•CAPÍTULO 50•

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—Karol...—murmura contra mis labios.

Las bolas en mi interior hacen que apriete los muslos. Ruggero lo nota y sonríe provocador.

—Vamos a sentarnos, no quiero que esas bolas de plata hagan efecto por ahora.

—¡Señoras y señores!—el maestro de ceremonias, vestiendo una impresionante máscara de arlequín en blanco y negro, nos interrumpe.—Por favor, tomen asiento. La cena está servida.

Ruggero toma mi mano y seguimos a la ruidosa multitud hacia la gran carpa. El interior es impresionante. Tres enormes, achatados candelabros arrojan destellos multicolores sobre el forro de seda de marfil que reviste el techo y las paredes.
Debe haber por lo menos treinta mesas, y me recuerdan al comedor privado de los Pasquarelli, vasos de cristal, telas de lino blanco que cubren mesas y sillas, y en el centro, una pantalla exquisita de peonías rosadas pálidas que se  reunían alrededor de un candelabro de plata. Envuelta en gasas de sad junto a él esta una cesta de golosinas.

Ruggero consulta el plano de la sala y me lleva a una mesa en el centro. Lucía, Antonella y Bruno ya están en el lugar, enfrascados en una conversación con un joven que no conozco y mi hermano. Ellos se ven radiantes, para nada estresados, y me saludan cordialmente.

—Karol, ¡qué encantador volverte a ver! Y luciendo tan hermosa, también.

—Padre.—lo saluda Ruggero con rigidez y estrechan sus manos.

—Oh, Ruggero, ¡tan formal!—él lo regaña bromeando.—Ven aquí, hijo.—extiende sus brazos y Ruggero regañadientes se mete entre ellos.

Los padres de Antonella, el Sr. y la Sra. Di Pascuale, se unen a nuestra mesa. Lucen exuberantes y juveniles, aunque es difícil decir por debajo de sus máscaras de bronce a juego. Ellos están encantados de ver a Ruggero.

—Abuela, abuelo, ¿les puedo presentar a Karol Sevilla?

La señora Di Pasquale estalla sobre mí como una erupción.

—¡Oh, hasta que finalmente has encontrado a alguien! ¡Qué maravilloso y es tan bella! Bueno, espero que hagas de él un hombre de bien.—dice a borbotones, estrechando mi mano.

¡Santo cielo!

Doy las gracias a los cielos por mí máscara.

—Madre, no avergüences a Karol.—Antonella viene a mi rescate.

—No hagas caso de la señora por favor, querida.—el Sr. Di Pascuale estrecha mi mano.—Piensa que como es  tan vieja, tiene el derecho divino de decir cualquier tontería que se le venga a esa confusa cabeza de ella.

De pronto, hay un chiflido en el micrófono, y la voz de los altavoces, provocando que la algarabía de voces de apagará. Bruno se para en un pequeño escenario en un extremo de la carpa, llevando una impresionante, máscara dorada que anteriormente no llevaba.

—Bienvenidos, damas y caballeros, a nuestro baile de caridad anual. Espero que ustedes disfruten de lo que hemos dispuesto para ustedes esta noche y que busquen en lo profundo de sus bolsillos para apoyar el trabajo fantástico que nuestro equipo hace con Pasquarelli Enterprises Holdings. Como ustedes saben, es una causa que es muy cercana al corazón de mí esposa, y al mío.
Veo disimuladamente con nerviosismo a Ruggero, quien veía impasible, creo, al escenario. Me mira y sonríe.

—Les dejo ahora con nuestro maestro de ceremonias. Por favor, siéntense y disfruten.—termina Bruno.

Un cortés aplauso sigue, entonces la algarabía en la tienda comienza de nuevo. Estoy sentada entre Ruggero y su abuelo. Admiro la pequeña tarjeta blanca a cabo con una fina caligrafía roja que lleva mi nombre mientras el camarero enciende las luces de los candelabros con una vela larga.

—Señoras y señores, por favor, nombren a un jefe de mesa.—dice el maestro de ceremonia en voz alta.

—Oh, ¡yo, yo!—dice Luci inmediatamente, saltando con entusiasmo en su asiento.

—En el centro de la mesa se encuentra un sobre.— continua.—.Donde todos podrán pedir, robar k pedir prestado un billete de la más alta denominación que puedan manejar, escriben su nombre en él, y lo colocan dentro del sobre. Los jefes de mesa, por favor guardan los sobres con cuidado. Vamos a necesitarlos más adelante.

Maldición. No había traído nada de dinero conmigo. ¡Cuán estúpida... es un evento de caridad!

Alcanzando su cartera,  Ruggero saca dos billetes de cien.

—Aquí tienes.—dice.

¿Qué?

—Te pagaré.—susurré.

Su boca se tuerce un poco, y sé que él no está feliz, pero no comenta. Yo firmo con mi nombre usando la pluma, es negra, con un adorno de flor blanca en la tapa, y Luci pasa a la ronda del sobre.

Frente a mí encuentro otra tarjeta con caligrafía plateada, nuestro menú.

Diez servidores, cada uno con un plato, vienen a interponerse entre nosotros

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Diez servidores, cada uno con un plato, vienen a interponerse entre nosotros. En una señal silenciosa, nos sirven nuestras entradas en completa sincronización, luego desaparecen de nuevo. El salmón se ve delicioso, y me doy cuenta que estoy muerta de hambre.

—¿Hambrienta?—murmura Ruggero para que solo yo puedo oírlo. Sé que no se está refiriendo a la comida, y el músculo en lo profundo de mi vientre responde.

—Mucho.—susurro, audazmente encontrándome con su mirada, y los labios de Ruggero se separan mientras inhala.

¡Ja! Ves... los dos podemos jugar a este juego.

El abuelo de Ruggero me involucra en la conversación inmediatamente. Es un hombre mayor maravilloso, muy orgulloso de su hija y sus tres hijos. Es extraño pensar en Ruggero como en un niño. El recuerdo de las cicatrices de sus quemaduras viene espontáneamente a mi mente, pero rápidamente se anulan. No quiero pensar en eso ahora, sin embargo, irónicamente, es la razón detrás de esta fiesta

Deseo que Valen este aquí con Michael. Encajaría tan bien, el gran número de tenedores  y cuchillos dispuestos frente a ella no intimidarían a Valen, ella regiría la mesa. Me la imagino enzarzada en combate con Luci sobre quién debería ser el jefe de mesa. La idea me hace sonreír.

Durante una conversación, Luci se inclina y sonríe.

—Karol, ¿ayudarás en la subasta?

Miro a Ruggero, niega con la cabeza. Tiene el ceño fruncido, y choca frontalmente sus dedos contra la mesa.

—Claro que sí.

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora