Capítulo 10

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Porfa ténganle paciencia a Perséfone, es y será un poco castrosa, pero es parte fundamental para el desarrollo del personaje. (Aviso porque seguramente ya la odian jsjsjs)

Gabriel y yo decidimos ir al vivero a pasar el rato. Creo que después del jardín en casa, este se convirtió en mi segundo lugar favorito. La energía que poseía este lugar era tan buena y poderosa, que se sentía como si estuviera flotando.

—He aquí los Crisantemos –Gabriel depositó la planta frente a mi.— hermosos lo sé.

—Dios, sí, ¿puedo tocarlos? –asintió. Su cara de emoción provocó que la sonrisa que luchaba por salir de mis labios lo lograra.— dame tu mano –entrelacé mis dedos con los suyos y con mi otra mano toqué la flor, la energía que esta planta desprendió era muy poderosa, demasiado buena, demasiado pura, era exquisita.

—¿Qué fue eso? –preguntó.

—Es lo que siente la planta –contesté.— también puedo percibir cuando una planta esta feliz o triste, pero cuando la toco me trasmite el sentimiento –asintió.

—No sabes lo que daría por tener ese don –comentó.— estando aquí la mayoría del tiempo, uno siente la vibra de las plantas, pero ya sabes, uno siempre quiere más.

—¿Te gusta la jardinería? –asintió.

—Por supuesto, sería un loco sino –bromeó.— teniendo en cuenta de que la economía de mi familia de mi familia se basa en la jardinería asentí.

—Cierto, lo había olvidado.

—Y bien, como la manzana no cae lejos del árbol yo soy un obsesionado con las plantas, cada vez que salía del colegio venía con mis padres a ayudarlos en lo que se ofreciera, todo con tal de estar aquí –me miró.— la escuela no era un lugar agradable, todos me molestaban por el simple hecho de tener dinero, no tenía amigos, es decir, habían personas que se hacían llamar mis amigos pero sólo estaban conmigo por mi dinero y el estatus que les daba relacionarse conmigo, pero cuando llegaba a este lugar después de clases, era como si el exterior no existiera, ¿alguna vez has sentido como si las plantas te abrazaran o te entendieran? –asentí.— así eran conmigo y aún lo siguen siendo, por eso las trato con amor, les devuelvo lo que ellas me dan –lo miré anonadada.

No quería admitirlo, pero Gabriel me estaba atrayendo más de lo que me gustaría.

—Y todavía no puedo creer que con un don tan bonito, seas tan agria –comentó con diversión. Giré los ojos.

—No soy agria –me miró.

—Vale, dime algo que te haga feliz que no sean las plantas, los niños o hacer sufrir a los demás –lo miré indignada.

—¡Yo no soy feliz causándole sufrimiento a los demás!

Eso depende.

—Demuestra lo contrario –se encogió de hombros.

Me detuve un momento a pensar, honestamente nada me hacía genuinamente feliz aparte de lo que él ya mencionó, obviamente exceptuando el sufrimiento al prójimo.

—Sigo esperando –habló.

—No tengo por qué decirte mis intimidades –fruncí el ceño. Él rió con incredulidad.

—Solo te dije que me dijeras algo que te haga feliz, no te pedí la talla de tu brazier –entrecerré los ojos.

—Pues no te lo voy a decir –él me observó.

—¿Quién te hizo tanto daño para que creas que todos a tu alrededor te van hacer lo mismo? –preguntó de pronto.

—¿Y por qué alguien me dañaría? –se encogió de hombros.

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