Capítulo 44

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Dmitry.

Ya no se como respirar.

Tengo el pecho apretado, los músculos tratan de protestar ante mi subconsciente ante la presión que me ejerzo yo mismo en estos momentos.

Las venas están nítidas marcadas en mi cuerpo, mi pulso late erradico, mi mandíbula desencajada.

Soy un volcán en erupción.

— ¿De qué diablos estás hablando? —siseo.

Las costas uñas de mis manos penetran lo grueso de la palma de las mismas.

No puedo razonar con coherencia, presiento que lo que dirá Sergei a continuación me agradará menos.

Hay conmoción y diversión en los ojos de mi fiel amigo.

Cruza las piernas y come de mi porción de fruta.

Perdí el apetito.

—Ya te dije —encoge un hombro. Finge que ve algo interesante en el techo.

Doy un golpe sobre la mesa, el computador desvela, Sergei vuela para atraparlo antes de que se haga trizas en el piso.

—Joder —gruñe —. Perro rabioso. No me jodas Dmitry, luego yo tengo que llevar la jodida PC al técnico, no tú.

Me importa muy poco ahora mismo la laptop.

—Si no me dices de lo que te estoy preguntando, sacaré cada palabra de tu boca yo mismo —amenazo.

Finge pavor.

En momentos como estos, deseo que desaparezca, es un cretino que encuentra diversión en todo.

—Mira como tiemblo —saca la lengua casi en mi rostro —. Si te relajas te cuento.

Lo veo teclear en mi computadora, para luego apagarla.

Respiro unas diez veces, surco brandy para los dos, adopto mi postura relajada ante su mirada, solo que por dentro hay una lava ardiente que ni lanzándome al mar se apagará.

— ¿Satisfecho? —señalo mi cuerpo.

Me evalúa de cada lado. Arquea unas de sus cejas, juega con los cordones de su tenis, su tobillo izquierdo descansa en el derecho.

—Vladimir me dio la noticia —hace pausa.

Lanzo la mitad de un pedazo de piña contra su pulcra camisa blanca.

—Te echaré petróleo caliente sino dejas tus malditos rodeos Sergei. No tengo paciencia.

Ahí pura indignación en su rostro.

—Eres un desgraciado, esta camisa me costó mil dólares que te toca darme sino se le quita esta mancha, maldito y no estoy contando los daños molares.

Mierda.

¿Es que nunca dejará de ser tan molesto?

—Como sea, energúmeno, empieza ya.

Está aún pataleando por su camisa.

—Según las fotos parecen muy cercanos, lo encontró en el orfanato —reventaré en cualquier instante, lo haré —. Salieron a comer.

Cuando el vaso en mi mano cede ante la fuerza ejercida por mi puño, pequeños cristales penetran mi carne, es un dolor delicioso, picante, una sensación alucinante.

— ¿Quién diablos es ese tipo? —inquiero en búsqueda de respuesta, necesito algo para volarle la cabeza.

Sergei no hace ningún gesto cuando la sangre mancha el escritorio, yo no nuevo ni un dedo para detenerla.

ALÉJATE © [Corrigiendo] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora