Capítulo 1

28.1K 1K 438
                                    

La niña que vivió.

El grito de James atravesó la cabaña desde el piso inferior provocando que su pecho doliera. Pero ella debía mantener a salvo a su pequeña, las runas estaban alrededor de ellas escritas con su propia sangre. Lily seguía repitiendo una y otra vez los cantos acunando a su hija contra su pecho.

-Mamá te ama, papá te ama. Harriet cuídate, se buena niña, se valiente, se fuerte, se inteligente- antes de que la puerta se rompiera coloco un beso en la frente de su niña.

-Muévete mujer- una voz fría sonó tras ellas, y Lilly se irguió ocultando a su pequeña en la cuna.

-Tenga piedad, por favor. No dañe a Harriet.- suplico la mujer encarando los ojos rojos de aquel hombre que mató a James y que tomaría su vida.

-Muévete niña, no necesito matarte- repitió el hombre con voz fría e iría.

-No Harriet, por favor. Mátame a mí en su lugar, a Harriet no, por favor. No mate a Harriet- repitió la mujer sin moverse ni un centímetro.

El hombre de ojos rojos se burló fríamente lanzando la maldición asesina; el cuerpo de Lily cayó en el suelo mientras que Harriet veía todo con ojos llorosos.

La niña lloro al ver aquellos ojos rojos llenos de maldad alzándose sobre ella, una luz verde golpeo en su frente y después ya no hubo más.

💮


El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso. La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba la mayor parte del tiempo estirándose por encima de la valla de los jardines para espiar a sus vecinos. Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.

Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubrieran: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.

La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana, porque su hermana y su marido, un completo inútil, eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.

Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que Dudley se juntara con un niño como aquél.

El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más sosa para ir al trabajo, y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.

Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.

A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.

El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas.

Harry Is HarrietDonde viven las historias. Descúbrelo ahora