•CAPÍTULO 64•

7K 409 44
                                    

—Sí. Te amo.

+++

No puedo contener mi júbilo. Mi subconsciente me traiciona con mi boca abierta en el silencio atónito, y pongo una sonrisa de las que dividen la cara mientras miro con nostalgia hacia los amplios ojos torturados de Ruggero.

Su confesión suave y dulce me llama en algún nivel profundo y elemental, como si estuviera buscando indulgencia; sus tres pequeñas palabras son mi regalo del cielo. Lágrimas picaron en mis ojos una vez más. Sí, lo haces. Sé que lo haces. Es una compresión liberadora, como si hubiese dejado de lado una carga. Este hermoso, loco hombre, a quien alguna vez pensé como mi héroe romántico, fuerte, solitario, misterioso, posee todas estas características, pero también es frágil y enajenado y lleno de odio hacia sí mismo. Mi corazón se llena no solo de alegría, sino también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo suficientemente grande para los dos. Espero que sea lo suficientemente grande para los dos.

Levanto los brazos para sujetar a su querido, hermoso rostro y besarlo suavemente, vertiendo todo el amor que siento en esta dulce conexión. Quiero devorarlo debajo de la cascada de agua caliente. Ruggero gime y me rodea con sus brazos, sosteniéndome como si yo fuera el aire que necesita respirar.

—Oh, Karol.—susurra con voz quebrada.—Te deseo, pero no aquí.

—Sí.—murmuro fervientemente en su boca.

Él cierra la ducha y toma mi mano, sacándome y envolviéndome en mi bata de baño. Agarrando una toalla, la envuelve alrededor de su cintura, luego toma una más pequeña y comienza a secar suavemente mi cabello. Cuando está satisfecho, enrolla la toalla alrededor de mí cabeza de modo que cuando me veo en el gran espejo sobre el lavabo parece que estuviese usando un velo. Él está de pie detrás de mí y nuestros ojos se encuentran en el espejo, de un gris provocativo a un brillante azul, y eso me da una idea.

—¿Puedo corresponderte?—pregunto.

Él asiente, aunque su frente se arruga. Busco otra toalla de la gran cantidad de suaves toallas apiladas junto a la cómoda y parándome frente a él de puntillas, empiezo a secarle el cabello. Se inclina hacia adelante, haciendo el proceso más fácil, y mientras aprovecho la oportunidad de vislumbrar su rostro debajo de la toalla, veo que está sonriéndome como un niño pequeño.

—Hace tiempo que nadie hace esto por mí. Mucho tiempo.—murmura, pero luego frunce el ceño.—De hecho creo que nadie ha secado mi cabello jamás.

—Seguramente Antonella lo hizo, ¿secarte el cabello cuando eras pequeño?—sacude la cabeza, lo que dificulta mi progreso.

—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, a pesar de que era doloroso para ella. Yo era muy autosuficiente de niño.—dice en voz baja.

Siento una patada en las costillas mientras pienso en un pequeño niño de cabello rizado cuidando de sí mismo porque no le importaba a nadie más. La idea es asquerosamente triste. Pero no quiero que mi melancolía dañe esta floreciente intimidad.

—Bueno, me siento honrada.—me burlo de él cuidadosamente.

—Ahí lo tiene, señorita Sevilla. O tal vez soy yo quien se siente honrado.

—Eso es evidente, Sr. Pasquarelli.—respondo con aspereza.

Termino con su cabello, busco otra toalla y me muevo alrededor hasta quedar detrás de él. Nuestros ojos se encuentran de nuevo en el espejo y su mirada vigilante e interrogante me obliga a hablar.

—¿Puedo probar algo?

Después de un momento, él asiente. Con mucho cuidado y muy suavemente, corro el paño suave hacia su brazo izquierdo, tomando el agua que se ha moldeado en su piel. Mirando hacia arriba, compruebo su expresión en el espejo. Parpadea hacia mí, sus ojos ardiendo en los míos.

Me inclino hacia adelante y beso sus bíceps, y una parte de sus labios se curva. Le saco el otro brazo de una manera similar, dándole pequeños besos alrededor de sus bíceps, y una pequeña sonrisa juega en sus labios. Con cuidado, limpio su espalda para quitar la línea de lápiz labial que todavía es visible. No había dado la vuelta para lavarle la espalda.

—Toda la espalda.—dice en voz baja.—con la toalla.—él toma una bocanada de aire y aprieta sus ojos mientras lo seco, cuidadosa en tocarlo sólo con la toalla.

Él tiene una espalda tan amplia y atractiva, hombros esculpidos, todos los pequeños músculos bien definidos. Realmente se ocupa de sí mismo. La hermosa viste se ve ensombrecida solo por sus cicatrices.

Con dificultad, las ignoro y reprimo mi abrumadora necesidad de besar todas y cada una de ellas. Cuando termino él exhala, y me inclino hacia delante recompensándolo con un beso en el hombro. Poniendo mis brazos a su alrededor, le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran una vez más en el espejo, tiene una expresión divertida pero también cuidadosa.

—Sostén esto.—le doy una pequeña toalla facial y él me frunce el ceño, desconcertado.—¿Recuerdas cuando estábamos en México? Me hiciste tocarme usando tus manos.—agrego.

Su rostro se oscureció, pero ignoro su reacción y pongo mis brazos a su alrededor. Mirándonos a los dos en el espejo, su belleza, su desnudes y yo con el cabello cubierto, lucimos casi bíblicos, como una antigua pintura barroca del antiguo testamento.

Busco su mano, la cual me confía de buena gana y lo guío hacia su pecho, secándolo, tocándolo con la toalla suavemente, con torpeza a través de su cuerpo.

Una vez, dos veces, una vez más. Él está completamente inmovilizado, rígido por la tensión, a excepción de sus ojos, que siguen mi mano apretada contra la suya.

Mi subconsciente mira con aprobación, su habitual boca fruncida, sonriendo, y yo soy la suprema titiritera. La preocupación ondula su espalda en olas, pero mantiene el contacto visual, a pesar de que sus ojos se oscurecen, son más mortales. Tal vez mostrando sus secretos.

¿Es éste el lugar al que quiero ir? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?

Creo que ya estás seco.—le susurro dejando caer mi mano, mirando la profundidad en sus ojos mieles en el espejo. Su respiración se acelera, los labios entreabiertos.

—Te necesito, Karol.—susurra.

—Yo también te necesito.—y mientras digo esas palabras, me llama la atención cuán reales son.

No puedo imaginarme estando sin Ruggero, nunca.

—Déjame amarte.—dice con voz quebrada.

—Sí.—le respondo, y girando me transporta en sus brazos, sus labios buscando los míos, rogándome, adorándome, acariciándome... amándome.

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora