•CAPÍTULO 23•

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Ruggero alza una mano con una expresión de “deshaz esto ahora” y su boca se retuerce en esa forma totalmente sexy y desafiante que tiene.
Oh, gemelos. Tomo su muñeca y libero el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en caligrafía sencilla, y luego quito el otro. Cuando
termino lo miro, y su mirada de diversión ha desaparecido, remplazada por algo más caliente… mucho más caliente. Me estiro y le quito la camisa de los hombros, dejándola caer al piso.

—¿Listo? —susurro.

—Para lo que quieras, Karol.

Mis ojos pasan de los suyos a sus labios. Abiertos para que pueda respirar mejor. Esculpidos, rellenos, lo que sea, es una boca hermosa y él sabe
exactamente qué hacer con ella. Me encuentro inclinándome para besarlos.

—No —dice, y pone ambas manos en mis hombros—. No, si lo haces, jamás me cortarás el pelo.

¡Oh!

—Quiero esto—continúa. Y sus ojos están muy abiertos por algún motivo. Es desesperante.

—¿Por qué? —susurro.

Me mira un segundo, y abre más los ojos. —Porque me hará sentir querido. Mi corazón se salta un latido. Oh, Ruggero… mi Cincuenta. Y antes de saberlo lo envuelvo en mis brazos y le beso el pecho antes de acariciar con mi mejilla en vello de su pecho.

—Karol. Mi Karol—susurra. Envuelve sus brazos a mí alrededor y nos quedamos inmóviles, sosteniéndonos en el baño. Oh, como amo estar en
sus brazos. Incluso si es un imbécil, insoportable y megalomaníaco, es mi imbécil, insoportable y megalomaníaco que necesita una dosis de por vida
de TLC. Retrocedo sin soltarlo.

—¿Realmente quieres hacer esto?—asiente y me sonríe tímidamente. Le devuelvo la sonrisa y me libero de su abrazo.

—Entonces sentado—repito. Dudosamente obedece, sentándose de espaldas al lava manos. Me quito
los zapatos y los dejo cerca de su camisa en el piso. Saco su champú Chanel de la ducha. Lo compramos en Francia.

—¿Le gustaría este señor? —lo sostengo con ambas manos como que estoy vendiendolo en QVC11—. Entregado en sus manos desde el Sur de Francia. Me gusta el olor de este… huele a ti—añado en un susurro, olvidándome de la voz de locutora.

—Por favor—sonríe. Tomo una toalla del toallero. La señora Jones sí que sabe mantenerlas suaves.

—Inclínate hacia delante—ordeno y Ruggero obedece. Dejando la toalla en sus hombros, me vuelvo hacia el lava manos y lo lleno con agua tibia.

—Recuéstate.

Oh, me gusta estar a cargo.

Ruggero se reclina, pero es demasiado alto. Lleva la silla más adelante y luego se reclina hasta que su
cabeza toca la mesada. Distancia perfecta. Ladea su cabeza hacia atrás. Sus ojos audaces me miran, y sonrío. Tomando uno de los vasitos que dejamos junto al lava manos, lo lleno de agua y la dejo caer en la cabeza de Ruggero, mojando su cabello. Repito el proceso, inclinándome sobre él.

—Hueles tan bien, señora Pasquarelli —murmura y cierra los ojos. Mientras mojo metódicamente su cabello, lo miro libremente. Santa vaca.

¿Alguna vez me cansaré de esto? Largas oscuras pestañas que hacen sombras en sus mejillas; labios levemente abiertos, formando una hermosa forma de diamante, e inhala suavemente. Hmm… cómo ansío
meter mi lengua… Le entra agua en los ojos.

¡Mierda!

—¡Lo lamento!—agarra la esquina de la toalla y rie mientras seca el agua en sus ojos.

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora