•CAPÍTULO 47•

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¿El apartamento?

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—No. Específicamente. Estaba pensando en el mapa del tesoro que había dibujado para ti.—mis dedos pican por tocarlo.

Sus cejas se alzan en sorpresa, y parpadea inseguro. Froto mi nariz contra la suya.

—¿Y que implicaría exactamente eso, señorita Sevilla?

Alzo mi mano de su hombro y deslizo mis yemas en su cara.

—Quiero tocarte en todos los lugares que me están permitidos.

Ruggero atrapa mi dedo índice en sus dientes, mordiéndolo suavemente.

—Au.—protesto y sonríe, un suave gruñido saliendo de su garganta.

—De acuerdo.—dice, soltando mi dedo, pero su voz está mezclada con aprensión.—Espera.—se acuesta a mi lado, alzándome de nuevo, y se quita el condón, dejándolo caer sin fijarse en el suelo al lado de la cama.

—Odio esas cosas. Tengo muchas ganas de llamar a la doctora Greys para que te ponga una inyección.

—¿Crees que la mejor ginecóloga en Seattle simplemente va a venir corriendo?

—Puedo ser muy persuasivo.—murmura, poniendo mi cabello detrás de mí oreja.—Lucio ha hecho un gran trabajo con tu cabello. Me gustan estas capas.

¿Qué?

Deja de cambiar el tema.

Me muevo de nuevo, ahora estoy sobre él, apoyándome en sus rodillas, mis pies a cada lado de sus caderas. Él se inclina hacia atrás con sus brazos.

—Toca.—dice sin humor. Luce nervioso, pero está tratando de esconderlo.

Manteniendo mis ojos en los suyos, me acerco y deslizo mi dedo debajo de la línea del lápiz labial, a través de sus finamente esculpidos músculos abdominales. Se estremece y me detengo.

—No tengo que...—susurro.

—No, está bien. Sólo toma un poco... de reajuste de mi parte. Nadie me ha tocado por un largo tiempo.—murmura.

—¿La señora Johnson?.—las palabras salen espontáneamente de mí boca, y sorprendentemente, me las arreglo para mantener toda la amargura y el rencor en mi voz

Él asiente, obviamente incómodo.

—No quiero hablar sobre ella. Agriará tu buena actitud.

—Puedo manejarlo.

—No, no puedes Karol. Te pones roja cada vez que la menciono. Mi pasado es mi pasado. Es un hecho. No puedo cambiarlo. Tengo suerte de que tú no lo tengas, porque me volvería loco que lo tuvieses. Frunce el ceño, pero no quiero pelear.

—¿Volverte loco? Más de lo que ya estás.—sonrió, esperando aligerar la atmósfera entre nosotros. Sus labios se contraen.

—Loco por tí.—susurra.—mi corazón se hincha de alegría.

—¿Llamo al doctor Óscar?

—No creo que eso sea necesario.—dice secamente.

Aún está resentido de que Óscar en México me haya hecho esos estudios. Recordando eso, no he parado a pensar en la posibilidad de que no pueda ser madre nunca. De ser infértil, agacho la mirada. Para Ruggero sería un alivio, ya que no quiere ser padre.

Hablando de él, se mueve hacia atrás de esta manera está sobre sus pies. Pongo mis dedos de nuevo en su vientre y dejo que se muevan a través de su piel. Se pone rígido de nuevo.

—Me gusta tocarte.—mis dedos patinan hasta su ombligo de su camino de la felicidad. Sus labios se parten mientras su respiración cambia, sus ojos se oscurecen y su erección despierta, y da tirones debajo de mí.

Mierda. Round dos.

—¿Otra vez?.—murmuro.—él sonríe.

—Oh, sí, señorita Sevilla, otra vez.

¡Qué deliciosa manera de pasar la tarde de sábado! Me paro bajo la ducha, lavándome distraídamente, cuidadosa se no mojar mi cabello rubio recogido, contemplando el último par de horas

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¡Qué deliciosa manera de pasar la tarde de sábado! Me paro bajo la ducha, lavándome distraídamente, cuidadosa se no mojar mi cabello rubio recogido, contemplando el último par de horas. Ruggero y la vainilla parecían llevarse bien. Está revelando mucho. Es asombroso, tratando de asimilar la info y reflexionar sobre lo aprendido: los detalles de su salario.—Wao... es apestosamente rico, y para alguien tan joven; es simplemente extraordinario— y los expedientes que tiene sobre mí y sobre todas sus sumisas pelirrojas. Me pregunto si están todas en ese archivador.

Mi subconsciente frunce los labios y sacude la cabeza—no vayas allí.—frunzo el ceño. ¿Sólo una rápida miradita?

Y ahí está Ana, con una pistola, potencialmente, en alguna parte y su gusto se mierda por la música aún en su iPod. Pero aún peor la señora Williams Johnson, no puedo enredar mi cabeza en ella, y no quiero. No quiero que sea un espectro de cabello brillante en nuestra relación. Él está en lo correcto, me voy hasta el fondo cuando pienso en ella, así que quizás es mejor que no lo haga.

Salto de la ducha y me seco, de repente estoy capturada por una ira inesperada. ¿Pero quién no lo haría? ¿Qué clase de persona cuerda y normal le haría eso a un niño de catorce años? ¿Cuándo ha contribuido ella a su mierda? No la entiendo. Y peor aún, él dice que ella lo ayudo. ¿Cómo?
Pienso en sus cicatrices, la física cruda encarnación de una horripilante niñez y un nauseabundo recuerdo de cicatrices mentales que debe soportar. Mi dulce, triste cincuenta sombras. Dijo cosas tan encantadoras hoy. Está loco por mí.

Mirándome reflexivamente, sonreí el recuerdo de sus palabras, mi corazón llenándose una vez más, y mi rostro se transforma en una ridícula sonrisa. Tal vez podemos hacer que esto funcione. Pero, ¿cuánto tiempo va a querer hacer esto sin tirar la mierda sobre mí, por cruzar alguna línea arbitraria?

Mi sonrisa se desvanece. Esto es lo que no sé. Esta es la sombra que cuelga entre nosotros. Peculiar mierda, sí, ¿puedo hacer eso, pero más? Mi subconsciente me mira fijamente sin comprender, por una vez sin ofrecer palabras de sabiduría sarcásticas. Regreso a mi recámara a vestirme.

Ruggero está abajo alistándose, haciendo lo que sea que esté haciendo, así que tengo el cuarto para mí y también todos los vestidos en el clóset, tengo cajones llenos de ropa interior nueva. Elijo un corpiño corsé negro con una etiqueta de quinientos cuarenta dólares. Tiene un acabado plateado como filigrana y la más breve de las bragas para hacer juego. A la altura del muslo medias, también, en un color natural, muy fino, pura seda. Wao... se sienten... seductoras... y algo candentes... sí

Estoy llegando por el vestido cuando Ruggero entra sin previo aviso. ¡Vaya, que podría tocar! Él está de pie inmóvil mirándome, sus ojos mieles brillando, hambrientos. Me pongo roja en todas partes, lo siento. Está usando una camisa blanca y unos pantalones negros que hacen juego, el cuello de su camisa está abierto. Puedo ver la línea del lápiz labial todavía en su sitio, todavía está mirando.

—¿Puedo ayudarlo, señor Pasquarelli? Asumo que hay otro propósito en su visita además de mirarme curiosamente.

—Estoy disfrutando mirarla embobado, gracias, señorita Sevilla.—murmura sombríamente, dando un paso más dentro de la habitación y absorbiéndome.— Recuérdame enviarle una nota personal de agradecimiento a Carolina Acton.

Frunzo el ceño. ¿Quién demonios es ella?

CUMPLIENDO TUS REGLAS [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora