9. Trato hecho

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-¿Dónde eztá mi zet de pedcuzión, mami?

-Ay, peque, no lo sé. A ver, piensa: ¿dónde dejaste el sset de perr-cu-ssión la última vez?

-No hace falta que lo digaz azí, mami.

-Pero tienes que decirlo bien tú, peque... Y te aseguro que yo sé lo que cuesta. Recuerda que a papá también le costó decirlo bien mucho tiempo.

-Bueno, yo solo quiedo zabé dónde eztá mi zet de pedcuzión. Y deja de decidme peque, que ya zoy mayó.

-Sí. Muy mayor... Cuatro años, nada más y nada menos.

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(Amaia)

Alfred me avisó que tendríamos que discutir con Helga sobre su nueva actividad de teatro. Que él iba a hacer una primera búsqueda, porque nuestra hija, a fin de cuentas, todavía era pequeña, pero que después nos sentaríamos a hablar con ella los dos y comprobaríamos que su interés era real, y no una pataleta pasajera.

Y me pareció bien. Helga tenía mucho carácter y era dada a tomar decisiones de manera impulsiva. Y estaba claro que algo le había pasado. Me habría gustado hablar con ella, pero cuando Alfred se ofreció, le dejé hacer: acabábamos de reconciliarnos y era su manera de dar un paso hacia adelante y hacerse cargo de la situación... A pesar de que seguía hasta arriba de trabajo, más aún después del improvisado puente de descanso que se había tomado.

Pero yo no me sentía en mejores condiciones.

Ese mismo lunes había llamado a Mateo para pedirle disculpas por la situación en la que le había metido. Él me había escrito varios mensajes después de que saliera la revista, pero yo le había bloqueado para centrarme en mi marido y mis hijos. Y eso no le había hecho gracia, por supuesto.

-O sea, que me has estado usando todo este tiempo -me respondió, mordaz. Las lágrimas acudieron a mis ojos y se me formó un nudo en la garganta.

-Mateo, yo... Lo siento, de verdad. Pero entre nosotros no hay nada. Tú eres el primero que sabes lo confundida y sola que estaba -añadí, con la voz quebrada.

-Pero yo pensaba que... -comenzó él, con desaliento, pero nunca acabó la frase.

Aunque no hizo falta, porque entonces lo comprendí: lo que para mí había sido una simple distracción, para él había significado mucho más.

-No, Mateo, no -le corté, casi con urgencia. "No te hagas ilusiones", había completado para mis adentros.

Pero, una vez más, era demasiado tarde. Él se las había hecho. Y yo había actuado de forma demasiado egoísta como para preocuparme por eso. En mi cabeza, mis problemas siempre eran peores. ¿Cómo había llegado a eso?

-¿Y qué se supone que tengo que hacer yo ahora, Amaia? Tú vuelves a tu familia y a tu vida perfecta, y a mí me toca perderlo todo, ¿no? -No era capaz de decir si estaba llorando, pero por el tono de su voz me lo parecía-. ¿Sabes lo que la prensa estaría dispuesta a pagarme si hablara?

Se me encogió el corazón, a pesar de que intuía que no lo haría. Si por mi fuera, la prensa me seguía importando lo mismo que cuando empezó mi carrera, pero era consciente de que ahora había mucha más gente implicada en mi vida que podía salir mal parada. Intenté desviar el tema.

-Mateo, los dos sabíamos, en el fondo, que esto nunca llegaría a nada. Lo siento si permití que te hicieras ilusiones. Lo siento de verdad -reiteré, notando que, a pesar de todo, me estaba liberando de una carga muy pesada. Pero las siguientes palabras fueron las más difíciles de todas, porque era consciente del daño que le iban a hacer-. Y creo que será mejor que no volvamos a vernos ni a hablar. Voy a llamar a Lorenzo para pedirle que anule mi asistencia a tus conciertos. Es lo mejor, también de cara al público.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora