Capítulo 68

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El verano le recordaba a sus inicios con Natalia. Al momento en el que se dio cuenta de sus sentimientos y de lo poco que se había conocido a sí misma. Si miraba hacia atrás, podía ver el gran cambio que había sufrido su vida en aquellos doce meses y lo orgullosa que estaba por el camino recorrido. 

En el giro drástico de su vida pensaba Alba a medida que pasaba el tiempo en aquella cama. Necesitaba ocupar su mente y reflexionar para asegurarse de no volver a tropezar en los mismos huecos. Necesitaba tomar consciencia de dónde estaba y hacia dónde quería ir. 

De la misma manera, Natalia vivía con los sentimientos a flor de piel desde la carta de su madre. Una carta que le sirvió para tomar consciencia sobre lo olvidada que tenía a su familia tras haberse centrado por completo en Alba. Y aquello se negó a dejarlo continuar. Sin dejar de dedicarle su tiempo a su amor, la morena había recuperado la costumbre de escribirle cartas a su hermana, a su madre y a su padre. Cartas que mandaba a París una vez al mes para que Juliette las reenviase a México. 

En sus letras les explicaba con todo lujo de detalles lo que era su día a día, evitando datos que pudiesen delatar su estancia en Madrid, pero abriéndoles la puerta a su familia a su vida de nuevo. Les hablaba de Alba, de cómo le brillaban los ojos cuando se miraban. Les confesó que se le declaraba un mínimo de dos veces al día y de lo ensanchada que lucía su sonrisa desde entonces. Omitió la situación personal de Alba, su matrimonio, sus hijos, todo lo que significase problemas o que pudiese preocupar a su familia. Se limitó a darles las pinceladas de rosa que vivía junto a ella. 

A Alba le encantaba verla escribir, sentada en la mesa del salón concentrada en sus letras mientras la rubia daba pasos cada vez menos torpes a su alrededor, siguiendo las indicaciones de su médico de confianza para poder recuperar poco a poco la fuerza en su maltrecha pierna. Una recuperación en la que Natalia no se perdía ni un solo paso, teniendo que ampliar el número de horas en las que Beatriz acudía a la panadería para trabajar y contando con las mañanas que Jon gastaba buscando, inútilmente, el motor de su vida. 

El teléfono sonó pillando a Alba en medio del salón, de pie y sosteniendo una muleta. Aún así, la encargada de correr hacia el aparato fue Natalia, que había dejado la segunda carta que escribía aquella mañana de lado para responder. 

- ¿Quién llama?.- respondió dedicándole una sonrisa a su amor. 

- Natalia.- la voz angustiada de Beatriz hizo que se le borrase la sonrisa de un plumazo.

- ¿Qué pasa?.- se preocupó. 

- ¿Puedes venir? El horno está haciendo cosas raras y Jon se ha ido cabreado hace un rato.- comentó angustiada.- yo ya no sé qué hacer...- Natalia resopló acordándose de toda la ascendencia del catalán y cogió aire antes de responder.

- En dos minutos estoy allí.- colgó el teléfono sin darle opción a Bea a decir nada más.- Me tengo que ir, Albi.- acunó las mejillas de su chica y besó sus labios, no sin mirar antes hacia el pasillo y asegurarse de que ni Álvaro ni Lola habían salido de su habitación.- vuelvo en cuanto pueda.

- ¿Está todo bien?.- preguntó algo preocupada. 

- El horno, que dice Bea que da problemas.- cogió su bolso y salió de allí.- voy a intentar no tardar. 

- Cualquier cosa, llama.- Alba vio como Natalia asentía antes de cerrar la puerta a sus espaldas. 

La rubia se acercó hasta el sofá, donde su chica se había dejado la carta que escribía, la recogió y la colocó sobre la mesa para que pudiese continuarla más adelante. Se sentó, allí donde había estado sentada la morena y suspiró, sacudiendo la cabeza para eliminar los pensamientos sobre Bea que llegaban a su mente atacando a su seguridad. 

1973Donde viven las historias. Descúbrelo ahora