Capítulo 46

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Por primera vez desde que empezara a trabajar en la panadería Alba se encontró un viernes por la tarde completamente libre y sin tener que ir a su lugar de trabajo. Aquella mañana, entre caricias robadas y miradas que se prolongaban más de lo necesario, por estar más pendiente de la otra que del trabajo en sí, el horno se había estropeado por una sobrecarga de tiempo y temperatura. 

Natalia había decidido que era completamente absurdo abrir aquella tarde cuando no iban a poder servir pan, ni nada que no fuesen sobras de la mañana, así que había dejado a Alba marchar hacia casa de su madre avisándola de que aquella tarde no debía pasarse por allí. 

Alba esperaba que Natalia la acompañase y pudiesen pasar tiempo juntas haciendo cualquier cosa que no fuese trabajar. Fantaseó, incluso, con poder salir a hacer algo que no solía hacer con ella: pasear por las calles de Madrid hasta que no pudiesen más, con el único propósito de añadirle paisajes de fondo a unos ojos que eran de su chocolate favorito y a una sonrisa a la que se había vuelto adicta. 

Pero, con lo que no contaba Alba era con que si Natalia cerraba era para poder solucionar el problema cuanto antes, por lo que en lugar de ir a casa de la rubia tras la comida con Jon, fue directamente a la panadería para tratar de buscar una solución. 

Tras ver frustradas sus ilusiones para aquella tarde, se dedicó a contarle historias a sus hijos de un tal Ángel, un protagonista que parecía totalmente inventado que escondía grandes mensajes de libertad y de valentía, pues entre aquellos cuentos había encontrado Alba la manera de hablarles a Álvaro y a Lola de su padre, del abuelo que nunca tuvieron ni podrían conocer más que un triste recuerdo. Los pequeños se durmieron tras otra aventura en la que nunca ganaban los malos y Alba aprovechó para ir a su habitación y probarse algo de ropa que tenía apartada en el armario. 

Tras no convencerle nada de lo que se iba probando, dio con un vestido que tenía completamente abandonado, un vestido que recordó haber escondido cuando, tras una discusión con José por la apertura del escote en la que su marido le obligó a tirarlo. 

Se lo probó con una sonrisa y sonrió satisfecha con lo que le transmitía el espejo. Desde que lo vio le gustó aquel vestido blanco lleno de florecitas blancas y le supo mal no haberlo llegado a estrenar así que decidió que mientras José rondase lejos de allí iba a permitirse ponerse lo que le apeteciese. 

Se miró fijamente jugando con el bajo del vestido, sin llegar a convencerle como cortaba la tela sobre sus piernas, a la altura de la rodilla, así que empezó a subir la tela poco a poco hasta que se dio por satisfecha con como le quedaba. Se cambió, una vez marcó por donde le gustaba el largo y se dirigió al salón con la cajita en la que guardaba sus hilos y sus agujas. 

Tan concentraba estaba en arreglar el dobladillo tras cortar la tela que creyó sobrante que se asustó al escuchar el timbre. Guardó el vestido y corrió a abrir con la esperanza de que fuese Natalia y pudiesen aprovechar la tarde que todavía les quedaba por delante.

- Yo también me alegro de verte, eh.- entró Marina por el hueco.- ¿te pillo bien?

- Sí, sí.- negó tratando de no demostrar demasiado su desilusión.- estaba cosiendo.

- ¿Cosiendo?.- frunció el ceño.

- Arreglando un vestido.- sonrió.- pasa, pasa.- terminó de apartarse para que su hermana pudiese entrar del todo en su casa. 

- Es que he visto a Natalia ahí en la panadería, tienen una montada...- bufó.- está Julio, el hijo Paquita, la de los barberos, ¿sabes quién te digo? 

- Sí, claro, Julio que trabaja en lo de la luz...- Marina asintió.

- Ese mismo.- se dirigió al salón.- pues eso, que están a ver si arreglan el horno.- bufó.- y como me ha dicho que estabas en casa pues he dicho mira, aprovecho y así puedo hablar con mi hermana sin prisa alguna...

1973Donde viven las historias. Descúbrelo ahora