Es la hora.

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Fije la vista en mis manos, temblorosas, que sujetaban exactamente 26 pastillas. Respiré hondo y limpie mis abundantes lágrimas. Acalle un sollozo y alce mi mano a la altura de mi boca.

Es la hora.

Las metí todas de una vez, sin dudar. Bebí un poco de agua y las trague.

Las lágrimas seguían cayendo sin parar, bañando mi pálido rostro, pero no estaba triste, solo vacía, cansada.

Pero ahora descansaré por siempre.

Miré por última vez todo aquello que me rodeaba y deseé que cualquiera que encontrase mi cuerpo sin vida, se tomase el tiempo para leer mis últimas palabras plasmadas en una hoja  de papel.

Lo siento.

Cerré mis ojos y, simplemente, me dejé ir al sueño eterno.

Drabbles.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora