38. La raíz de todos los problemas

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—¿Te gusta mi nuevo disco?

—Sí...

—¿De verdad?

—¿De verdad?... ¿Quieres saber lo que pienso, Amaia?

—...

—Pienso que no es sincero, porque eres tú la que no es sincera..., desde lo de Alfred.

—Eso ya es pasado. Fue él quien decidió alejarse la última vez que volvió a Los Ángeles. Eres tú quien está conmigo.

—Pasado... ¿Ves? A eso me refiero. Justamente a eso es a lo que me refiero.

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(Amaia)

Parecía que iba a ir bien.

A pesar de que las dos primeras semanas desde que se fueron a la gira por poco si no caigo en la desesperación más absoluta.

Entonces había recibido el mensaje, y aquel encuentro me había salvado la vida.

Otra vez.

Parecía que Alejandro nunca se cansaría de hacerlo. Y me alegré más que nunca de que mi hijo se llamara como él.

—Amaia, ¡cuánto tiempo! —me saludó, nada más verme.

—Buah, es verdad... —le respondí, dándole dos besos.

Él se echó a reír, sin previo aviso.

—No has cambiado nada.

Le sonreí, complacida, a pesar de que sabía que eso no era del todo verdad, igual que para él. Había perdido bastante pelo y había engordado un poco, aunque aún se notaba que seguía en buena forma, porque siempre había tenido buena planta. Sus ojos también parecían más cansados.

—Me alegro mucho de verte —le respondí, sintiendo una familiaridad que me gustaba. Había vivido mucho con Alejandro.

—Sí, la verdad es que yo también me alegro de que Paula me insistiera en que te escribiese. No pensaba hacerlo, porque sé que estás muy ocupada. Pero es verdad que no tenía nada que perder.

No le expliqué que, en realidad, no tenía tanto que hacer. Entramos en la cafetería más cercana de donde habíamos quedado y nos sentamos en una mesa apartada.

—Pues sí, dale las gracias a Paula de mi parte. ¿Cómo están ella y los niños? —le pregunté, para ponerme al día. Sabía que Alejandro y Paula habían tenido una niña y un niño, como nosotros, pero ellos se habían quedado ahí, sin sorpresa.

—Muy bien. Todos muy bien. Los niños están muy mayores, como te podrás imaginar. Seguro que a ti te pasa lo mismo...

Y así nos enfrascamos en una conversación donde se me hizo patente el cariño que aún sentíamos el uno por el otro. Él era feliz, con las dificultades típicas. Seguía haciendo teatro, aunque había dejado la parte musical porque decía que le cansaba demasiado. En realidad, me había llegado que hacía unos años había tenido una crisis en el trabajo y por eso había tenido que buscar otra opción, pero no le dije nada. Lo que sí me sorprendió fue cuando me contó que, cuando los niños eran más pequeños, también había tenido una crisis con Paula, de la que por poco si no se divorcian.

—Pero lo superasteis —quise asegurarme.

—Sí. Bueno, al principio lo hicimos por los niños, ¿sabes? Pero entonces decidí que, si iba a seguir viviendo con ella, más me valía recordar los motivos que nos habían llevado a enamorarnos. Y fue más fácil de lo que pensaba, porque Paula es increíble... —me contó, provocando que se me llenaran los ojos de lágrimas—. Amaia... —Tendió una mano por encima de la mesa y me la apretó, mientras yo me llevaba la otra a los ojos, tratando de contener las lágrimas—. Hey, hey, hey... Ya verás como va todo bien.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora