59. Déjame

417 33 30
                                    

—Mamá, el chico de mi canción... habla con la chica que quiere, ¿no?

—Sí, Álex. Le habla a través de la canción. ¿A que es bonito?

—Sí, mucho... ¿Tú también le hablabas a papá así?

—Claro, cariño. Y papá a mí. ¿Te acuerdas de la canción de Helguita?

—Sí.

—Esa fue la primera que nos dedicamos. Y después... vinieron muchas.

—¿Y por qué? ¿Por qué con canciones?

—Porque... Porque la música tiene algo que... que siempre tienes que escucharla. Da igual que estés triste, o enfadado, o que ya no quieras a esa persona... Pero si te lo dicen así, no te queda más remedio que escuchar. Y eso hacíamos papá y yo: cuando ya nada más servía, nos cantábamos, porque así sabíamos que el otro siempre nos escucharía.

__________________________________________________

(Alejandro)

Asimilar lo que había ocurrido con Laura fue duro. Muy duro.

Ya había pasado por momentos difíciles con ella, pero este parecía que iba a ser el definitivo. Sobre todo porque ahora nos conocíamos más, y yo era capaz de interpretarla mejor.

Había algo que no me estaba contando, por supuesto. ¿Pero acaso eso era nuevo? Con Laura siempre había una barrera más, una muralla más, un obstáculo más. Porque así llevaba protegiéndose toda su vida, e iba a ser muy difícil de cambiar.

Claro que yo no quería cambiarla. La había conocido así, y así me había enamorado de ella. Para bien y para mal.

Por eso estaba triste, pero no podía enfadarme con Laura. Eso nunca. No era su culpa, porque estaba seguro de que había sido feliz conmigo, y algo debía de retenerla ahora. Algo lo bastante poderoso como para haberla llevado a esa reacción.

Y me habría encantado saber lo que era. Ese era mi único problema. ¿Pero cómo podía solucionarlo? No tenía el contacto de nadie cercano a Laura. Y cuando le había pedido a papá el correo de Fernando, él se había negado, alegando el secreto profesional. En el fondo, había visto en sus ojos que no iba a dar resultado. Quizás porque él mismo ya lo había intentado.

Por eso, cuando mamá y papá me propusieron ir a Pamplona en verano, me pareció una buena idea. Cambiar de aires me ayudaría a verlo todo bajo otra óptica, y así quizás encontraría una respuesta.

—Aprovecha en Pamplona, Alejandro, sobre todo si vais para Sorauren —me había dicho Emma al despedirse de mí, con ojos soñadores.

Ella salía en unos días para la playa con la familia de Lucas, y todos intuíamos que no iba a ser fácil.

—¿Que aproveche para qué? —le pregunté, recibiendo su abrazo y devolviéndoselo con fuerza.

A pesar de que últimamente ya no dependía tanto de ella, era consciente de todo lo que mi hermana mayor significaba para mí. Me prometí que en la próxima ocasión que tuviera se lo diría.

Emma se había encogido de hombros.

—Sorauren es mágico. ¿Sabes que mamá ha escrito muchas de sus mejores canciones allí?

Asentí, empezando a comprender.

—Muchas de las dedicadas a papá —musité, separándome de ella y encontrándome de nuevo con sus ojos.

Ya no nos habíamos dicho nada más. Pero esa despedida me había sabido a final, a pesar de que ni ella ni yo imaginábamos lo que esas vacaciones supondrían para nosotros, aun en sentidos totalmente opuestos: mientras que para Emma fue un proceso de maduración hacia el mundo y las responsabilidades, para mí fue todo lo contrario.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora