—Mamá, ¿alguna vez te has preguntado lo que sintió la gente cuando os vio cantando juntos?
—¿A qué viene esta pregunta, Emmita?
—Ay, que lo quiero saber, mamá. ¿Te lo has preguntado o no?
—Pues... A veces. Pero no mucho. Debió de gustar, ¿no? Porque no fue la última vez.
—No te rías. Es que no te lo imaginas. No te imaginas lo que se siente cuando os vemos en el vídeo.
—No me hace falta, cariño. Ya lo estaba viviendo, y si te puedo decir que fue algo único.
—Es verdad. Vivirlo desde dentro sí que tuvo que ser único...
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(Amaia)
Tardé unos segundos en reaccionar una vez hubo acabado el vídeo. Tomé una gran bocanada de aire y entonces me di cuenta de que había contenido la respiración mientras veíamos la canción. El corazón me latía a mil por hora. Había sentido la conexión, los nervios, el brillo en los ojos. Casi había sentido hasta las mariposas en el estómago. Y el mundo se había detenido. Solo eran ellos dos, Emma y aquel chico. Y el piano y la guitarra.
Habían creado una burbuja demasiado delicada, demasiado hermosa. Y casi me sentía como una intrusa contemplándolos en su mundo...
Así que eso era lo que la gente había sentido cuando nos habían visto a Alfred y a mí interpretando City Of Stars.
Por fin me decidí a mirar a Alfred, con un nudo en la garganta, quizás a causa de la emoción por ver lo que había conseguido nuestra hija, o quizás a causa de los recuerdos. O de todo a la vez. Su mano seguía apretando la mía con fuerza. Y sus ojos... Sus ojos volvían a contener todas las estrellas de nuestra ciudad. Era demasiado especial revivir todo lo que había significado una canción con alguien que te importa. Y, aún más, hacerlo través de una personita a la que había llevado nueve meses en mi vientre, a la que había dado a luz y habíamos visto crecer y convertirse en toda una mujer. Porque aquello había sido el comienzo de todo, con sus altos y sus bajos.
Alfred me dio un apretón en la mano, como cuando no podía hablar. Era un sí. Y entonces me llevó al piano y dio las notas de mi nombre, en nuestro lenguaje del teclado. Amaia... Todavía se acordaba. Y yo también, porque se me erizaron todos los vellos sin necesidad de nada más. Me estaba llamando, como tantas otras veces en el pasado. Un pasado que ahora nos resultaba lejano, inimaginable, pero que formaba parte de nuestra historia.
No pude menos que responderle. Me sorprendió no tener que pensar siquiera en las teclas que conformaban su nombre. El sonido me era tan familiar que no habría podido olvidarlo: Alfred. El nombre lleno de sol, como él. Como sus ojos, que ahora me llamaban insondables, con toda la luz del mundo.
Sin dejar de mirarme, tocó las primeras notas de nuestra canción, invitándome a interpretarla con él una vez más. Para eso me había llamado. Y daba igual cuántas veces lo hiciéramos, daba igual cómo nos sintiéramos, daba igual la distancia que nos separara. Siempre empezaríamos de nuevo. Aquella vez no fue distinto.
Como en un sueño, Alfred buscó mis labios, y yo le correspondí. Me dejé llevar, deseando volver a lo que habíamos vivido tantos años atrás. Deseando volver a ser aquella niña enamorada que tan poco sabía de la vida, que se conformaba con su pequeña burbuja sin problemas, en la que solo un chico le bastaba.
Pero ese chico seguía estando delante de mí, con sus canas y sus arrugas, y el mismo brillo emocionado en los ojos.
Y, por una noche, volvimos a ser solo Alfred y Amaia, los niños que encandilaron a España. Volvimos a nuestra ciudad de las estrellas, dejamos atrás todo el pasado y nos dedicamos tan solo a amarnos, entre besos robados, miradas cómplices y caricias osadas. Esa noche la necesidad de hacer del pasado nuestro presente nos bastaba.

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Una voz compartida
FanfictionAmaia y Alfred han empezado a formar una familia, pero nadie decía que fuera a ser un camino fácil. Después de haber superado por completo el accidente, y ahora con Emma, Alejandro y Helga en sus vidas, los cinco se disponen a seguir adelante, a pe...