40. Una vieja amiga

641 70 183
                                    

—Princesa, ¿qué te ocurre?

—Papi, un niño de mi clase dice que su papá ha dejado de vivir en casa porque ya no quiere a su mamá. Tú quieres a mamá, ¿verdad?

—A mamá y a vosotros, Emma, con todo mi corazón.

—¿Y siempre la has querido así?

—Siempre, desde que la conocí.

—¿Y siempre al vas a querer?

—Claro que sí. No te preocupes, princesa.

—Pero papi, el niño dice que su papá ahora quiere a otra mujer que no es su mamá...

—A veces pasa, princesa.

—¿Y a ti te ha pasado, papá? Desde que conoces a mamá, ¿nunca has querido a otra mujer?

__________________________________________________

(Alfred)

Acabé por relajarme.

Después del primer concierto en Buenos Aires, en el que Helga participó, empecé a desentenderme de lo que podía ocurrir en Barcelona y me limité a disfrutar de la gira que tenía por delante... y de mi hija pequeña.

Es cierto que la semana que estuvimos en Buenos Aires actuó de una forma un poco extraña.

Pero qué digo.

Toda la gira estuvo actuando de forma extraña, lo que pasa es que se dio un cambio gradual en su actitud que no sabía muy bien a qué se debía. Aunque claro, quién se podía quejar, ahora que por fin parecía que estaba madurando.

De todas maneras, ni perdió su humor habitual ni dejó de tener unas salidas que me desconcertaban. Por ejemplo, el día después de haber cantado Miedo juntos en el escenario de Buenos Aires, me dijo que no sabía si querría volver a cantar. Además, intentó disimularlo, pero me di cuenta de que por poco si no se echa a llorar. Yo no la había presionado, pero me costaba creer que no quisiera volver a subirse a un escenario cuando lo había disfrutado tantísimo.

Y, también de forma un poco egoísta, yo quería que lo hiciera, porque había sido maravilloso disfrutarlo con ella. Era algo totalmente distinto a las veces que había cantado con Alejandro, porque él era todo sensibilidad y me hacía sacar mi lado más tierno sobre el escenario. Sin embargo, Helga era pura energía, y conectaba con la parte más joven de mí: me volví a sentir como en aquel concierto del Prat cantando con su madre, a pesar de todos los años que habían pasado. Ella era más delgadita y no había sacado su culo, al menos no todavía, pero también llevaba la melena recogida en un moño alto y no había parado de saltar, disfrutando como una niña.

Al pensarlo había añorado a Emma más que nunca, y había intentado mostrarme más cercano a ella, a pesar de la distancia. A fin de cuentas, era con la que más veces había cantado en casa, desde que era un bebé, y la que más ganas tenía de subirse a un escenario... Ahora también era la única de mis hijos que no lo había hecho, y por el momento parecía que eso no iba a cambiar.

Para nuestra desgracia, después de la crisis, parecía que Emma se había reconciliado con Lucas. Recuerdo que Helga y yo nos habíamos mirado con cara de circunstancias al acabar la videollamada en la que nos había dado la noticia. Eso era algo en lo que también coincidíamos, y me daba seguridad de que no era una obsesión mía, porque Amaia parecía de acuerdo con el asunto.

Sí que había que concederle que había sabido responder y apoyar a Emma desde que le había ocurrido el episodio antes de subirse al escenario. Cuando me contaron que lo iba a hacer, traté de mostrarme positivo, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar: no sabía si sería demasiado prematuro. Había disfrutado viendo los vídeos de Emma cantando en aquel centro de musicoterapia, y la veía mucho más suelta, pero un escenario no era lo mismo. Y, efectivamente, le había venido demasiado grande.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora