18. Retos

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—Papi, ¿cómo se te ocurrió el idioma del teclado?

—Soñaba con mamá, y un día esos sueños cobraron sentido, y entendí el nuevo idioma.

—Ah... ¿Y las canciones también se te ocurren en sueños?

—No, princesa. No siempre, al menos... ¿Tú quieres componer?

—Claro, papi, como mamá y como tú. Ya he hecho muchas canciones...

—Pues si con siete años ya haces muchas, estoy deseando de escuchar las que hagas en cuanto crezcas un poquito.

—¡Sí! ¡Quiero crecer ya! Y tocar el piano tan bien como mamá y hacer canciones y cantarlas, ¡y enseñarle a todo el mundo el idioma del teclado!

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(Emma)

La vida no dejaba de ponernos retos. La salida del disco había sido un paréntesis interesante, pero la realidad me reclamó bien pronto cuando Simón, el hermano pequeño de Lucas, sufrió aquellos episodios de convulsiones. Recuerdo a Lucas totalmente deshecho: era su único hermano y verlo en ese estado era doloroso hasta para mí, qué decir de su familia.

El resultado fue que perdió control sobre buena parte de las funciones de su cuerpo, y ni siquiera estábamos seguros de cuál era su nivel de conciencia sobre la realidad.

Pero eso también me llevó a pensar mucho en papá y en cómo debía haber sido el periodo del accidente. Él había logrado comunicarse, ¿y si también lo conseguía Simón?

Sería tonto negar que pasaba mucho tiempo con Lucas porque pensaba que él me necesitaba en esa etapa, pero también tengo que reconocer que una parte de mí realmente quería ayudar a Simón.

—No te va a entender, Emma —me respondía Lucas, desanimado, cada vez que intentaba comunicarme con su hermano.

Desde que le había pasado eso, le costaba pasar tiempo con él, porque ya no era el de siempre, y eso le causaba una especie de rechazo involuntario. Pero yo no podía evitarlo.

—Da igual, Lucas. Necesita sentirse querido —le recordaba cada vez. Así que siempre me aseguraba de pasar un ratito con Simón.

Y entonces un día me di cuenta de algo: estaba cantándole una canción infantil que incluía palmadas... Y Simón era capaz de prever las palmadas, porque cada vez que lo iba a hacer, él parpadeaba con sus ojos azul oscuro. ¡Estaba jugando conmigo!

—Ah —lancé un grito ahogado—. ¡Lucas! ¡Lucas! —lo llamé. Él estaba entretenido con el móvil, pero vino rápidamente—. Mira, Simón sabe jugar conmigo.

Le enseñé la canción y cómo parpadeaba. Él me miró, escéptico.

—No sé, Emma, puede ser casualidad.

Su desinterés me dolió.

—Bueno, si no nos crees, te puedes ir. Tu hermano y yo seguiremos jugando —le sugerí.

Y, aunque así lo hizo, es innegable que ya no nos quitó el ojo de encima.

Yo cogí una mano de Simón y le enseñé a dar palmadas sobre la mía, siguiendo la canción. No la controlaba bien, pero me daba igual. También me acordé de que lo primero que hizo papá fue apretar la mano de mamá. ¿Y si a Simón también le valía? Pero él era más pequeño... Me llevé un rato apretándosela. Si tan solo supiera una canción para eso...

—Mañana traeré mi guitarra, Simón, ¿te gusta la idea? —parpadeó una vez y habría jurado que me estaba sonriendo—. Muy bien, así lo haré. Sé un niño bueno, ¿eh? —le recordé, arreglándole el pelo y dándole un beso. Sentía que le estaba cogiendo tanto cariño como a mis hermanos.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora