llamara de manera tan directa, especialmente una sirvienta. Pero cuando giró hacia ella, vio a T/N con una copa en las manos y una mirada sincera de preocupación. Por un momento, se quedó quieta, sin saber qué decir. Pero algo en la expresión de T/N la hizo bajar la guardia.


—Sé que no es mi lugar... —Continuó T/N, dando un paso más hacia ella, pero sin llegar a invadir su espacio personal—Pero pensé que quizás... te gustaría tomar algo para calmarte.


Nefera la miró detenidamente, los ojos púrpuras brillando con una mezcla de curiosidad y desconfianza. T/N nunca había hablado con ella de esa forma, con tanta cercanía y suavidad. Era raro, incluso incómodo, pero a la vez, había algo en ese gesto que la tocaba de una manera que no había experimentado antes.


—¿Qué sabes tú de mí? —Preguntó Nefera con una voz rasposa, casi desafiante.


T/N se mantuvo serena, aunque el nerviosismo comenzaba a aflorar en sus entrañas; pero había algo en su interior que le decía que debía seguir adelante, que debía hacer lo que fuera para darle a Nefera el consuelo que parecía necesitar tanto.


—He estado aquí mucho tiempo... —Respondió con calma, sin apartar la mirada—He visto muchas cosas. Y, aunque no forme parte de esta familia, he aprendido que todos, incluso los más fuertes, tienen momentos de fragilidad.


Nefera se quedó en silencio por un largo momento. Las palabras de T/N no eran un reproche, ni un intento de consuelo vacío. Eran simplemente... verdad. Y, por primera vez en mucho tiempo, la princesa de los Nile se permitió sentir algo que no era enojo ni desesperación: vulnerabilidad.


—¿Y tú qué sabes de lo que es ser fuerte? —Le preguntó Nefera, su tono un poco más suave, pero todavía cargado de esa carga emocional que llevaba dentro.


T/N levantó la copa hacia ella, ofreciéndola con una leve sonrisa.


—Sé lo que es estar ahí para alguien, incluso cuando no te lo piden. Sé lo que es ver el dolor en los ojos de una persona y, aunque no puedas cambiarlo, ofrecerle un poco de paz.


Nefera miró la copa y, por un momento, consideró rechazarla. Pero algo en la serenidad de T/N, algo en su presencia calmada, la hizo aceptar el gesto. Tomó la copa con delicadeza, sin palabras, solo mirándola a los ojos por un instante.

La luna siguió brillando sobre ellas, mientras el sonido lejano del viento parecía cantar una melodía triste pero esperanzadora. T/N se quedó allí, junto a la princesa, en silencio, como una sombra que brindaba consuelo sin pedir nada a cambio. Aunque la sirvienta no era parte de la familia real, ese momento, esa conexión fugaz, parecía romper todas las barreras sociales y emocionales que las separaban.


—Gracias T/N... —Murmuró finalmente Nefera, casi sin darse cuenta. La frase salió de sus labios con una suavidad que sorprendió incluso a la joven sirvienta.


El tiempo pareció detenerse, y por un breve instante, las estrellas parecieron brillar un poco más fuerte, reflejando la rara sensación de alivio que ambas compartieron bajo la luz de la luna.

Monster High - One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora