𝖀𝖓𝖉𝖊𝖈𝖎𝖒𝖔

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Apenas Lena y su madre llegaron a casa el día anterior, la ojiverde casi le imploró a Lillian que le dijera quién había entrado a su oficina después de que ella salió, sin embargo, su madre alegó que en casa no se tocaban asuntos del trabajo y por ende, Lena tuvo que morderse la lengua con frustración e ir a hacer su tarea.

Aquello llevó a que en consecuencia, esperara con ansias el viernes para ir a la oficina de su madre durante alguna hora libre y preguntarle quién había entrado a la oficina luego de que ella se marchó.

—¿Entonces? —Cuestionó con urgencia.

—Lena, querida, tengo mucho trabajo. Además, creí que habías dicho que odiabas venir a mi oficina —respondió Lillian reacomodando sus gafas de descanso—. Cierra la puerta al salir, por favor.

—Mamá —se quejó la ojiverde—. No te cuesta nada decirme quién era la chica.

—Deja tus cosas gays para otro momento, Kieran, de verdad. Además, ¿cómo se supone que recuerde los nombres y rostros de todos aquellos que vienen a mi oficina? —Lillian rodó los ojos, aunque una sonrisa burlona se extendió en sus labios—. No la recuerdo.

—¡Sí que lo haces! —Chilló Lena, completamente indignada por la espera y la respuesta nada concreta—. Era rubia.

—Hay muchas chicas rubias por aquí. Las que más recuerdo son Sara Lance, Eve Teschmacher y la problemática esa llamada Dinah Hansen.

La ojiverde apretó los puños llena de frustración y salió de la oficina de su madre con rumbo a la cafetería. No podía creer que hubiera malgastado valioso tiempo de su receso para ir en busca de una respuesta que su madre no quería darle. Debió haberlo esperado.

Había una multitud cerca del mostrador donde atendían, pero Diana y Samantha le habían guardado un lugar en la fila, por lo que emprendió camino hacia donde ellas estaban. Todo bien con su plan, salvo que entre el hacinamiento de adolescentes, la misteriosa ladrona de besos emergió de algún lugar en hizo lo que el día anterior.

La tomó por las mejillas con firmeza, la besó con cuidado y luego la alejó con un empujón. Lena apenas tuvo tiempo de paladear el sabor a fresa antes de ser liberada.

Sus ojos fueron rápidos al buscar entre la multitud la cabellera rubia y apenas desaliñada, sin embargo, cerca de ella había por lo menos siete rubias y, teniendo una idea de lo escurridiza que era la chica misteriosa que le robaba besos, le dejaba notas en el casillero y la dejaba caer sobre su culo cada tantos días, dudaba seriamente que fuera una de ellas.

—Te voy a encontrar, El, te lo aseguro —murmuró entre dientes antes de seguir su camino en dirección a sus amigas.

𝑺𝒕𝒐𝒍𝒆𝒏 𝒌𝒊𝒔𝒔𝒆𝒔 [𝑺𝒖𝒑𝒆𝒓𝒄𝒐𝒓𝒑]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora