Capítulo 51

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Natalia se despertó sintiendo un calor nada habitual para la primera semana de febrero. Le ardía la piel y los recuerdos de un sueño demasiado húmedo no ayudaban en absoluto con la temperatura que estaba cogiendo su cuerpo. 

Se revolvió inquieta y sintió un peso sobre su costado que le impedía moverse con libertad. Suspiró y sonrió al recordar como había entrado la rubia en aquel dormitorio la noche anterior. Pudo visualizar a la perfección la forma en la que la tela del camisón se pegaba sobre sus pechos desnudos, como acariciaba su cadera y marcaba unas curvas que la que volvían loca. 

Suspiró y recordó como se había atrevido a decirle a Inés, meses atrás, que Alba no despertaba ese tipo de deseo en ella, que no la miraba con los ojos de la lujuria ni imaginaba escenas subidas de tono con ella. Lo hizo, lo dijo y fue completamente sincera en aquellos momentos en los que una Alba con el alma rota dormía aquellos instintos tan primarios de la morena. 

Inevitablemente comparó aquella Alba con la que anoche entró mirándola como si fuese su comida favorita, comiéndosela con los ojos mucho antes de besarla y soltó una pequeña risa que apenas fue perceptible por el cuerpo que dormía pegado al suyo. 

Quién me ha visto y quién me ve.

No se hubiese imaginado jamás a sí misma cayendo rendida ante alguien como lo había hecho  con Alba. Sabía que el día que se volviese a enamorar, si tenía la suerte de ser correspondida, iba a dar todo de ella para ese amor, sentimentalmente hablando lo iba a entregar todo y así sentía que lo estaba haciendo con Alba. Sin embargo, hubiese jurado que jamás iba a ceder el control, sexualmente hablando, como sentía que lo había hecho la noche anterior. 

Tuvo ráfagas de recuerdos, de Alba tirando de su cuerpo hacia abajo para tumbarla, de Alba dejandole caer que se la iba a comer allí mismo y tuvo que coger aire para volver a respirar. Se había dejado vencer ante los ojos de aquella rubia que hacía tiempo le había robado el corazón. 

Y le dio exactamente igual. 

Escucha Inés mis pensamientos y se ríe de mi todo lo que le queda de vida.

Rió y llevó su mano a la espalda de Alba. No quedaba demasiado tiempo para que tuviesen que levantarse para ir a trabajar y prefería despertarla con calma y con todo el amor que tenía para darle antes que hacerlo con prisas, así que empezó bajando las caricias por su espalda hasta que llegó a aquella zona dudosa en la que no sabía dónde terminaba la espalda y empezaba aquel culo capaz de llevarse todas sus miradas. 

La madre que la parió, que no se puso bragas. 

Tuvo que tragar saliva al palpar con sus propias manos como se pegaba aquel camisón al culo de Alba. No le venía muy bien para el calor corporal que traía ella de aquel sueño en el que Alba sí cumplía con lo que hacía unas horas le había dicho pegada a su boca. 

Decidió cambiar las intenciones de aquel despertar y con mucho cuidado movió a Alba para poder salir de su abrazo y colocarla bocarriba en aquella cama. La miró tan tranquila, tan calmada que no pudo evitar sonreír y lanzarse a besar su rostro. 

Empezó besando su frente y poco a poco descendió recorriendo sus mejillas y su nariz, sin dejar un solo centímetro sin besar hasta que se posó sobre sus labios para dejar un suave pico. 

- Mi amor...- susurró sin separarse de ella.- mi vida... despiértate que me tienes que decir si te apetece que te coma a besos o no...- rozó su nariz con la de la rubia.- vamos, cariño...

- Mmmhh.- se removió sin poder realmente moverse mucho, pues Natalia se había tumbado sobre ella. 

- Deja de tener sueños impuros conmigo.- se acercó a susurrar a su oído.- que te los puedo hacer realidad si despiertas. 

1973Donde viven las historias. Descúbrelo ahora