•CAPÍTULO 65•

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—¿Qué tal si salimos a navegar ahora mismo? Me he cansado de estar parado en ésta orilla por días

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—¿Qué tal si salimos a navegar ahora mismo? Me he cansado de estar parado en ésta orilla por días.

—Me parece perfecto.—le sonrío.—Benicio me ha llamado doce veces en las últimas dos horas, contesto las llamadas pero no hay suficiente señal.—le informo, frunce el ceño de inmediato.

—Robert ha quedado en avisar en la clínica que sufriste un atentado a tu coche, y que tuviste que irte de viaje por unos días. Estás justificada, ya que él no lo entienda deberé hablar personalmente.—sus ojos se oscurecen.

—No hace falta.—tomo su mano.—Estoy contigo y es lo único que necesito en este momento.—me coloco de puntillas y le doy un corto beso.

—Vamos a ponerla en marcha, entonces.

Escarba en un cofre y saca un chaleco salvavidas rojo brillante.

—Aquí.—lo pone por mí cabeza, tensa todas las correas, una leve sonrisa jugando en sus labios.

—Amas atarme, ¿verdad?

—De cualquier forma.—dice, una sonrisa maliciosa en sus labios.

—Eres un pervertido.

—Lo sé.—levanta sus cejas y su sonrisa se ensancha.

—Mi pervertido.—murmuro.

—Sí, tuyo.

Una vez asegurada, agarra los lados de la chaqueta y me besa.

—Siempre.—respira, luego me suelta antes que tenga la posibilidad de responder.

¡Siempre! Santa mierda.

—Vamos.—toma mi mano y me conduce afuera, subiendo unos escalones, y hacia el piso superior a una pequeña cabina que alberga un gran timón y un elevado asiento. En la proa del barco, el capitán está haciendo algo con las sogas.

—¿Es aquí dónde aprendiste todos tus trucos de cuerda?—pregunto a Ruggero inocentemente.

—Los clavos de amarre han venido muy bien.—dice, mirándome valorativamente.—Señorita Sevilla, suena curiosa. Me gusta tu curiosidad, nena. Estaré más que feliz de demostrar qué puedo hacer con una cuerda.—me sonríe, y lo miro de vuelta sin inmutarme como si me hubiera disgustado. Su cara decae.

—Te tengo.—sonrío. Su boca se tuerce y estrecha sus ojos.

—Voy a tener que tratar contigo más tarde, pero justo ahora, tengo que manejar mi bote.—se sienta en los controles, presiona un botón, el motor ruge.

El capitán viene arrimándose por el lado del barco, sonriéndome, y salta a la cubierta inferior donde comienza a desatar la soga. Quizás él sabe algunos trucos con cuerdas también. La idea surge inoportuna en mi cabeza y me sonrojo. Mi subconsciente me mira. Mentalmente me encojo de hombros hacia ella y miro a Ruggero, culpo a cincuenta. Levanta el receptor y radio llamando a los guardacostas mientras el capitán dice que estamos listos para ir.

Una vez más, estoy deslumbrada por la experiencia de Ruggero. Es tan competente. ¿No hay nada que este hombre no pueda hacer? Luego recuerdo su serio intento de cortar y picar un pimiento en mi apartamento el viernes. El recuerdo me hace sonreír. Lentamente, Ruggero saca a The Antonella fuera de su amarradero y hacia la entrada del puerto.

Detrás de nosotros una pequeña multitud se ha reunido en el muelle para ver nuestra partida. Niños pequeños están saludando, y les devuelvo el saludo. Ruggero mira sobre su hombro, luego me tira entre sus piernas y señala varios diales y aparatos en la cabina del piloto.

—Toma el timón.—ordena, mandón como siempre, pero hago lo que me dijo.

—¡Sí, sí, capitán!—río.

Colocando las manos cómodamente sobre las mías, continúa dirigiendo nuestro rumbo fuera de la marina, y en pocos minutos, estamos en mar abierto, golpeando dentro de las frías agua azules del Estrecho de Puget. Lejos de la sombra de la pared de protección de la marina, el viento es más fuerte, y los tonos del mar ruedan debajo de nosotros.
No puedo evitar sonreír, sientiendo la emoción de Ruggero, esto es tan divertido. Hacemos una gran curva hasta que nos estamos dirigiendo hacia el oeste, hacia la península olímpica con el viento detrás de nosotros.

—Salimos a tiempo.—dice Ruggero, emocionado.—Aquí, tómala. Mantenla en este rumbo.

¿Qué?

Sonríe, reaccionando ante el horror en mi cara.

—Nena, es realmente fácil. Sostén el timón y mantén tu mirada en el horizonte sobre el arco. Los vas a hacer genial, siempre lo haces. Cuando las velas suban, sentirás el arrastre. Sólo tienes que mantenerla constante. Voy a indicarte como.—hace un movimiento de recorte a través de su garganta—, y puedes cortar los motores. Con este botón de aquí.—señala a un botón negro de gran tamaño.—¿Entiendes?

—Sí.—asiento frenéticamente, sintiendo pánico.

¡Jesús, esperaba no hacer nada!

¡Santo cielo, este barco se puede mover!

Me mantengo firme, agarrando el timón, luchando contra él, y Ruggero está detrás de mí una vez más, sus manos sobre las mías.

—¿Qué piensas?—grita por encima del sonido del viento y el mar.

—¡Ruggero! Esto es fantástico.

Rebosa de alegría, con una sonrisa de oreja a oreja. Soy más que dichosa, el viento choca contra mi rostro y pienso...

Cuánto te amo Ruggero Pasquarelli.

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora