Extra: Por sorpresa. Partes 1 y 2

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Parte 1

(Helga)

La mía con David siempre había sido una relación difícil. Pero, de alguna manera, no podíamos estar alejados el uno del otro por mucho tiempo. Igual que cuando vino al aeropuerto a buscarme, o las veces que yo viajé por él. Era como un imán que siempre hacía que volviéramos a encontrarnos.

Claro que yo no estaba preparada para lo que él quería. Y David era consciente. Por eso no teníamos una relación definida ni exclusiva. Aunque, para mí, los demás solo eran una forma de "pasar el rato"; una mera diversión, sin compromisos ni ataduras. A mi medida.

Encuentros de una noche, acompañantes a eventos que disfrutaban de su minuto de gloria y, a veces, hasta miembros de mi equipo. A la prensa le encantaba: siempre nuevos salseos a los que hacer referencia. "¿Será este su príncipe azul?", o "¿asentará por fin su corazón?".

Qué sabían ellos. Ni que necesitase ningún príncipe azul.

David, sin embargo, sí buscaba más estabilidad en sus relaciones, y eso fue acentuándose conforme pasaba el tiempo, porque se hacían más duraderas: Lana, Olga, Patricia...

En esos momentos siempre trataba de mantenerme alejada, pero a la larga sabía que no sería un problema, porque siempre acababan rompiendo. Y sí, me acordaba de todas y cada una de ellas.

―¿Qué les dices para espantarlas? ―me atreví a preguntarle una noche, mientras acariciaba su torso desnudo, sobre el que estaba recostada.

―No es lo que les digo. Es lo que no les doy ―me respondió, cogiéndome por la barbilla para mirarme a los ojos.

Pero yo me lancé a sus labios, para impedirle continuar: sabía lo que venía después, y no quería escucharlo. No quería escuchar que no se daba del todo, porque eso lo reservaba para mí.

Pero, antes de volver a separarnos, siempre acababa de la misma forma: apretándome con fuerza, como si quisiera fundirse conmigo. Y en ese instante yo también lo deseaba, e incluso jugueteaba con la idea. Pero el instante pasaba y volvía a ser Hell G., la estrella internacional.

―Te quiero ―me susurraba entonces, justo antes de que yo saliera por la puerta.

―Haces mal ―le respondía yo, invariablemente.

Nunca me quedaba a ver la sombra de decepción en sus ojos, sino que volvía a mis giras, entrevistas, fiestas y premios. Uno tras otro. Lo que mi padre habría podido alcanzar, si no hubiera sido por el accidente... Y por las ataduras. Y el amor era la mayor atadura de todas. Por eso nunca le respondía, aunque cada fibra de mi ser gritara lo contrario. Porque no podía sacrificar lo que tenía. No sería capaz.

Por eso no me sorprendió la discusión. Era algo que sabía que terminaría pasando, aunque yo hubiera tratado de evitarlo durante años. Pero esta vez fue la definitiva.

―No puedo seguir así, Helga ―me soltó aquella mañana, mientras nos estábamos vistiendo.

―¿Así cómo? ―le respondí, tratando de hacerme la distraída.

―Disfrutándote a sorbos ―continuó, con rapidez, como si fuera a desaparecer de su vista de un momento a otro―. Nunca es suficiente, Helga.

―Pues es lo que hay ―le repliqué, dándole la espalda―. Sabes que no voy a cambiar...

Le escuché tragar saliva, pero sus brazos rodeando mi cintura por detrás me cogieron desprevenida. Me recorrió un escalofrío.

―Quizás... en unos años... ―comenzó suave, en mi oído.

Una voz compartidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora